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Los jurados, ciertamente, parecían perplejos. Mientras, durante la tarde, desfilaron ante ellos testigo tras testigo, y testimoniaron las intenciones criminales, aunque al principio algo nebulosas, de Todhunter, su perplejidad pareció ahondarse en vez de desaparecer. Todhunter, que los miraba de cerca y de vez en cuando hacía anotaciones sobre la conducta de éstos para su artículo, comenzó a desanimarse mientras se preguntaba si a la Providencia le habría parecido justo afligirle con la más estúpida colección de doce personas que posiblemente hubiera habido jamás. Ni uno sólo de ellos parecía capaz de comprender que un hombre podía desear cometer un crimen perfectamente altruista contra una persona o personas desconocidas, a fin de causar algún bien a sus semejantes.

Y sin embargo se estaba haciendo patente, incluso para un Jurado como aquél, que Todhunter había alimentado alguna vez tal intención. Se llamó a cada uno de los asistentes a la cena para apoyar el testimonio de Ferrers (con excepción de Chitterwick, que iba a hacer una aparición estelar); y tras ellos, vinieron ciertos miembros selectos del personal de la Universal Press Ltd. El joven Wilson, por ejemplo, declaró haber contado a Todhunter toda la historia sobre Fischmann y describió el horror y el disgusto del otro; Ogilvie describió su entrevista con Todhunter, y repitió la indignada exclamación de éste: «¡Ese hombre merecería que lo mataran!» Staithes, el joven Butts y Bennett, hicieron una reseña de la discusión en la oficina de este último, de la cual Todhunter había sido oculto auditor, y Bennet agregó cómo había descubierto a Todhunter en la habitación después que los otros se habían marchado... Bennet estuvo un tanto nervioso, aunque sólo Todhunter sospechaba la razón de su nerviosidad.

También el joven Butts confirmó el hecho de que Todhunter le había preguntado, al encontrarse con él en la escalera, dónde podría comprar un revólver. Agregó que la expresión de Todhunter era firme y resuelta y que respiraba agitadamente, como un hombre que ha llegado a una decisión terrible. Luego se citó al armero, quien probó la visita de Todhunter aquel mismo día y su compra de un revólver, que identificó como el que fue mostrado en la sala.

Así, y con tantos testigos, sir Ernest pudo probar, con satisfacción evidente del Jurado, que sin duda Todhunter había tenido intención de cometer un crimen algún tiempo antes de conocer a la señorita Norwood. Todhunter dio gracias de que hubiera acaecido el episodio Fischmann, aunque en el momento le había parecido un fiasco. Ahora, su valor era enorme, ya que sin él había serias dudas de que jamás pudiera obtenerse una declaración de culpabilidad.

—El jurado está impresionado —confió a sir Ernest, mientras éste casi le alzaba con la ternura de una madre, hasta un taxi frente a Old Bailey, en tanto que Chitterwick y el joven Fuller trataban de hacer retroceder a la muchedumbre curiosa.

—¡Ya lo creo que estaba impresionado! —asintió sir Ernest sacando la cabeza por la ventanilla—. Me propuse que lo estuviera. —Chitterwick subió ágilmente y el taxi partió, entre los vítores de la multitud.

—Y bien, Todhunter, ahora que por fin lo ha conseguido, díganos qué se siente al estar en el banquillo de los acusados —preguntó Chitterwick cruzando las rollizas piernecillas, mientras se reclinaba en su rincón.

Todhunter se frotó las huesudas rodillas, y se inclinó hacia adelante.

Parecía cualquier cosa menos un criminal.

—Se siente algo así como cuando a uno le sacan una fotografía —dijo.

 

El dueño de la muerte
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