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El informe sobre los procedimientos en la Cámara de los Comunes le fue dado a Todhunter aquella noche en la cama por intermedio de Chitterwick, quien asistió en persona, y por el infatigable sir Ernest Prettiboy, quien, mandando al demonio todos los precedentes y procedimientos, escandalizaba a sus colegas profesionales cada día más y más.

Sir Arthur Powell-Hancock se puso en pie, ante una Cámara más bien apática, para plantear el problema de la ejecución de Palmer, con la moción de que la Cámara se constituyera en Comisión. Tempestuosamente los miembros se dividieron en cinco grupos. Estaban los que consideraban el problema como político y querían apoyar al Secretario del Interior en su oposición a intervenir, y éstos estaban apoyados por los partidarios del purismo y por aquellos que compartían la opinión de los funcionarios permanentes, quienes objetaban ese extraño y nuevo precedente de plantear en la Cámara el problema de una ejecución, después que el Secretario del Interior había revisado el caso y llegado a una decisión; y estaban, por supuesto, los miembros menos formulistas que creían honestamente en la infalibilidad de un juicio por jurados.

Por otro lado, apoyando a sir Arthur Powell-Hancock estaban unos pocos miembros que creían en la historia de Todhunter; estaban todos los humanitaristas, maniáticos, y escépticos con respecto a la pena capital, aparte la justicia y los errores de cualquier caso; estaban los miembros de la oposición, que se hallaban interesados por motivos políticos y, finalmente, había una amplia masa de opinión que estaba seriamente perturbada por las dudas sobre la culpabilidad de Palmer y que consideraba que, de todos modos, no sería dañoso conservar la vida de Palmer a fin de examinar la confesión de Todhunter, aunque tuvieran que mantener encarcelado al individuo por el resto de sus días. Era en este último grupo en el que confiaba principal mente sir Ernest Prettiboy y sus ardientes tentativas de influencia se dirigían en su mayoría directamente a acrecentar su número.

No obstante, ni la elocuencia de sir Ernest ni los fogosos artículos que habían aparecido en la prensa en pro o en contra de Palmer, habían logrado levantar mucho entusiasmo ni de un lado, ni del otro; el discurso de sir Arthur, un poco monótono, no contribuyó a acrecentarlo. El debate se arrastraba penosamente y gradualmente fue convirtiéndose en una discusión teórica, en la cual apenas podía uno advertir que la vida de un hombre estaba en peligro. En realidad, la mejor ayuda que Palmer recibió fue la del propio Secretario del Interior, quien habló con tal falta de humanidad y con tan árida carencia de tolerancia o comprensión, que se enajenó incluso alguno de sus propios partidarios.

A pesar de esa pequeña ventaja para la causa de Palmer, sin embargo parecía seguro que la votación resultaría contraria a él, cuando sir Ernest jugó su triunfo. Se trataba de una carta inesperada y su existencia era desconocida incluso para el propio sir Arthur Powell-Hancock; y sir Ernest no la jugó hasta estar seguro de que el debate se encaminaba resueltamente contra él. Entonces, un asistente llevó una nota a sir Arthur, quien la miró perplejo durante unos momentos y luego buscó la mirada del presidente de la Cámara.

Después de encontrarla, se levantó y dijo:

—Acabo de recibir una nota. Su significado no es enteramente claro, pero creo entender que se está iniciando o incoando, de hecho, una..., ¡hum...!, una acción civil por asesinato contra el señor..., ¡hum...!, Lawrence Todhunter. Una ¡hum...!, una acción civil por asesinato. Mis colegas forenses podrán entender mejor que yo lo que eso significa exactamente. Pero si se inicia ante los tribunales una acción por asesinato contra este caballero (es decir, por el mismo crimen por el que ha sido condenado Vincent Palmer), creo que difícilmente puedo equivocarme al sugerir que sería deseo de la Cámara el de que suspendiera la ejecución de Palmer, por lo menos hasta que se conozcan los resultados de ese juicio; si es «juicio» el término adecuado.

En realidad, el más total asombro le había impedido a sir Arthur ser tan aburrido como solía. Y, después de haberse votado inmediatamente, se anunció que la moción para suspender la ejecución de Vincent Palmer había sido apoyada por la pequeña mayoría de ciento veintiséis contra ciento siete.

—¡Dios mío! —exclamó Todhunter, y comió una uva.

El dueño de la muerte
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