¿Qué se creían exactamente? Aquí estaba como un idiota metido en una sala de interrogatorios. Pensó en la red de contactos de la logia. Hombres maduros, con reputación impecable y buena situación económica. Era la última hora de la tarde. Se iría a casa. Tampoco le conseguían a su abogado.

—He oído hablar de policías que plantan pruebas. Además soy de la opinión de que siempre debe haber un policía presente, un hombre, cuando se contacta con la gente. La actitud de esa bajita de piel oscura… Nunca se permite que dos mujeres piloto lleven el mismo avión.

—Si no tienes nada que ocultar, no tendrás nada que temer —dijo Roger Høibakk—. En todo caso, la bajita de piel oscura no está presente ahora.

Cato Isaksen entró en la sala, tomó asiento junto a Roger Høibakk y entrelazó los dedos. El abogado joven y pálido que había estado presente en el interrogatorio de Willmann ahora estaba aún más pálido. Bjone se giró para apartarse de él.

Roger Høibakk dio un trago de agua y se inclinó sobre el tablero de la mesa de formica para leer en voz alta los datos personales y la fecha.

Klaus Bjone se encogió un poco.

—No quiero parecer difícil de ninguna manera y acepto que tengáis que llevaros mi coche, pero no mezcléis a mi mujer en esto. Acabamos de ser abuelos. Tengo un problema de mal genio, pero eso no quiere decir que tenga nada que ver con este caso —¡era absurdo! A veces la vida jugaba a los crucigramas, fragmentos de la realidad se colocaban en un juego, como en las casillas de un tablero de ajedrez. Una reina, un peón y un rey, aunque tal vez en orden inverso. Cada movimiento podía ser peligroso, podía dejar al descubierto cómo eran las cosas en verdad. Estaba claro que su posición aquí no servía de nada.

Roger Høibakk apoyó los brazos sobre la mesa.

—¿Dónde estabas esa noche, Bjone, el jueves 14 de julio?

—Ya he dicho que estaba en casa.

—¿Conocías a Vivian Glenne?

—No.

—Pero ¿sabes quién era?

—Era una presumida. Cuando tienen quince, quieren aparentar veinte. Cuando tienen cuarenta, quieren aparentar treinta. No tenía idea ni de su nombre, hasta que lo leí en el periódico. Pero conozco a las de su clase. Y sí, tengo un carácter que necesita ser controlado. Le he prometido a mi mujer ir a terapia. Conozco a un buen psiquiatra, un amigo de la logia que se llama Harald Mørk, voy a empezar a ir a su consulta en agosto.