Las paredes verdes y la intensa luz de la lámpara le conferían al rostro de Frank Willmann un higiénico destello blanco. Incluso la camisa que llevaba puesta parecía de laboratorio y lucía blanca bajo esa luz.
El joven y pálido abogado tenía ronchas en la cara provocadas por los nervios. Se puso de pie y Cato y Marian le saludaron. El traje le estaba un poco grande. Un abogado de verano, pensó Marian. Los bufetes de abogados solían mandar a tipos como estos en los meses de vacaciones. En este caso grababan los interrogatorios en vídeo.
—Son las 18:15 horas del viernes 15 de julio —dijo Cato Isaksen dirigiéndose al micrófono, y pidió a Frank Willmann que dijera en voz alta su nombre y fecha de nacimiento.
Marian se había sentado. A su llegada a la comisaría los estaban esperando varios medios de comunicación. Dejaría que fuera Cato quien iniciara el interrogatorio. No debía irritarlo. Le afectaba que ella tuviera fama de ser buena interrogando. Lo sabía. En algunas ocasiones había conseguido que los acusados hablaran contra todo pronóstico. Varias veces, incluso a falta de pruebas técnicas concluyentes.
Frank Willmann echó un vistazo rápido a la cámara de vídeo que colgaba del techo. No sabía qué le convenía decir y qué le convenía callar. Un médico le había reconocido y habían tomado sus huellas dactilares. Estaba acostumbrado a tomar decisiones, pero no en una situación como esta. Afirmó que no le había hecho nada, que ese sms no quería decir lo que estaban pensando. Había estado un poco pendiente de su ventana en invierno, cuando estaba oscuro fuera y había luz dentro. Ella se había dado cuenta, pero era algo completamente inocente. Podía haberle llamado cosas peores, pensó mientras le entraban sudores fríos.
—El perro no me señaló a mí —dijo—. No tengo ni idea de quién ha podido coger prestada la pala —el joven abogado rubio tomaba notas en un cuaderno pequeño y grueso.
La mujer policía que le había visitado antes se aclaró la garganta. Observó la tarjeta de identificación que llevaba colgada del cuello. Tenía la cara surcada por la sombra de la persiana.
—El perro señaló la pala, no a mí —repitió irritado—, tiene que ser totalmente casual.
—La verdad es que en casos como este no hay muchas casualidades —dijo el que se llamaba Cato Isaksen.
—Y ha llovido —añadió la mujer policía—, a pesar de eso el perro se orientó claramente hacia tu jardín. Y allí estaba la pala ensangrentada. ¿Mantenías una relación con Vivian Glenne?
—No —afirmó él en voz alta. Birgit le había acusado de muchas cosas en el transcurso de los años; era bruto, cobarde, desastrado, olía mal y solo pensaba en sí mismo. La había hecho callar. Pero ahora, en cierta manera, ella estaba al mando, porque él estaba aquí.
Los dos investigadores y el abogado le observaban.
—Lo mejor será que digas la verdad —dijo Cato Isaksen.
Imágenes deslavazadas se proyectaban tras su frente. Los gatos que se apareaban en la pequeña granja familiar, el macho que sometía violentamente a la hembra que se quejaba con un agudo lamento y le arrancaba media oreja antes de penetrarla. Frank Willmann ladró:
—Solo pasa en las novelas negras que el malo confiese como pretendéis que yo lo haga. ¿Cómo te atreves a insinuar una tontería semejante? ¿Qué clase de pruebas tenéis? No sé nada de este horrible asunto.
Cato Isaksen gruñó.
—Si no tienes nada que ver con el caso, será mejor que adoptes otro tono. Nos han sugerido que les hagamos la prueba del ADN a sus hijos.
—Sí, hacedlo. Vivian era Vivian. La verdad es que son muy diferentes esos tres chicos. Dan será hijo de su padre y Kenneth se parece a Roy, pero ese pequeño llorón…
—También comprobaremos eso —dijo Isaksen.
Frank Willmann levantó la cabeza.
