Era como si alguien le hubiera arrancado la piel para después colocarle debajo de un foco. Cada movimiento dolía. Roy Hansen había construido un camino de bloques de madera con Kenneth y Sebastian. El borde de la encimera de la cocina se clavaba en su cadera. Se abrió la puerta de la calle y Dan apareció repentinamente en la cocina. Empezó a sangrar por la nariz sin previo aviso. Un reguero de sangre de color rojo intenso que manaba a borbotones sobre su labio superior y alrededor de su boca.
—¿Qué te ocurre, Dan? —Roy cerró la puerta del frigorífico de un golpe, cogió un trozo de papel del rollo de la encimera y se lo alcanzó.
Dan aceptó el papel, levantó la cara y lo presionó contra su nariz.
—La policía dice que tengo que ir con ellos a Finnemarka —dijo enfadado y subió por la escalera.
Roy le siguió con la mirada.
—¿Y eso por qué?
—¡Para encontrar a papá, joder!
Kenneth llegó corriendo.
—Más refresco, papá, más refresco.
Su padre echó en un vaso un poco de zumo de un cartón que había sobre la encimera.
—¿Puedes inventarte un troll, papá? Voy a hacer un troll de plastilina —Kenneth tenía un bigote de zumo en el labio superior.
—¡Deja ya de incordiar! —gritó Dan—. ¡Joder!
—Ve a ver la tele, hijo mío —Roy Hansen tragó saliva—. Puedes sentarte en mi sillón, pero no corras con el vaso en la mano, Kenneth.
Cato Isaksen conducía. El semáforo cambió del rojo al amarillo. La fila de coches que los precedía empezó a moverse a tirones irregulares. Cato soltó el embrague y pisó el acelerador. Marian puso las manos sobre sus muslos y extendió los dedos de uñas cortas como un abanico.
—Mi problema es que lo veo todo con mucha intensidad. Las impresiones se van acumulando en mi interior hasta llenarse por completo.
—¿Y qué ves?
—Mejor pregúntame por lo que no veo. Dan está metido en algo —Marian cogió el móvil y envió un sms a Juha en el que le decía que cogiera la bicicleta y fuera a la gasolinera para investigar en el taller. Mira donde cambian el aceite. Nosotros recogemos ahora a Dan.
Cato Isaksen miró por el retrovisor y redujo la velocidad tras el coche que los precedía.
—La verdad es que me asustas un poco, Marian —sonó su móvil. Se pasó la mano por la barbilla. Era una especie de mala costumbre que había adquirido—. Hola, Bente —dijo girándose hacia el otro lado. Marian recibió una respuesta de Juha. No.
Tecleó una respuesta: Entonces ya puedes ir recogiendo tus cosas.
—No, ahora no tengo tiempo, Bente. Espero que los chicos estén bien. Pero iré el viernes, eso es seguro. ¿Cómo estás? ¿Seguro que estás morena y guapísima? —habló dos minutos más y terminó la conversación—. Te echo de menos, Bente.
Marian le miró. No le gustaba que hablara con Bente.
—Había pensado en pedir una baja por enfermedad —dijo. En ese momento llegó un mensaje de Juha. Vale, entonces iré.
—No puedes coger una baja, somos muy pocos. Te necesito, Marian. Tienes otra perspectiva… Ese grupo especial del que hablé este invierno… he pensado…
Ella esbozó una sonrisa. Él había dicho: Te necesito. Esas palabras entraban en su cuerpo como una ola de calor.
—Antes tienes que enseñarme a abrir puertas con una ganzúa, Cato.
—Y tú, esta vez no juegues a los detectives privados por tu cuenta. Eso de que viste a Dan…
Ella le interrumpió.
—Estos días tengo más que suficiente con arrastrarme hasta el trabajo. No tengo reservas. Pienso en Dan y en sus hermanos. Ser un niño es una situación muy competitiva. Se espera que los niños estén bien atendidos, que los lleven sobre la espalda como los escorpiones.
—¿Hacen eso los escorpiones?
—No sé. A lo mejor no lo recuerdo bien. Puede que escupan sobre sus hijos y desaparezcan sobre la loma de una duna de arena. Nunca tendré hijos.