La joven suplente observó a Marian Dahle.
—Estaba a punto de cerrar. Lo de Vivian es, sencillamente, horrible. Fue Birgit quien le consiguió trabajo aquí hace año y medio.
—¿Está Birgit aquí? —Marian fue rápidamente hacia la trastienda y apartó la cortina de la entrada.
—No, soy la hija del jefe. Mi padre está en Francia. Se alegró cuando volvió de la baja maternal la primavera pasada porque se le dan muy bien los clientes. ¿Qué pasa? ¿Ha ocurrido algo más?
—No —mintió Marian—. ¿Sabes dónde está Birgit?
—Birgit se ha cogido un par de días libres. Ayer iba al acto en memoria de Vivian y hoy parece que iba a visitar a su madre, pero mañana estará de vuelta. Hoy voy a cerrar, pero no me han dicho que tenga que abrir mañana, así que seguro que estará de vuelta para entonces.
—¿Dónde vive su madre? ¿Cómo se llama?
—No lo sé. No conozco a Birgit muy bien, pero dijo algo de Notodden. Una vez me contó que le gusta coger la línea exprés de Rjukan, que se relajaba y descansaba a bordo, y que casi siempre se sentaba en el mismo asiento, detrás del todo.
—¿Sabes si la madre vive en una casa o en una residencia?
—No sé, no tengo ni idea —se encogió de hombros.
Marian dio las gracias, salió de la tintorería y fue deprisa hacia la escalera mecánica. Se abrió paso entre dos señoras, y envió un sms a Cato informándole de que iba camino de Notodden, que Birgit Willmann probablemente iba a bordo de un autobús. Luego, se quedó al pie de la escalera buscando el Expreso de Rjukan en el iPhone mientras la gente se apresuraba a su alrededor. Había salido un autobús de la Central de Autobuses de Oslo a las 16:40. Cogieron al niño sobre las 16:05. Podía haber llegado a tiempo. El autobús llegaría a Notodden a las 18:38. Juha aún no había llegado en su bicicleta. Se sentó en el coche, que había aparcado justo detrás de los contenedores para donación de ropa, y llamó a la central de alarmas para pedirles que buscaran en ese mismo momento el nombre de la madre de Birgit Willmann.
Buscó el apellido Willmann en información. Solo aparecieron los nombres de Birgit y Frank. El hombre de la central le devolvió la llamada.
—Su nombre es Bodil Margaretha Thilius —dijo la voz—, pero no tiene un teléfono a su nombre.
—Vale, gracias —dijo Marian. Thilius también era un apellido poco común. Si la madre no tenía ni teléfono fijo ni móvil a su nombre, no sería fácil localizarla. Echó un vistazo al reloj y calculó que el autobús ya habría pasado por Drammen. Llamó a la policía local de Notodden y dio directamente con la centralita de guardia. El hombre que contestó comprendió inmediatamente la gravedad del asunto y enviaría lo que tuvieran disponible de personal, que probablemente no sería mucho, pensó Marian, pero prometieron estar esperando en la estación cuando llegara el autobús y cogerla. Pero Marian pensó que era posible que Birgit Willmann no estuviera de camino a Notodden, puede que estuviera en su propia casa, después de todo. Y puede que tuviera allí a Sebastian.