Una mujer que cargaba con un niño a través de la selva. La imagen le llegaba fragmentada. Sujetaba al niño muy abajo, contra su cuerpo, como si estuviera a punto de caérsele. Los ojos achinados, el pelo sucio, lluvia, hojas, barro. ¡Guerra! A la velocidad del rayo una foto en blanco y negro de un periódico de hacía mucho tiempo, un artículo sobre la guerra de Vietnam o Corea, ocupó su mente. El recuerdo de la foto se diluyó y Cato Isaksen empezó a correr hacia Marian. Estaba cubierta de barro y el cabello empapado y enredado. ¡Pero tenía al niño! Llevaba los ojos medio cerrados fijos sobre su cabeza. Sus hombros sobresalían puntiagudos. Parecía muy pequeña, pero ¡el niño estaba vivo!

Cato Isaksen contuvo el llanto. El niño estaba vivo. Las lágrimas, traidoras, se abrían paso hasta sus ojos. Caía una lluvia mansa. La humedad se deslizaba por las ramas, el agua caía al suelo. Ella aún no le había visto, sencillamente caminaba hacia delante, a su ritmo.

Cato apareció como nacido del bosque. Verde, grisáceo y fuerte. Gritó:

—¿Qué ha pasado?

Pegados a él iban varios policías. Ahora los veía, como a través de una neblina. Se formó un punto negro más bajo en mitad de su campo de visión. El punto se movía hacia ella. Detrás de Cato, detrás de Cato, hacia ella. ¡Birka! Agarró con más fuerza al niño y esperó un momento a recibir algún tipo de señal. Que no llegó. Todo se volvió blanco, y notó que su cuerpo la dejaba ir.

—¡Birka! —llamó otra vez. El nombre murió en su garganta. Detrás de Cato los policías uniformados se difuminaron hasta formar una línea negra.

Cato Isaksen extendió sus brazos hacia delante y cogió al niño. Abrió su chaqueta y sintió al pequeño contra su cuerpo. Marian cayó al suelo, se encogió y vomitó. Una rama afilada se clavó en su muslo y desgarró la tela de su pantalón. Un ácido verde subió en tres arcadas desde su estómago hasta quemar su garganta. El suelo del bosque oscilaba, entre marrón y verdoso, arriba y abajo. Arriba y abajo. Los troncos de los árboles eran lanzas mojadas y oscuras. Incluso los pájaros que no cantaban de noche lanzaban afónicos gritos de alarma. Ahora era verano, pero pronto llegaría la helada para taparlo todo como una membrana. Y la nieve caería silenciosa y cubriría todas las huellas. Cerró los ojos en un intento de dejar fuera el sonido del agua y de los pájaros. La perra estaba allí. Birka gimió, le lamió la cara, ladró, se frotó en círculos contra ella y se tumbó de lado. Randi se inclinó sobre ella, tomó su mano y la levantó. Marian se quedó de pie, temblorosa.

—Birka —sollozó mirando a Randi—. Todo ha terminado. Dan está en el bosque, junto a la presa. Tenían armas los dos, Jonas y él.

Los policías la observaban. Sebastian estaba quieto en los brazos de Cato Isaksen.

—¿Está muerto? —gritó. El niño dio un respingo.

Marian entrechocaba los dientes. Su mano izquierda colgaba indefensa con los nudillos despellejados.

—Jonas ha muerto —dijo bajito sosteniendo la mirada de Randi.

—No lo entiendo —dijo Cato Isaksen moviendo la cabeza con tanta intensidad que las gotas de agua de su frente corrieron por su rostro.

Marian cerró los ojos y volvió a abrirlos.

—Jonas dejó embarazada a Vivian, Dan mató a Vivian y disparó a Jonas.

—¿Disparó? ¿Tenía un arma? ¡Poneos en marcha! —Cato Isaksen miró a los guardias para darles las órdenes. Colocó la chaqueta para tapar mejor a Sebastian y se quedó mirando a sus colegas, que desaparecían hacia el interior del bosque. Randi corrió tras ellos. Luego volvió a mirar a Marian y esbozó una especie de sonrisa. Hizo un gesto con la cabeza para indicar que caminara.

