Desde el salón se veía de frente el bosquecillo. Marian se acercó a la puerta del jardín. Sobre la pequeña plataforma exterior se alineaban unas macetas. También había una mesa de jardín pintada de blanco y dos sillas. Detrás del parque infantil temblaban ligeramente las ramas de los abedules.
—Birgit y yo solemos tomarnos aquí fuera el café de la mañana —dijo Frank Willmann—. Construí el cobertizo yo mismo. Colin y yo levantamos el invernadero juntos.
Marian le miró. Vio que tenía las uñas sucias.
—¿Cuál es tu relación con la familia Glenne Hansen?
—Me caían mejor cuando Colin vivía allí, por expresarlo de alguna manera. Vivian echó a Colin hace unos años. Colin y yo vamos de pesca juntos. Hace bastante que no le veo.
Se pasó la mano por el cabello con gesto nervioso. Colin era el único que sabía, que conocía su secreto. Colin tenía sus propios esqueletos en el armario.
—¿Y qué pasa con Roy Hansen? —Marian le miraba con intensidad.
—Seguro que Roy es un buen tipo —a Frank Willmann se le oscureció el gesto.
—¿Qué edad tiene Arne Colin Andersen? ¿Es de la edad de Vivian?
—Tiene 56.
—En realidad, ¿por qué te mandó Vivian ese mensaje?
—Pues en realidad tiene una explicación perfectamente racional. Tuvimos una discusión tonta. Birgit trabaja con… trabajaba con ella en la tintorería —se corrigió—, y hace un par de días bebieron vino en la trastienda. A Vivian se le ocurrían tonterías como esa. Birgit no supo decir que no, y yo tengo que protegerla. Birgit es frágil.
Marian le observaba. Presentaba la inflamación del lagrimal que solía ser consecuencia de beber demasiado o tomar pastillas. A Marian le había pasado algunas veces. Últimamente con demasiada frecuencia.
—¿Puedes darme el número de móvil de tu mujer?
—Birgit no tiene teléfono móvil —respondió él—. Birgit es terriblemente anticuada. Tampoco tiene carnet de conducir. Birgit tiene que trabajar sola, ahora que el jefe está de vacaciones y Vivian ha muerto. Puede ser mucho para ella.
—¿Puedo ver tu móvil? —preguntó Marian y Frank Willmann indicó con un gesto de la cabeza la mesa del salón. Le lanzó una mirada oscura cuando ella se sacó del bolsillo un par de guantes de plástico y una bolsita. Luego le pidió el pin. Vio enseguida que estaba borrado el mensaje de Vivian Glenne.
De repente un perro policía ladró alterado. Marian fue hacia la puerta abierta. El animal tiraba de la correa y buscaba pistas por el suelo. De pronto quiso entrar en el jardín de Frank Willmann. El investigador que llevaba al perro se agachó, abrió la pequeña cancela y le dejó entrar. El pastor alemán se deslizó como una anguila tras la esquina del cobertizo, primero fue hacia las jaulas vacías de los conejos; luego, directo a una pala.