5

Al día siguiente, la causa de la defensa se abrió con una breve declaración de Jamieson, siguiendo el curso que ya había señalado. Luego llamó a su único testigo, y Todhunter subió a la tarima.

Había pasado una noche muy mala, temiendo aquella orgía. No menos le disgustaba la necesidad de cometer perjurio. Le resultaba exasperante tener que cometerlo para poder conseguir un proceso judicial. ¡Pero ya estaba hecho, y perjurio era lo que debía cometer!

La primera parte fue bastante difícil, aunque, ni siquiera con la persuasiva guía de Jamieson, estuvo Todhunter muy seguro de haber sido capaz de exponer ante el Jurado el exacto estado de espíritu que le había conducido aquella noche al jardín de la señorita Norwood.

—¡Me... ¡jem...! me tomé esa decisión tras el consejo, que, sin saberlo, me dio mucha gente —musitó, cuando su abogado le invitó a que explicara a Su Señoría y al Jurado cómo había tomado una determinación tan drástica como la de cometer un crimen—. Sabía que si se daban cuenta de que hablaba seriamente, no me dirían lo que pensaban en realidad. Por eso les planteé un... ¡hum...! caso hipotético. Me impresionó la unanimidad con que me aconsejaron de todas partes que perpetrara un crimen. Y cuanto más lo meditaba, más razonable lo hallaba. Un crimen de... ¡jem...! de carácter enteramente impersonal parecía convenir exactamente a mi caso.

—¿No se le ocurrió que quizá sus amigos estuviesen bromeando?

—Temo que no. Y no creo —agregó Todhunter un poco desafiante— que lo estuviesen. Creo que querían decir lo que dijeron.

—Haga el favor de explicar un poco más extensamente qué quiso usted decir con eso de que ese crimen parecía convenir exactamente a su caso.

—Quise decir que nunca esperé vivir para que me ahorcaran —repuso Todhunter con sencillez.

—¿No esperaba usted vivir hasta ahora?

—Pensé que para esta época ya llevaría... ¡Jem!... muerto casi un mes —dijo Todhunter con rostro avergonzado.

—Quizá, dadas las circunstancias, fue una suerte que no lo estuviera usted —comentó fríamente su abogado.

Lentamente, por medio de laboriosas preguntas y respuestas, Todhunter sacó a luz toda la historia, desde el momento en que resolvió eliminar a la señorita Norwood.

—A esa altura —explicó— había hecho las más completas averiguaciones, y no podía escapar a la idea de que su muerte significaría... ¡hum...! la felicidad para una notable cantidad de gente.

—¿Llegó usted a la conclusión de que era una mala mujer?

—Era una perra venenosa —replicó Todhunter ante la deliciosa sorpresa de toda la sala.

Cinco minutos después, cometía un valiente perjurio.

—Creo que tuve intenciones de matarla hasta el momento en que me enfrenté con ella. Luego...

—¿Sí? —le apremió Jamieson, en medio de muda expectativa.

—Pues..., ¡ejem!..., supongo que perdí el valor.

—¿La amenazó usted con el revólver?

—Sí. Y... ¡hum!... se disparó. Dos veces. No estoy habituado a las armas de fuego —se disculpó.

—¿Cómo pudo haberse disparado dos veces?

—Pues... el... el primer tiro me hizo dar un salto. Fue... inesperado, ¿comprende? Y creo que la sorpresa me hizo apretar el dedo sobre el gatillo. Yo... hum... jem... no puedo explicarlo de otra forma.

—¿Y qué pasó después?

—Estaba un poco ofuscado —dijo Todhunter, aliviado por estar otra vez en el sendero de la verdad—. Luego me di cuenta de que ella había caído hacia atrás en el sillón. Había... sangre por toda la pechera de su vestido. No sabía qué hacer.

—¿Y qué hizo usted?

—Hice un esfuerzo para avanzar y mirar la de cerca. Parecía muerta. La incliné un poco hacia delante. Entonces noté que la bala le había... jem... atravesado limpiamente. En efecto, estaba alojada en el respaldo del sillón. La... hum... la cogí, y me la eché al bolsillo. Más tarde la arrojé al río.

—¿Por qué hizo usted eso?

—Había leído en algún lado que las balas pueden ser prueba de qué revólver las disparó. Pensé que era mejor protegerme, desembarazándome de ella. Ahora me doy cuenta de que fue una acción desdichada.

—¿Hizo usted algo más antes de marcharse?

—Sí. Había dos vasos sobre la mesa. Limpié uno de ellos con el pañuelo, pero el otro no.

—¿Por qué hizo eso?

—No lo sé —confesó Todhunter.

—¿Hizo algo más?

—Sí. Cogí un brazalete de la muñeca de la señorita Norwood.

—¿Con qué objeto?

—Ahora no estoy en realidad seguro —dijo Todhunter abyectamente—. Estaba... muy confundido. Había sufrido una gran impresión.