—¿Cuánto tiempo esperáis que consienta esto? No soy ningún asesino.
Su abogado se encogió un poco.
—Deberías documentar que esto es necesario —dijo.
Marian le miró. Tenía la cara aún más cubierta de ronchas rojas. Se marcaban sus cejas claras.
—Puede llevar mucho tiempo —dijo—, o poco. Eso depende de tu cliente.
—Recordad que Roy tenía que soportar bastantes cosas. No miréis en la dirección equivocada —dijo Frank Willmann.
Cato Isaksen se incorporó:
—¿Puedes explicar eso un poco más?
—Vivian le habló a Birgit de todos los hombres con los que estaba liada. Hace solo un par de días. Birgit estaba verdaderamente alterada. Roy puede haber…
—Así que Vivian Glenne le hizo confidencias a tu mujer, le contó cosas de sus amantes, y ella te lo contó a ti. ¿Es eso lo que quieres decir?
—Sí, así de sencillo.
—¿Y por qué motivo te envió ese sms?
—Estaba cabreada porque le pedí que dejara en paz a Birgit y porque le eché en cara todo lo que le había contado. Birgit no es fuerte. Y también puedo decirles que la información que le dio a Birgit no era especialmente sorprendente. Todos sabemos cómo era Vivian.
Marian se puso la mano en la nuca y notó que tenía el nacimiento del pelo empapado.
—Borraste el mensaje que ella te envió. ¿Cómo sabes cómo era Vivian?
—Claro que borré el maldito mensaje. ¿Quién estaría dispuesto a aceptar acusaciones como esa? Mirón, ¿no te fastidia? Pregúntale a cualquiera sobre Vivian. Pregúntale a su exmarido. Id a Lier y hablad con Colin.
—Hemos estado en Lier. ¿Qué opinas de Arne Colin Andersen?
—Colin no tiene nada que ver con esto —dijo tenso—, solo quería decir que él les contaría lo mismo que yo.
Marian se inclinó hacia Cato y le hizo una señal para indicar que debían dejarlo. El interrogatorio iba por mal camino. Cato Isaksen siguió preguntando.
—¿Arne Colin Andersen estaba celoso?
—¿Celoso? Claro que no, ¡demonios! Ya no. Solo estaba hasta las narices. Hemos mantenido el contacto después de que se mudara. Vamos de pesca juntos, nos relacionamos. Es un tío legal. Vivian le prohíbe a Dan que tenga contacto con él. Ya os he dicho que deberíais comprobar lo del BMW ese de color oscuro, ¿lo habéis hecho?
En ese momento golpearon el cristal con los nudillos. Cato se levantó y salió de la habitación para recibir el recado de que el coche patrulla que había ido a buscar a Andersen a la escuela de jardinería no le encontraba. Su novia decía que se había vuelto a ir al campo por algo del sistema de esclusas.
—¡Mierda! —exclamó golpeándose la palma de la mano con el puño—, ¿ese hombre es tonto, o qué?
Se dio la vuelta y miró por el cristal que daba a la sala de interrogatorios. Marian tenía razón. La conversación se había desviado. Debían dejarlo por esta noche. Tenía que reconocer que Marian había hecho una buena presentación sobre técnicas de interrogatorio en aquel cursillo. Planteó la importancia de que la policía no debía tener como objetivo doblegar al sospechoso, sino al contrario, recabar información de esa fuente para asegurarse de que descubría la verdad. De hecho se habían dado casos en los que el sospechoso había sido absuelto porque se habían empleado técnicas de interrogatorio equivocadas.
El equipo se reunió en la sala. Cato Isaksen suspiró cansado y se dejó caer en una silla con ruedas. Se desplazó hacia atrás. Se agarró al borde de la mesa con las dos manos para volver a acercarse a ella.
—¿Qué podemos decir de Willmann? —Sobre la mesa habían extendido fotos del lugar de los hechos. Marian consultó la hora. Eran las 19:36.
—¿Aún no ha llegado Arne Colin Andersen?
