Henny Marie salió detrás de ella con una tijera de podar en la mano. Marian sintió un escalofrío y fue corriendo hacia el coche, se sentó, cerró la puerta y marcó el número de Cato Isaksen. Él contestó el móvil al momento.
—Cato, la madre de Henny Marie está en Oslo —le facilitó el dato de los nombres y la dirección.
—Iremos inmediatamente —ella oyó el ruido de sillas que se arrastraban por el suelo al apartarlas de la mesa.
—Y se me olvidó contarte que Birgit me dijo que Frank no estuvo viendo la televisión todo el rato a la hora en que mataron a Vivian. Puede que sea él, Cato. Puede que sean los dos. Están en el pantano. ¿Qué hago? —Birka caminaba con las patas muy tiesas y la miraba.
—¿Estás en peligro?
—No, no realmente. Dentro de poco llegarán dos de Drammen, están en camino.
Henny Marie había desaparecido. Era patético. En realidad no había sucedido nada.
—Es que esto me sobrepasa, Cato —levantó la mano y se mordió el pulgar—. ¿Puede que Frank matara a Vivian por el secreto de que eran hermanos?
—¿Es eso motivo suficiente para matar a alguien?
—Imagínate la situación. Si la gente lo supiera, no podrían seguir viviendo en el mismo sitio. Toda la vida de Frank… la de ellos…
—Sí, tienes razón —dijo Cato Isaksen—, vente en cuanto puedas, pero comprueba la casa antes de irte, ya que estás ahí. Pide al personal de Drammen que vuelvan a adentrarse en el bosque.
Marian vio cómo Birka se iba corriendo detrás del perro negro hacia el interior del bosque. Sentía que la angustia quemaba su cuerpo. Salió del coche y llamó a Birka, pero la perra no volvió y ella fue corriendo hacia el invernadero de nuevo. Henny Marie ya no estaba allí. La manguera estaba tirada en el suelo y dejaba escapar el agua. Fue corriendo hacia a la casa. La puerta estaba abierta y entró deprisa en el recibidor. Yngvil fue hacia ella. Marian le gritó que se apartara.
—Voy a registrar la casa —dijo, y empezó a correr de cuarto en cuarto. Sus nervios estaban en alerta. Volvió a pensar en Sebastian y en el miedo que daba ser una persona. En realidad solo le importas a un pequeño círculo compuesto por los más allegados. No había nada en las habitaciones de la gran casa. Pero entonces subió corriendo la estrecha escalera que daba al desván.
Apretó el interruptor que estaba junto a la puerta, desde fuera llegaba el sonido de las golondrinas. Pájaros que piaban en todas las direcciones. Una bombilla colgaba del techo. El gemido de las bisagras de la puerta aún resonaba por el desván. El olor a moho la envolvió. Las tablas del suelo gemían. Había algo detrás de un gran montón de ropa. Lo sabía, mientras se acercaba silenciosa, sabía que iba a encontrar algo. Al fondo había apiladas un montón de ventanas. Anticuadas, de invernadero. Varias estaban rotas y el vidrio en polvo se extendía por el suelo. Acercó la linterna y vio una manta extendida, como un lecho. Al fondo del todo, donde se encontraban el techo y el suelo, había unas botellas vacías. Un oso de peluche marrón la miraba fijamente con sus ojos de cristal. La bombilla se reflejaba en los dos.
Se dejó caer por la escalera a toda velocidad. Henny Marie e Yngvil la miraban interrogantes.
—¿Quién ha estado escondido en el desván? —No esperó una respuesta, se limitó a marcar el número de Cato Isaksen y le contó lo que había encontrado—. ¡Alguien ha debido de tener a Sebastian allí arriba! ¡He encontrado una manta y un oso de peluche! Y un saco de arpillera vacío.
—¡Despliegue total! —gritó Cato Isaksen.
Henny Marie apareció de pronto delante de ella.
—¡Es el osito de Dan! —gritó enfadada—. ¡Es Colin quien se tumba allí cuando llega la angustia! ¿Qué te estás imaginando? ¡No es más que eso!
Marian se abrió paso por su lado y salió. Henny Marie le gritó algo, pero al principio no lo entendió.
—¡Espera un momento, Cato! ¡No cuelgues!
El coche patrulla de Drammen frenó de golpe frente a la escalera y se bajaron dos oficiales.
—Un peluche y una manta en el desván —gritó Marian sabiendo que Cato Isaksen oía cada palabra—. ¡Más refuerzos! —ordenó.
Los policías entraron corriendo en la casa. Marian volvió a acercarse el teléfono a la oreja. Miró hacia el bosque y sintió que una nueva angustia llegaba arrastrándose.
—¡Voy a esperar a los refuerzos, luego iré hacia el bosque, Cato!