A una velocidad media de casi 100 km por hora, Cato Isaksen y Roger Høibakk entraron a toda velocidad en la E-6 y salieron de Oslo. Iban camino de Fredrikstad.

—Este es el caso más enfermizo que me ha tocado —dijo Cato Isaksen concentrándose para no embestir al coche que llevaba delante. Puso el intermitente y se colocó en el carril de la izquierda—. Cuando la prensa se entere de esto, el asunto va a estallar. Pero no hay nada que tenga lógica alguna. En realidad, ¿qué tiene Bjone que ver con todo esto? Es como si su ego se hubiera incrustado en la corteza de su cerebro. Los niños son seres indefensos.

Roger Høibakk se agarró al salpicadero cuando Cato Isaksen aceleró aún más.

—Una madre ha sido asesinada, un niño secuestrado, ¡masones! Nunca me han gustado, es como si se apoyaran en antiguas y oscuras tradiciones de los templarios. Bjone iba a ser elevado, ¿qué coño quiere decir eso?

Marian se lanzó al coche y salió marcha atrás del aparcamiento a tal velocidad que la perra se cayó sobre el asiento trasero. El corazón golpeaba su pecho como un martillo. Lo enfermizo de lo que acababa de conocer hizo subir una oleada de náuseas desde su estómago hasta su garganta. Miró un instante el reloj. Hacía media hora que el autobús había salido, así que si quería alcanzarlo tendría que sobrepasar con mucho los límites de velocidad permitidos. Su madre había dicho que Birgit llevaba con ella una gran bolsa de deporte. ¡Joder!

Volvió a colocar la sirena azul en el techo y apretó el acelerador a fondo. Sus manos temblaban. El guardia de la policía local llamó.

—En la granja de Ottar no hay ningún niño, y tampoco traía ninguno con ella. Ottar dice que la conoce bien y admite que se comportaba de una manera un poco extraña. Estaba exaltada y parecía una adolescente, lo dijo tal cual. Pero, lo dicho, ningún hallazgo positivo por el momento. ¿Nos necesitas para algo más?

Marian miró por el retrovisor. Adolescente no era precisamente la definición que se le venía a la cabeza cuando pensaba en Birgit Willmann, pero puede que fuera una definición precisa, a pesar de todo.

—Creo que me las arreglaré —dijo Marian—, viene una patrulla de Oslo a encontrarse conmigo. Aceleraré para alcanzar al autobús a la altura de Drammen. Gracias —marcó el número de Roger.

Cato Isaksen observaba fijamente el paisaje llano en el que los campos se sucedían como los cuadrados de una manta artesanal. Mientras Roger hablaba con Marian, podía reproducir la voz impostada de Dan Glenne Andersen desde su registro interior: Un hombre llamado Klaus Bjone es el asesino de Vivian Glenne.

El coche se acercaba a Fredrikstad. Cato Isaksen acababa de dar aviso a la central de guardia de que lanzaran un mensaje de búsqueda a todos los niveles y pidió a Roger que repitiera lo que Marian había dicho. Roger le ofreció el móvil:

—Puedes oírlo tú mismo.

Cato Isaksen puso el intermitente para dejar la carretera principal e incorporarse a un camino de arena. Las ruedas se salieron un poco del camino. Tuvo que dar un volantazo para sacar el coche de la cuneta y dio unos cuantos botes y bandazos hasta que pudo enderezarlo.

—¿Qué pasa, Marian? —Ella se lo contó muy brevemente—. ¡Santo Dios! —dijo él en voz alta—. ¿Qué quieres decir con que son hermanos?

—¡Joder! Vaya historia enfermiza —gritó Roger golpeándose el muslo con la mano.

Birgit Willmann iba detrás del todo. Alargó el cuello para observar al conductor allá al frente. El autobús bordeaba un campo de colza amarilla. Por unos instantes bajó la vista hacia su regazo, apretó con su dedo índice el cuello de la criatura adorable. Olía un poco mal. Ahora notaba el latido de la vida bajo la yema del dedo que presionaba contra su cuerpecillo. Los párpados cerrados vibraron ligeramente. Cerró a medias la bolsa de deporte. Era ella quien decidía sobre la existencia de un ser vivo, incluso cuando dormía. Una fina membrana separaba la vida de la muerte si ella lo quería así. Era ella quien decidía. Abrió y cerró los dedos, tenía las manos extrañamente calientes.

El conductor tocó el claxon por alguna razón, pero siguió su camino. Había leído sobre Houdini. Podía escapar de sus ropas sin abrir los botones, podía empequeñecer su cuerpo hasta casi caber en una cafetera. Cuando tenía clase de gimnasia en el colegio, se escondía en el escobero, junto a las pelotas de baloncesto, en un pequeño hueco tan estrecho que sus hombros entraban a presión. Pero ahora era una adulta. En los periódicos publicaban artículos sobre sexo constantemente. ¡Incluso en la portada! Los fines de semana eran difíciles. Porque no trabajaba y no podía ir a visitar a su madre. Frank no le daba permiso. Una vez intentó escapar. Pero se detuvo en el cruce, donde el camino del centro comercial iba hacia la derecha. Frank la forzó por primera vez cuando tenía 15 años, poco antes de que ella hiciera la confirmación. Desde el primer momento supo que su vida estaba sellada y que nunca tendría hijos. Todo encerraría su vida en un círculo perverso, un círculo perverso del que no veía ninguna posibilidad de salir. Él había transformado a Birgit en Birgit. La había convertido en nadie.