Dan fue a su habitación para cambiarse. La tía Rita le había obligado a comerse dos albóndigas y beber un vaso de zumo. No le hizo ninguna pregunta. Dejó que se quedara solo y fue al cuarto de estar con Roy y los pequeños. Cerró la puerta a su espalda y oyó a lo lejos la risa de Kenneth. No quería acordarse del bosque y de lo que había visto. La espesura del bosque volvía a abrirse en su interior una y otra vez. Todo era oscuro y horrible, como un dolor físico desde la nuca hasta la zona lumbar. Oía el estruendo del agua en su interior y el ruido de un animalillo que escarbaba entre los arbustos. Ese lugar le acercaba a sus visiones. Le susurraba que la muerte es una gran boca. De la tierra vienes. En tierra te convertirás. Iría a ver a Jonas. Pasaría por la gasolinera y luego iría con Jonas. Todavía faltaban varias horas para que oscureciera, pero podían reconocer el terreno.
—Están aquí otra vez, esos dos chicos —dijo Eva Bjone estirando el cuello. Se sentía triste. Parecía que estaba participando en un experimento para torturarse.
—¿Qué chicos?
—Esos del ciclomotor —dijo ella—, vigilan la casa. A lo mejor van a cometer un robo, como estamos en época de vacaciones… He oído algo en las noticias sobre bandas que vienen de países del Este.
Klaus Bjone se levantó y se acercó al antiguo escritorio con patas de león, se puso tras ella y miró hacia el exterior.
—¿Quieres café?
Él no respondió. Se limitó a mirar fijamente a los chicos que bajaban por la calle montados en el ciclomotor blanco. Podía ver sus espaldas. Uno de ellos llevaba casco.
—No están vigilando la casa, Eva. Tranquilízate un poco. Hoy será mejor que no oigamos las noticias, no te convienen. El asunto de ese asesinato es demasiado para ti. Además no tengo más remedio que acercarme un momento al trabajo. Estaré de vuelta dentro de una hora.
—¿Ahora? ¿En sábado?
Él se levantó. En sus años como militar había superado toda clase de situaciones, algunas muy complicadas. Pero ahora sentía la presencia del peligro; incluso cuando dormía, esperaba oír silbatos o el estruendo de manos golpeando la puerta para despertarlo.
Volvió a mirar por la ventana. Ninguno de los coches que pasaban por delante se detenía.
—Es algo urgente, tengo que darme prisa. No hagas ninguna tontería, Eva —le advirtió.