Estaban en el cuarto de Dan. Tenían un ordenador cada uno, auriculares y la mano arqueada sobre el ratón. El escritorio era alargado y cubría toda una pared. Además, había una silla negra con ruedas para cada uno. La habitación estaba desordenada y la cama sin hacer. Dan miró a Jonas. Llevaba el cabello claro, casi blanco, peinado en mechones irregulares que cubrían su frente y sus orejas. Llevaba puesta una camiseta negra con lenguas de fuego estampadas en el pecho. Jonas era más guapo y más listo que él, pero también más delgado. Demasiado delgado, en verdad.
—¡Joder! —Dan rio cuando el coche rojo derrapó antes de salir disparado por la pantalla. El coche amarillo lo persiguió por la pista digital, a velocidad supersónica, hasta adelantarle.
—Disfruta del tiempo que te queda —se burló Jonas cliqueando frenéticamente el ratón.
Su voz sonaba a falsete ronco, como solo puede hacerlo en los chavales que están cambiando la voz. Así la describía su madre con algo de sorna cuando él no estaba presente.
—¡Joder! Mira, Jonas, ahora tendrás que espabilarte —Dan se mordía el labio—. ¡Te odio, tío!
—A ver si llega ya tu madre y comemos algo.
—Sí, estará al caer —se inclinó hacia la pantalla.
Los gráficos eran claros y bien definidos. El sonido atronaba los auriculares. Need for Speed: The Run no era su juego favorito, al contrario. A Jonas le iban más los juegos de guerra, como War in the North y otros por el estilo. Habían estado jugando a World of Warcraft toda la mañana, pero se habían desconectado media hora antes. Era cansado hacer la guerra. Habían creado personajes. Se llamaban Thio y Amadeo, la contraseña era «caza», siempre se conectaban mintiendo sobre su edad y jugaban online. Jonas se transformaba cuando hablaba de los juegos que diseñaría, los nombres de sus protagonistas y cosas así. Cuando entraba en Amadeo era como si se convirtiera en otra persona.
Jonas había mandado un juego al campeonato de Game Play. Lo había hecho todo él mismo: gráficos, banda sonora y programación. Jonas quería dedicarse a desarrollar juegos a tiempo completo, no tenía ganas de estudiar Derecho, como pretendía su padre. A Dan no le daban la lata con eso, en su familia nadie se preocupaba mucho por los estudios. Pero Jonas era listo, tenía un coeficiente intelectual de 140 y sabía un montón de cosas, como que el tiempo se había alargado en 30 segundos desde los años 1970, y cosas así. En una ocasión Dan fue con él a un juego de rol en un bosque de Maridalen. Allí los jóvenes se transformaron en vampiros y monstruos, llevaban capas largas, espadas y máscaras. A Dan no le gustó. Eran muy raros, los otros. Llevaban el cabello largo teñido de negro y su actitud le daba miedo. Pero también era posible adquirir experiencia militar y aprender a usar las armas con los juegos de ordenador. Era como participar en una guerra de verdad. Antes de empezar con los juegos de guerra habían estado entusiasmados con la «Ciudad en red», una ciudad digital en la que los jóvenes podían compartir sus pensamientos, experiencias, fotografías y música. Jonas y él entraron en un sitio dedicado a la protección del ciudadano digital y desenmascararon a varios miembros que eran lobos adultos disfrazados de corderos. Pero ahora la ciudad había sido eliminada de la red. Con frecuencia, Dan soñaba por las noches con los juegos. Con los campos desiertos donde soldados y militares surgían en la oscuridad, detrás de las rocas o saliendo de trincheras. El día anterior había soñado que era uno de los canallas de Gotham. Eran muchos y estaban en fila esperando su turno para pegar al Joker, Mr. Freeze y Two-Face. Jonas y él habían hablado de eso: que sería flipante poder cazar a alguien de verdad alguna vez y hacer la guerra fuera de la pantalla.