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—Y la única prueba, la única prueba irrefutable de qué revólver disparó el tiro fatal yace ahora en el fondo del Támesis —se lamentó Chitterwick.
Todhunter no contestó. No había nada que contestar.
En silencio, la desconsolada pareja prosiguió su triste camino por Whitehall.
—¿Para qué le llamó a usted? —preguntó de pronto Todhunter.
Chitterwick pareció confuso.
—¿Para qué le llamó a usted? —repitió fieramente Todhunter.
—¡Oh!, pues... —Chitterwick se movió agitado—. Me..., es decir, me aconsejó que no... me molestara.
—¿Por qué? ¿Por qué no?
—Cree que usted está loco —dijo Chitterwick con aire infeliz.
El aneurisma de Todhunter se salvó sólo por un milagro.
—Pero queda todavía el brazalete —le recordó Chitterwick, muy a tiempo.