—Pero debió usted actuar con alguna finalidad...

—Sí, pensé que así podría probar mi... culpabilidad, si se planteaba la necesidad.

—Quiere usted decir, ¿en una situación como la que de hecho se planteó?

—Precisamente.

—¿Previo usted una situación semejante?

—¡Santo Dios, no! Nunca se me ocurrió nada parecido. ¡Dios mío, no!

—¿Nunca pensó que otro pudiera ser acusado de lo que usted había hecho?

—Por cierto que no. De otro modo...

—¿Sí?

—De otro modo —dijo Todhunter con dignidad—, nunca lo habría hecho.

—Gracias, señor Todhunter. Señor Juez —dijo Jamieson con fuerza—, he hecho lo más breve posible el interrogatorio del acusado debido a su precario estado de salud. Tengo aquí un certificado de su médico que dice que no está realmente en condiciones de soportar un interrogatorio, si no fuera porque negárselo le habría agitado probablemente más que el interrogatorio en sí. En realidad, el doctor dice, con mucha franqueza, que puede morir en cualquier momento y que un esfuerzo, o una excitación de cualquier clase, sería quizá inmediatamente fatal. Puedo decir esto en presencia de mi cliente, ya que él lo sabe perfectamente. Por ello, me propongo terminar mi interrogatorio en este punto. Creo que he pasado por todos los terrenos; pero, con el mayor respeto, si Su Señoría cree que hay algún punto que yo pueda haber omitido y que deba ser aclarado ante el Jurado, le rogaría que se lo preguntara directamente a mi cliente.

—No creo que lo haya, señor Jamieson. Su cliente admite que él mató a la muerta. Lo único que trato de saber es si fue un crimen premeditado o si su acción puede considerarse homicidio casual. Si gusta usted, le haré esta sola pregunta. Señor Todhunter: ¿mató usted a Ethel May Binns deliberadamente y, como dice la ley, con premeditación?

—¡Hum...!, no, señor Juez —replicó Todhunter, bastante míseramente—. No lo hice. Es decir..., creo que no con premeditación.

Sir Ernest se levantó de un salto.

—En vista de las observaciones de mi ilustre colega, señor Juez, no voy a interrogar al acusado.

En el fondo de la sala hubo algunas tentativas de aplausos, que fueron sosegadas al instante.

Un abogado magro y cadavérico se levantó.

—Señor Juez, tengo el honor de representar al Comisionado de Policía. Las observaciones del señor Jamieson me ponen en una posición difícil, aunque entiendo que ha sido por deseo del propio acusado que se me ha invitado a interrogarle. A Su Señoría corresponde decir si es admisible un procedimiento tan heterodoxo.

—Con todo lo que hay ya de heterodoxo, señor Bairns, un poco más no tendrá importancia. Pero me complacería que el acusado accediera a contestar sus preguntas. —Volvió a su anciana cabeza hacia Todhunter—. ¿Quiere usted que se le dé la oportunidad de contestar cualquier pregunta que el Comisionado de Policía desee formularle por medio de su abogado?

—En bien de... de la justicia, señor Juez —respondió Todhunter—, lo considero imperativo.

—Entonces, muy bien, señor Bairns —dijo el Juez.

El magro Bairns recogió su toga y luego la aferró firmemente con las dos manos, como si temiera que pudiera escapársele.

—Podrá usted apreciar mis reparos —dijo, dirigiéndose a Todhunter en tono tranquilo y seguro—. Puede suceder que encuentre usted inquietantes algunas de mis preguntas. Si es así, espero confiar en que lo indicará usted al instante, y sin duda Su Señoría le dará un respiro.

Todhunter hizo una pequeña inclinación desde su silla en la tarima de los testigos.

—Pido excusas por ser... hum... jem... una molestia para el Tribunal —murmuró, sintiéndose ya un poco agitado.

Clavó firmemente los ojos en su opositor, nerviosamente decidido a no caer en ninguna trampa. Sabía muy bien que había llegado el momento crucial del juicio.

—Seré lo más breve posible —prometió Bairns, y clavó los ojos en el cielo raso, como si buscara allí inspiración—. Quizá, si Su Señoría me lo permite, pueda lograr reunir un buen número de preguntas en una pregunta colectiva. Le insinúo entonces a usted: que nunca mató a esa mujer; que cuando la encontró ya estaba muerta; y que, a causa de su amistad con la familia Farroway, ha echado sobre sus hombros la responsabilidad de este crimen, sabiendo que le afectaría muy poco, ya que jamás esperó vivir lo suficiente para sufrir la pena correspondiente.

Todhunter hizo un esfuerzo para hablar, su rostro se volvió de un horroroso color verde pálido, su mano voló hacia su pecho, y se desplomó hacia adelante en la silla.

Toda la sala pareció volcarse hacia él.

El dueño de la muerte
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