Jonas Tømte cruzaba deprisa el puente de Dyveke. Llevaba una chaqueta corta en un color amarillo fluorescente, como las que utilizan los trabajadores de los ferrocarriles y los ciclistas. Y se había puesto el pelo de punta con un montón de brillantina. No quería aparecer por allí como un tipo insignificante. Eran las 10:15. Un borracho gritaba algo con medio cuerpo colgado sobre la barandilla. El tráfico sonaba como el rugido de un león. Sus padres no sabrían nada. No iban a enterarse absolutamente de nada. Había cogido el autobús y se había bajado en la parada anterior a la Central de Autobuses de Oslo. Tenía que mantener la concentración. Había acabado con Dan. Dan hacía cosas peligrosas. A partir de ahora tendría que apañárselas solo. Se había metido en un lío peligroso con sus padres.

La comisaría era enorme. Las nubes se reflejaban en las superficies acristaladas haciendo que pareciera que todo el edificio navegaba hacia un lado. Jonas entró por la puerta principal y se acercó a un mostrador de la recepción. Montones de policías iban de un lado a otro. Un guardia joven lo miró y él dijo que venía para hablar con Cato Isaksen. El hombre indicó el ascensor con un gesto.

—Quinta planta.

A la salida del ascensor le estaba esperando una señora de cabello corto y canoso. La siguió por el pasillo. Se cruzaron con dos policías de uniforme. Miró por las puertas abiertas y vio a gente inclinada sobre sus escritorios.

—Aquí —dijo la mujer señalando una puerta.

El policía se levantó y le dio la mano. Delante de él, sobre la mesa, había un montón de papeles. Por un momento tuvo la sensación de que el policía no quería soltarle la mano. Pero pudo liberarse y tomó asiento.

—Gracias por venir, Jonas Tømte.

—Mi padre me espera abajo —mintió—, estamos de camino a Hvaler. ¿Vais a hablar con él también?

—No, ya he hablado con él. Menos mal que pudimos localizarte antes de que os fuerais —Cato Isaksen le miró y apoyó las manos sobre la mesa. Jugueteaba con unas gafas de cerca.

Jonas cerró los dedos en torno al borde de su silla. Negaría lo de la pistola.

—Esto que has hecho con Dan Glenne Andersen… espero de verdad que seas consciente de… Habéis dejado pistas falsas para incriminar a un hombre inocente —su voz sonaba severa.

—Sí —Jonas Tømte bajó la cabeza. En la boca tenía un sabor amargo.

—¿Conoces bien a la familia de Dan?

Asintió con la cabeza y levantó la mirada.

—¿Sabías que la madre de Dan mantenía relaciones con otros hombres además de Roy?

—Sí, me he dado cuenta. Era bastante maja, pero para Dan era horrible. Solo quería ayudar a Dan, pero eso de la tierra fue idea suya. Cree que su padre ha matado a su madre, pero yo no lo creo.

El policía le preguntó qué había hecho el jueves cuando mataron a Vivian. Había estado jugando online así que esa no era una cuestión peligrosa. Se había conectado como Lethe. ¿Pero por qué le hacía esa pregunta? Como si él fuera un maldito asesino. Dijo que podían revisar todo su equipo informático. El policía le miró.

—Hemos encontrado unas cartas en la gasolinera, en una caja de herramientas. ¿Sabías algo de esas cartas?

Asintió otra vez. Seguro que ahora tocaba lo de la pistola.

—Colin quería un millón de coronas —dijo.

—¿Conoces a su padre?

—Sí. Colin es majísimo. Me llevaron con ellos de acampada el año pasado. No bebía mucho, no estropeó la salida. Henny Marie nos hizo la comida, y estuvo muy bien.

Cato Isaksen vio pasar a Marian por el pasillo. Distraído, se volvió hacia Jonas Tømte otra vez.

—¿Qué número calzas? —preguntó.

Jonas levantó una pierna.

—El cuarenta y uno —dijo.

—Y ¿quién crees que ha podido hacerlo?

—No lo sé, pero este invierno una vez vi a Frank, el vecino, mirando con prismáticos por la ventana. No se lo he contado a Dan porque aprecia a Frank.

Cato Isaksen le contempló un largo rato. Luego se puso de pie.

—Antes de que te marches tenemos que tomarte las huellas dactilares, es pura rutina. Aquí tengo una cajita, solo tienes que apretar la almohadilla negra con el índice.