Cato Isaksen no soportaba el ruido de la mosca que zumbaba en el marco de la ventana. Se levantó y le lanzó un golpe con un periódico enrollado. Marian se había ido a casa para cambiarse de ropa, a él no le parecía necesario, pero había prometido volver enseguida. Iban a ir a Finnemarka para hablar con Henny Marie Aas. Si fuera necesario la traerían con ellos de vuelta para tomarle declaración. Se sentía agotado, la mosca se estampó contra el suelo. Tomó asiento y cogió un montón de papeles con sus comentarios, flechas y letras disparadas en todas las direcciones. Arriba del todo ponía FW con una flecha que apuntaba a Colin y seguía hacia Roy. En el margen había tachado una X y escrito Klaus Bjone.
Lo que le extrañaba de Dan era que parecía que también quería distraer la atención de Frank Willmann, como si el vecino también fuera importante para él, exactamente como le había dicho Jonas Tømte. Y eso de los prismáticos era interesante. Tendría que ir otra vez a hablar con Frank Willmann. Se quedó mirando al vacío. En ese instante sonó su móvil. Reconoció el número de Roy Hansen y se llevó el teléfono a la oreja.
—Cato Isaksen al habla.
Roy Hansen gritó:
—¡Alguien se ha llevado a Sebastian de la guardería!
Cato Isaksen miró al frente, se levantó bruscamente y miró hacia la puerta abierta, hacia Roger, que de pronto se materializaba en ella. Su pulso se aceleró.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué estás diciendo?
—Ahora, hace diez minutos.
Cato Isaksen consultó la hora. Eran las 16:15.
—Una anciana, no tengo ni idea de quién era. En la guardería. Dice la cuidadora que llevaba una carta, una especie de justificante mío, que decía que era la madre de Vivian. Pero ¡Vivian no tiene madre! ¡Está muerta!
Roger estaba frente al escritorio. Cato levantó la mano para pedirle que esperara. Desde el pasillo se deslizaban voces al interior del despacho. Irmelin Quist asomó la cabeza.
—La comisaria está intentando localizarte, Cato.
Roger Høibakk le hizo una señal para que saliera.
Cato Isaksen sostuvo la mirada de su compañero.
—¿Y no tienes ni idea de quién puede ser la anciana, Roy?
—No tenemos ni idea de quién es. Se llevó a Sebastian, así, ¡lo cogió y se lo llevó!
Cato Isaksen agarró las llaves del coche, que estaban sobre la mesa, y le hizo una seña a Roger para que fuera con él.
—¿Dónde estás ahora, Roy?
—En la guardería.
—Vamos para allá, ¡mándame un sms con la dirección de la guardería y espérame allí!
Las puertas cromadas del ascensor se desplazaron hacia un lado.
—Esperemos que se trate de un malentendido —dijo Cato Isaksen mirando a Roger Høibakk—. Pero ¡joder!, también puede ser un giro radical, un giro terrible. Llamaré a Marian. Está en su casa de Solveien. Puede llegar allí en cinco minutos —Cato Isaksen presionó frenéticamente las teclas del teléfono y en ese mismo momento le llegó un sms con la dirección de la guardería.
Se abrieron las puertas del ascensor.
—Que alguien haya recogido al niño es una cosa —dijo Roger—, pero haber presentado una nota falsa es otra. ¿Se trata de un asesino o de dos? ¿Es el asesino el que se ha llevado al niño?
Cato Isaksen tapó con la pierna la célula fotoeléctrica. Marian contestó al instante.
—¡Marian, escucha! No preguntes, limítate a escuchar —le explicó rápidamente lo que pasaba—. Está a cinco minutos de tu casa, coge el coche ahora mismo.
Bajaron en el ascensor y corrieron hacia el coche civil de policía. Cato Isaksen se inclinó hacia el interior, agarró la luz azul y puso de un golpe el imán sobre el techo. Roger Høibakk saltó al asiento del copiloto. El coche civil subió por la rampa haciendo sonar los neumáticos. Pasó rozando la alambrada. En la calle marcó el número de la central de operaciones.
—Sí —dijo una voz. Cato Isaksen informó brevemente sobre el asunto y pidió que se quedaran a la espera de un nuevo aviso—. Vamos para allá, os mantendremos informados. Comprobad sobre la madre de Vivian Glenne, supuestamente ha fallecido. Pasad la información a Marian en cuanto lo sepáis. No pediremos refuerzos hasta que hayamos valorado la situación de primera mano. Nos pondremos en contacto con la central y emitiremos una orden de búsqueda al momento si la situación se confirma.
—Comprendido —dijo el hombre que estaba al otro lado de la línea.
Cato Isaksen se guardó el móvil en el bolsillo de la camisa, giró el volante a la izquierda y puso la sirena.
Roger Høibakk se puso el cinturón de seguridad de un tirón.
—¿El niño tiene abuelos?
—Solo tengo noticia de la madre de Roy Hansen —dijo Cato Isaksen secamente. Daba vueltas a la situación sin parar.
—Tenemos que tener cuidado con minusvalorar a Roy Hansen en toda esta historia, Cato.
Los coches se hacían a un lado para dejarles pasar.
—¡Sí!, pero no tengo malas vibraciones ni con Roy ni con Rita. Tiene que ser alguien externo. ¡Algo que no hemos visto! ¡La primera que se me ocurre es Birgit Willmann!