Vivian Glenne empujó la puerta y salió despacio.
—¿Qué haces aquí? —En la mano llevaba la pequeña maceta. Tuvo una sensación heladora, como si hubiera abierto una ventana en invierno. Arrastró la pala hacia ella, como si la pudiera proteger. Porque pasaba algo con su mirada. La luz del bosque teñía sus ojos de un verde sobrenatural.
Él apartó una mosca y la contempló con asco.
—¿Tú que crees que hago aquí?
Se acercó a él, vio sus labios carnosos y húmedos, notó el olor a hierro que salía de su boca, insinuó una sonrisa, como solía hacer, y quitó una hoja de su hombro.
—Sé lo que vas a decirme, pero ¡basta ya!
Se dio la vuelta, dejó la maceta en el suelo y empezó a cavar para sacar la flor aterciopelada más bonita. Uno de sus tacones se atascó en la tierra mojada y el dolor de su tobillo torcido subió como una descarga eléctrica por su pantorrilla. Se quitó los zapatos de una sacudida, se agachó para coger la planta llena de tierra con la mano, se giró, pero no le miró a la cara, dejó la vista prendida de su cuello. Los trinos dispersos de algunos pájaros se abrieron paso entre la hojarasca. El suelo húmedo traspasaba sus medias y enfriaba sus pies.
—Mantengo unida a mi familia, trabajo y cocino. Acabo de coger una flor para Kenneth.
Se oyó un crujido que debía de proceder de un animalillo escondido bajo unas hojas. Un camión cambió de marcha por la cuesta poco empinada, tras los árboles. Los troncos se agolpaban como barrotes y tapaban la vista.
Giró la cabeza, levantó la barbilla como era su costumbre y dijo:
—No tengo nada más que decir —agarró la pala y empezó a caminar hacia sus zapatos. Volvió a clavar la pala en la tierra con un movimiento brusco—. No estoy dispuesta a aguantar esto. ¡Vete ya!
De pronto estaba junto a ella, la agarró por los antebrazos, la arrastró unos metros y empezó a zarandearla. Se escabulló. Instintivamente se abrazó a un árbol, con la pala aún en la mano.
—¡Te estoy diciendo que se arreglará! —gritó ella.
Su voz sonaba como un señuelo falso y débil. De pronto sentía que se estaba agarrando a una columna que se caía.
Volvía a estar junto a ella, muy cerca. Se dio la vuelta, levantó la pala e intentó darle. Luego empezó a gritar.