Fueron despacio hacia la escuela de jardinería. Marian, Cato, Sebastian y la perra. Por el sendero, a través del bosque, por el camino de tierra, por delante de los invernaderos y de los huertos de verduras cubiertos de negra y fecunda tierra y hortalizas relucientes. Se movían en la lluvia, hacia la casa marrón, que tenía la puerta abierta de par en par. Una ambulancia esperaba junto a otros coches particulares y de la policía. La cuerda de tender vacía alineaba las gotas de agua como un encaje. El perro negro ladraba con entusiasmo desde la perrera y saltaba poniendo las patas sobre la malla metálica.

En la cocina luminosa y cálida pusieron al niño sucio en los brazos de Roy Hansen. Rita sollozó, estaba allí al segundo con un biberón en la mano. Junto a ellos, rodeándolos. Yngvil y Henny Marie se abrazaron. Roy lloraba:

—¡Sebastian, Sebastian!

—Hay agua caliente en la bañera —Henny Marie se liberó del abrazo de su hermana y miró a Cato Isaksen y a Marian Dahle. Las cortinas de cuadros azules se transformaron en una membrana que cubría sus ojos, todo encajaba en ese dibujo, y las paredes se hicieron tierra. La encimera estaba cubierta de comida: sopa en una cazuela, galletas de avena, pan, mantequilla, bizcocho relleno de mermelada, una jarra de café. El olor a comida se convirtió en una oleada de calor que se diseminó por su cuerpo como un veneno. Los platos soperos blancos estaban apilados como una torre de porcelana sobre la encimera de la cocina. Por el borde había algunos granos de azúcar y migas de pan.

Roy y Rita habían desaparecido con Sebastian. Sus sonidos quedaron flotando en el aire un rato y fueron sustituidos por un silencio atronador. Henny Marie se echó a llorar, un llanto terrible, sin lágrimas.

—¡Dan! —gritó—. ¡Dan!

Marian vio una bolsa de pienso para perro detrás de la puerta, junto a un bebedero. Buscó un cuenco en el armario de la cocina y empezó a abrir la bolsa como una autómata. Birka saltó y apoyó las patas delanteras en su tripa, Marian notó sus garras a través de la ropa mojada y la empujó hacia el suelo.

—Dan —volvió a llamar Henny Marie.

Yngvil estaba allí.

—Shhh, no despiertes a Kenneth. Me lo llevaré del salón, le voy a dejar en el cuarto amarillo —salió corriendo de la cocina y Cato Isaksen logró que Henny Marie Aas se sentara. Temblaba en la silla.

—Dan —susurró—, ¿dónde está Dan?

—Dan vendrá enseguida —dijo Cato Isaksen tranquilizador—, dejaremos que se quede aquí el resto de la noche y unas horas mañana. Dejaremos a alguien de guardia.

—¿Dejar a alguien de guardia? ¿Quedarse aquí? ¿Qué quieres decir? —gritó Henny Marie, recordando algo que su madre le había contado, que su propia madre había tenido que luchar contra osos en el bosque. La punta de un compás daba vueltas en su interior hasta que penetró en su columna vertebral y sintió pinchazos en los muslos. Miró hacia el suelo cubierto del barro de muchas pisadas.

—¿Fue Dan? ¿Es Dan?

Cato Isaksen contempló a la mujer pelirroja y fuerte.

—Escúchame. Tienes un trabajo por hacer. ¡Dan te necesita!

—¿Me necesita?

Marian se agachó y puso pienso en el cuenco. Tenía tal contractura en el cuello que casi no podía girar la cabeza. Un par de gránulos de pienso fueron a parar al bebedero y duplicaron su tamaño en un instante. Birka acercó el morro al cuenco y se tragó la comida a golpes. Marian sintió que el hambre abrasaba su estómago. Se apoyó en la encimera.

—Fue Dan quien mató a Vivian —dijo despacio—, y Jonas también ha muerto.

Henny Marie levantó las manos y se presionó las mejillas con fuerza. La puerta que daba al descansillo estaba abierta y la puerta de la calle se movía a merced del viento. Se oía el sonido de las gotas de lluvia que golpeaban la escalera de piedra.

—No quiero saber nada más. ¡Ahora no! ¡Ahora no!

—Arne Colin viene hacia aquí —dijo Cato Isaksen—, le hemos puesto en libertad con efecto inmediato. Tienes que sobreponerte.

Yngvil regresó.

—Kenneth duerme —dijo.

Henny Marie cogió el oso de peluche marrón de la mesa y empezó a acariciar el morro y los ojos de cristal.