—Todavía no. Irmelin nos avisará —una arruga surcó la frente de Cato Isaksen—, nosotros tenemos su móvil, así que no podemos llamarle.
—Buscaré el número de Henny Marie Aas —dijo Marian mientras enviaba un sms al servicio de información telefónica—, no sé qué decir de Willmann. Mañana debemos poner en búsqueda el coche oscuro.
Roger Høibakk y Ellen Grue entraron en el despacho.
—La declaración de Roy Hansen no nos ha aportado nada nuevo —dijo Roger dejándose caer en una silla—, lleva aquí todo el día. Ahora está en el pasillo. ¿Le mandamos a casa ya?
—Dentro de un momento —dijo Cato—. Primero hagamos un resumen de la situación.
—Por cierto, Arne Colin Andersen tiene una sanción por posesión de cannabis y de alcohol destilado —le interrumpió Roger Høibakk.
—Ha estado en una clínica de desintoxicación y parece que ahora está limpio —dijo Marian. Bajó la mirada hacia el mensaje que entraba en su teléfono móvil. Marcó el número y se acercó el aparato a la oreja—. Seguro que Henny Marie Aas ha apagado el teléfono —suspiró.
Ellen parecía cansada. Arrastró una silla para sentarse y cogió una de las fotos de Vivian Glenne.
—Todavía estamos buscando huellas y objetos por la zona. Hemos precintado el invernadero y confiscado muchos utensilios de jardinería de las viviendas cercanas. Los técnicos han inspeccionado la casa de Willmann. De momento no hay ningún hallazgo. Una revisión rápida con perros en las casas tampoco dio resultado. Vamos, que no han encontrado ni ropa ni calzado. De momento no hemos cerrado el paso a ninguna de las casas, tampoco a la de los Glenne. Nos hemos conformado con acotar el jardín y el cobertizo de Willmann. Pero no se ha encontrado nada en su interior. Unas revistas porno y una botella de licor, eso es todo.
Irmelin Quist asomó la cabeza por la puerta. Vio a Marian y se enderezó, saludó con un rápido gesto de cabeza a los demás y miró hacia Cato Isaksen.
—Arne Colin Andersen no se ha presentado. Te dejo la bolsa aquí —dijo mientras volvía a marcharse.
Marian y los otros tres miraban fijamente la bolsa de plástico. Cato Isaksen parecía avergonzado, y Marian se dio cuenta de que contenía comida.
—No he tenido tiempo para nada hoy —dijo mirando a su equipo. Roger se rio con fuerza. Marian miraba al infinito. Ellen sonrió y dijo:
—Esas cartas que decís que el tal Andersen le ha enviado a Glenne no han aparecido.
Cato Isaksen la miró agradecido.
—Roger, he pensado que tú podrías ocuparte de todo lo que tiene que ver con la economía. Todo lo de Andersen, el dinero, la casa y esas cosas. ¿Pides un coche patrulla que pueda recoger a Andersen en la escuela de jardinería? —consultó su reloj.
—Sí —Roger se puso de pie—, he solicitado a las estaciones de peaje que comprueben si pasó por alguna de ellas el jueves. Por lo que he podido saber, tiene una furgoneta a su nombre.
—Sería un poco extraño que Willmann hubiera vuelto a dejar el arma del crimen en su propia caseta —concluyó Marian.
—Sí —dijo Cato, y añadió—: los Willmann no tienen hijos y tienen 63 y 58 años, respectivamente. Birgit Willmann le ha dado una coartada a su marido, pero no sé muy bien si confío en ella.
Ellen Grue asintió.
—Las huellas del suelo del bosque indican un calzado, aproximadamente, del número 43, pero no es una suela corriente, probablemente se trate de algún tipo de bota. Alguna versión de calzado de invierno. Willmann calza un 44, pero puede haber metido el pie en un 43 sin problemas. El perro detectó la pala por la sangre, pero no marcó a Willmann. Os informaremos en cuanto sepamos algo más de la pala. Está claro que el asesino puede haber utilizado guantes.