s.f@com.no
Bandeja de borradores
Jueves, 14 de julio 18:04
¡Besas como el mismo diablo! ¡Pero te detesto! Porque ahora sé que yo no era el único, éramos muchos. Estoy helado, como si me estuviera pudriendo por dentro. ¡Deseo que todo te salga mal!
He llorado por primera vez desde que era niño. Te quería para mí solo, para siempre. Ahora parece estúpido, pero yo deseaba que fuéramos tú y yo. Te reíste cuando te lo dije, pero yo pensaba que estaríamos juntos tanto tiempo que yo me encogería y me quedaría calvo, y tú tal vez enfermarías. He soñado con eso, porque así estarías atada a mí.
¿Por qué tengo que comer de tu mano como un perro que adora a su amo? Vas muy escotada y llevas zapatos de tacón, o botas altas, y te embadurnas de maquillaje. La diferencia de edad lo hacía aún más emocionante, pero, en realidad, no tengo mucho más que decir. Es evidente que para ti todo esto no significaba nada.
Recuerdo la primera vez. Empujaste el parque del niño hasta pegarlo a la pantalla de la televisión. Estábamos en diciembre. A día 5, para ser exactos. En la programación infantil emitían un nuevo episodio de «El calendario de Adviento». El número 5 brillaba cubierto de purpurina roja. Tu hijo estaba allí plantado, con el chupete puesto, mirando fijamente el televisor. Entonces nos fuimos corriendo al cobertizo. No había nieve, pero la hierba sin cortar estaba amarilla y cubierta de escarcha.
El vaho escapaba de nuestras bocas, y el olor a madera mojada excitaba mi nariz. En una estantería desordenada había una manta de lana verde que extendiste por el suelo. Sobre mi polla deslizaste un aro de goma negro con pinchos. Todos los hombres sueñan con una mujer como tú.
Puedo ver cómo te mueves. Vista por detrás eres un poste, alta y delgada, con las piernas largas y estrechas caderas de chico. Pero, cuando te giras, aparecen tus pechos grandes y tu vientre un poco redondeado. No eres guapa, tus rasgos son demasiado bastos y tu nariz grande, pero eres sexy.
Me utilizaste. No he olvidado lo que me contaste de tu primer novio; dijiste que el sexo no era gran cosa, pero era secreto y estaba prohibido, y encendía en ti una llama que buscas constantemente para volver a prenderla. Las escenas histéricas que montaba tu madre, casi de opereta, le añadían emoción.
Me lo explicaste exactamente así. Tu madre está muerta, y tú perteneces a un taxista. Creo que eres de primera clase, pero las cosas no salieron bien.