Nadie abrió la puerta. Marian tamborileó con los dedos sobre su muslo y se agachó para mirar por el cristal rugoso del lateral. Puede que Birgit Willmann solo hubiera querido ayudar. Pero, en ese caso, ¿qué necesidad había de hacerse pasar por la abuela del niño? Puede que sencillamente estuviera loca del todo. Rita Glenne dijo que había algo que no cuadraba en esa pareja, y ella también tenía esa sensación. Salió corriendo por la acera, pasó la parada del autobús, la fila de casas, giró frente a la última y bajó por un camino peatonal, una ligera cuesta abajo que llevaba al parque infantil. Echó una mirada a la entrada del bosque. La lona que cubría el lugar de los hechos seguía estando desplegada. Tuvo una intuición repentina y pasó corriendo frente a los juegos, atravesó la entrada al bosque y fue hacia el pequeño invernadero. Miró en su interior. Estaba vacío. Volvió corriendo por el mismo camino. Abrió la cancela del jardín de los Willmann, se acercó a la puerta que daba al jardín y la golpeó hasta hacer oscilar el cristal. Las cortinas estaban echadas. Consultó la hora, ya eran las 16:44. La tintorería no cerraba hasta las 17:00. Tal vez Birgit Willmann estuviera allí. ¡Claro que estaba allí!

Marian se lanzó de vuelta al coche y marcó el número de móvil de Juha. Él contestó al momento. De fondo podía oír el runrún de la mezcladora de cemento.

—Juha, has presumido de que puedes abrir puertas con una ganzúa. Coge mi bici, que está debajo del tejadillo en la parte de atrás de la casa, y ven aquí. ¡Trae a Birka! Quiero entrar en casa de Birgit Willmann.

—¡Estoy liado con la piscina!

—¡Haz lo que te digo! Es solo una puerta que da al jardín, Juha. Trae las herramientas y ven al centro comercial. Espera frente a la puerta principal y yo te recojo.

Cato Isaksen frenó para dejar paso a un peatón y siguió a toda velocidad por la calle Oslo. Los pensamientos daban vueltas por su cabeza como un montón de abejas cabreadas. Roy Hansen no paraba de hablar desde el asiento del copiloto.

—Es completamente innecesario dedicarle tiempo a esto —temblaba—, mi madre… no tiene nada que ver con…

Cato Isaksen giró por la calle Dyveke y aceleró por la calle Konow. Recibió una llamada de la central de alarmas. Cato Isaksen volvió a pedirles que esperaran con el aviso de búsqueda. La situación podía empeorar si la prensa lo publicaba y era algún loco quien tenía al chico. El coche camuflado navegó hacia la rotonda y giró a la derecha con un fuerte tirón.