Alzó la mirada hacia la ventana del dormitorio de Birgit y Frank. En la puerta abierta que daba al jardín las cortinas oscilaban despacio, como un fantasma. No se veía a nadie. Se ajustó la chaqueta y comprobó la hora. Frank era la última persona con la que querría encontrarse ahora. La puerta del cobertizo estaba cerrada. El sonido de la televisión fluía hacia la zona de juegos vacía. Abrió la portezuela y se coló dentro, echó un vistazo a las jaulas de conejos vacías que estaban debajo del arbusto de lilas; anticuadas, hechas con tablas de madera gris y una tela metálica como las que se usan para las gallinas. Agarró la pala de hoja afilada. La flor de Kenneth sería bonita, más que las de los otros niños.
La dosis de vino blanco que se había tragado ayudaba a moderar algo su malestar. Un hombre que hacía footing pasó corriendo por la zona de juegos. Se dio la vuelta y le siguió con la mirada. Pasó junto a los columpios. Las malas hierbas asomaban entre los charcos que se habían formado en cada bache del sendero. Levantaba la pala con las dos manos. Los zapatos de tacón no eran adecuados para el bosque. Además, tenía los pies doloridos después de haberlos llevado todo el día en la tintorería. De pronto se dio cuenta de que la pala estaba marcada con una W. La inicial estaba escrita con rotulador y se había difuminado un poco sobre el asa de madera de la pala. Típico de Frank, siempre temía que alguien fuera a quitarle algo de su propiedad.
Colin le había propuesto en varias ocasiones que se reunieran en el invernadero para hablar. Ella no quería. Era partidaria de ventilar las cosas, pero ¡joder!, que no se creyera que ella estaba dispuesta a repetir las cosas una y otra vez. El sol forzó su camino a través de la capa de nubes y dibujó manchas doradas sobre el sendero. Hacia el interior del bosque las sombras de los árboles parecían trazos de tinta.
El invernadero no tenía más de tres metros de largo por dos de ancho. Una de las ventanas, cubierta de plástico, estaba rasgada y oscilaba con el viento suave que bajaba murmurando desde las copas de los árboles. La cubierta tenía manchas de humedad aquí y allá. El agua goteaba desde las hojas afiladas y formaba ríos de lluvia sobre el techo transparente. En la parte de atrás se apretaban helechos y ortigas, junto a la pared había algunas latas de cerveza vacías. Algún que otro pájaro emitía un sonido triste. A quince metros de allí, a través de la hojarasca, veía los coches que pasaban lanzados por la carretera principal. Cuando construyeron el invernadero, organizaron una jornada de trabajo voluntario para todos los niños de las dos hileras de chalets adosados. Plantaron a un lado crisantemos, petunias y flores aterciopeladas a las que Kenneth llamaba las grandes de día y de noche. Desde entonces, todos los años dedicaban un día a plantar. El huerto excavado alrededor estaba en gran parte cubierto de malas hierbas. Kenneth se llevaría una flor grande de día y de noche a la guardería al día siguiente, una de color morado oscuro, de corola amarilla. Clavó la pala en la tierra y se acercó al invernadero para abrir la puerta.
Del interior emanaba un pegajoso olor a moho. Insectos minúsculos, del tamaño de la cabeza de un alfiler, se pegaban al marco de plástico, junto al techo. Los bancos de tablones grises estaban vacíos. En un rincón había macetas marrones apiladas, algunas tenían un poco de musgo en el borde. Se agachó para buscar una del tamaño apropiado, en realidad tenía que ser bastante pequeña. Sus tacones se hundían en el suelo. Cuando llegara a casa tendría que limpiarlos.
Una oleada de sucesos pasó por su mente, pero todo estaba bañado de una soledad gris. Tal vez podría acceder a que Dan pudiera volver a ver a Colin. En cualquier caso, ya era tan mayor que no podría controlarle por mucho tiempo. Estaba harta de todo, y por eso iba a cambiar. La reacción de Klaus la había sorprendido. Había gateado por el suelo del invernadero como un niño, había llorado mientras le rogaba que no lo abandonara. ¿Abandonarle? Pero si ella estaba casada. Había creído que él era un tipo duro. Había estado en la guerra. Se había sentido orgullosa de que quisiera estar con ella, pero hacía un rato le había amenazado con llamar a su mujer. Cuando hablaba de Eva, veía la vergüenza en sus ojos. Hería su sensibilidad, como un color pastel cubriendo un lienzo. Pero parecía claro que había tocado su autoestima. Le dijo a Vivian que tuviera cuidado. Ella se había transformado en el Enemigo.
Dan le había contado a Roy el incidente del coche mientras cenaban y vio que Roy se ponía alerta. Dan dijo que Jonas le había visto con anterioridad, no era raro puesto que vivían cada uno en un extremo de la calle Konvall. A ella lo único que realmente le apetecía hacer era acurrucarse en la cama con Roy, algo que pasaba cada vez con menos frecuencia. En lugar de eso, le había reprochado que nunca se fueran de vacaciones, pero él respondió que más adelante alquilarían una caravana y se alejarían de casa. Ella no le escuchó con mucha atención, pero él había murmurado algo de que la previsión del tiempo a largo plazo anunciaba una ola de calor para dentro de un par de semanas. Todo volvería a ser como antes, todo volvería a ser completamente normal, esta vez para siempre.