Jonas Tømte observaba fijamente el grueso tronco del abedul por la ventana de su habitación. Las marcas negras parecían grietas. Franjas blancas de sol se abrían camino entre las hojas. En los haces de luz que caían sobre su escritorio bailaban partículas de polvo. Su cuarto era el doble de grande que el de Dan y tenía su propia entrada en la planta baja. La puerta principal estaba en la parte de atrás. Oyó los pasos de sus padres allá arriba. Le dolía el estómago. Vivian se había comportado como una arpía. Su garganta se cerraba. El llanto presionaba sus párpados. Comprobó la hora. Eran las 20:43. Este jueves se había convertido en un día de mierda. Seguro que Vivian se follaba al hombre del jersey rojo. Por eso había perdido el control. Podía ver los ojos oscuros de Dan. Vivian era una maldita madre de mierda. Las madres, por mucha igualdad que hubiera, cumplían una función distinta a la de los padres. Las madres no iban de aquí para allá como anguilas escurridizas. Llevaban a sus hijos en el cuerpo, en la mente y en el alma. Las madres se definían por sus hijos y los hijos por sus madres. O, por lo menos, debería ser así. Eran los padres quienes se comportaban como insectos errantes. Libélulas de alas azules incapaces de levantar el vuelo de la flor de color intenso sobre la que se habían posado. Giró la silla y agarró un libro negro de la estantería baja que tenía detrás. Lo abrió al azar. Apresúrate a gozar, tú que estás vivo, en tu cálido lecho, antes de que el gélido Leteo acaricie tu pie desnudo. Lo había escrito Goethe. Leteo era la misma muerte. Tu pie desnudo, tu pie que huye, un buen nombre para un juego. Posó sus dedos sobre el teclado y creó un perfil, llamándose Leteo en esta ocasión. Escribió que tenía 21 años, como acostumbraba, puso una contraseña y un nuevo nombre de usuario y empezó a construir un personaje. Creó un hombre que tenía el cabello canoso y vestía un jersey rojo. Dan ya estaba conectado, podía ver que Thio estaba en plena batalla con otros dos. Dan sabía que tanto Leteo como Amadeo eran alias suyos, así que si no dejaba el juego, podía ser una buena señal. Leteo buscó una bomba y la detonó junto a Thio. Retumbó por la ciudad digital hasta el cielo. Allí, dos gaviotas que llegaban planeando desde el mar fueron desplumadas en vida antes de desplomarse, ensangrentadas, sobre el techo de cristal de un edificio y caer en un canalón. Tal vez debería buscarse otros amigos. En todo caso, Dan y él estaban jugando juntos. La red ponía en contacto a los amigos, de la misma manera que las distintas áreas del cerebro cooperaban para generar esperanza y empuje. Había leído que el lóbulo frontal moderaba los sentimientos negativos y ayudaba a trabajar de forma sistemática para alcanzar un sistema de recompensas. Él tenía una memoria fotográfica que hacía que le fuera bien en el colegio, al contrario que a Dan. Recordaba textualmente lo que ponía a continuación de lo del lóbulo frontal, que elementos decisivos de la estructura cerebral como la amígdala, el tálamo y el hipocampo contribuían a crear sentimientos positivos, y que la dopamina transmitía información entre los distintos campos.

El sol creaba un diseño de luz entrelazada sobre el suelo de tierra. El plástico mate hacía de lente de aumento y realzaba parte del dibujo oscilante. El viento tiraba del fragmento de plástico roto con un chasquido, como sábanas tendidas para secar. Una mariquita cruzaba el suelo de tierra, brillante como una gota de sangre que tuviera patas y vida. Se puso de pie. Fue entonces cuando vio movimiento en el exterior. La sombra de una persona. Un hombre.