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—¿Entonces, eso es lo que buscaba? —preguntó Todhunter, envuelto en mantas, mientras el taxi escapaba a la multitud de mirones.
—Eso. Muy ingenioso, ¿eh? Sujeto hábil este Bairns —dijo sir Ernest con complacencia.
Chitterwick se aventuró a suministrar el comentario que parecía obligado.
—Pero usted fue más hábil. Su pregunta acabó enteramente con la teoría.
Sir Ernest sonrió radiante.
—Sospecho que le di un golpe astuto. Pero no debemos contar con eso. Los jurados son un rebaño singular. Éste va a absolver a nuestro amigo con tal de que encuentre media oportunidad.
—¿Realmente cree usted eso? —dijo Chitterwick, ansioso.
—Pues bien: no sirve de nada ser demasiado optimista; eso es todo. —Sir Ernest se frotó sus sonrosadas mejillas—. Me pregunto de dónde sacó esa idea. Es, en verdad, tremendamente ingeniosa. Todhunter, supongo que, de veras, no habrá usted hecho una expedición a media noche según insinuó Bairns...
—¡No sea estúpido! —soltó Todhunter, enfurecido.
—¡Vamos, vamos! —dijo sir Ernest alarmado, y guardó el debido silencio hasta que el taxi le depositó en su club.