—Dan iba a vivir con nosotros —miró a Marian Dahle. Los policías no debían tener ese aspecto, mojados, con la ropa rota y sucia y las manos heridas—. Roy dice que no seguirán viviendo en la casa verde claro. Que se marcharán Rita, él y los chicos, alquilarán una caravana mañana mismo. Y le devolverán su dinero a Colin, como si eso tuviera algún significado ahora…

Yngvil sirvió sopa caliente en un cuenco y se lo pasó a Marian. Comió deprisa. También le dieron uno a Cato Isaksen. Yngvil estaba tranquila. Ella también lloraba, pero en silencio, con la cara vuelta para que nadie pudiera verla.

Henny Marie se levantó. Cuando plantaba flores siempre imaginaba la cara de Dan al entrar en su cocina. Y el cuarto amarillo era suyo.

—¿Dan tendrá que ir a la cárcel? —Ella misma se respondió—. Es tan joven…

—Todo se oscureció en su interior —dijo Marian—. Os contará todo poco a poco. Dan vivirá aquí, Henny Marie.

Tres hombres aparecieron de pronto en la puerta. Un policía, Colin y un hombre alto con gafas de montura de acero. Tenía que ser Axel Tømte.

Dieron despacio la vuelta al granero, bajaron por el camino lleno de charcos embarrados y pasaron el campo de manzanos. Seguía lloviendo, las gotas rodaban por el parabrisas. Cato Isaksen miró a Marian. Tenía la cabeza apoyada en el asiento. En la parte de atrás iba Birka, sobre el asiento cubierto con dos grandes bolsas de basura negras.

—¡Qué lugar tan horrible! —dijo—. Dan seguramente será acusado de homicidio accidental. ¿De dónde demonios sacaría esa arma?

—Seguro que esto es muy distinto con sol —dijo Marian percibiendo las ráfagas de olor a cuero húmedo que desprendía el pelo corto del animal. Bajó la vista hacia su mano herida. El cansancio atenazaba su mente—. No sé de dónde venía el arma —pensó en Axel Tømte, podía verle. El hombre alto y delgado que se había desintegrado hasta parecer agua de lluvia. Recordaba cómo Henny Marie le había dado una toallita húmeda, pan y sopa. Como si una toallita y un trozo de pan de canela pudieran servir para algo. Se había dejado caer sobre la silla y juntado las manos. Su vida se había podrido y hecho pedazos, como las hojas que caen al suelo en otoño. Estaba en un decorado, en una escena que se desarrollaba en una cocina pintada con aroma a sopa recién hecha y café e intentaba sobrevivir hasta el minuto siguiente. Sus hombros temblaban. Henny Marie y Colin habían pasado los brazos a su alrededor. Ahora se ocupaban de él Randi y Roger.

—Se dará importancia a que Dan estaba obcecado por la ira y había sido gravemente traicionado por su madre —dijo Cato Isaksen poniendo el intermitente hacia Ringeriksveien—, y lo de Jonas fue en defensa propia. Si fuera mayor, le habrían caído unos cuantos años, pero es muy joven.

—Le darán algún tipo de terapia, pero no irá a la cárcel —dijo Marian—. En cierto modo Birka ha salvado a Sebastian, Cato. Si no hubiera desaparecido…, yo no habría… —Por un momento se avergonzó de la felicidad que había sentido al encontrar a la perra.

—Deja fuera de esto a tu perra, Marian.

—Dan mata a su madre. Y Jonas entra en un estado casi psicótico y secuestra a Sebastian para que sus padres no sepan la verdad —bostezó. El cansancio rebajaba la intensidad de sus impresiones, pero agudizaba su negra desesperanza—. Jonas creía que Colin había asesinado a Vivian. Y luego están todas las pistas falsas, las de Bjone y las de Willmann. Me desconcertó el aura de Birgit Willmann. Esa oscuridad terrible. Verdaderamente creí que podía haber secuestrado al niño.

—No hables más, Marian. Lo repasaremos luego, en la reunión. Será mejor que tú y esa perra tuya de piel vuelta vengáis a mi casa, a Asker. Te pondrás ropa limpia y te cambiarás. Luego irás a una reunión informativa, tenemos que reunir al equipo.

El reloj del salpicadero marcaba las 10:08.

—El 22 de julio es una fecha que recordaré siempre —dijo Marian pensando en algo que dijo un poeta finlandés: «Y cuando todo ha pasado, ya nada se escucha. Nada. Y eso se oye». Se quedó dormida.