Un hombre alto, de sesenta y tantos años, miraba por la ventana.

—Al menos está en casa —dijo Marian bajando del coche de un salto. Cato cerró de golpe la puerta del conductor. La capa de nubes era pesada, de un gris plomizo pero, a pesar de eso, un estrecho rayo de sol había conseguido abrirse camino a través de un claro y teñía una delgada franja del césped de un verde más intenso. Una tumbona blanca estaba colocada junto a un bebedero de obra. El viento agitaba las páginas de una revisa del corazón.

Cato Isaksen fue directamente a abrir la puerta del garaje. El jeep verde tenía pintura de camuflaje en el capó. Se deslizó hacia el fondo.

Marian llamó a la puerta. Abrieron al instante. El hombre llevaba pantalones claros de verano y una camisa azul oscura de manga corta. Era esbelto y de porte erguido, con un rostro frío y atractivo y el cabello gris plateado. Desprendía autoridad y tenía un cuerpo ágil. Sus zapatos eran aproximadamente del número 43.

Marian mostró su identificación.

—Somos de la policía —dijo.

Klaus Bjone la miró fríamente, pero la dejó pasar. Se fijó en que junto a la puerta había una pequeña pantalla, parte de un equipo de vigilancia. Él siguió la dirección de su mirada.

—Mi mujer es algo aprensiva —dijo secamente—. Supongo que son conscientes de cuál es mi rango. ¿Qué están haciendo en el garaje?

—Estamos llevando a cabo algunas averiguaciones en relación con el asesinato de la mujer de la tintorería. Nos han dado una información sobre que estuviste involucrado en un incidente con Vivian Glenne el jueves pasado. Y sí, sabemos cuál es tu estatus.

—No sé qué es lo que están buscando —la miró enfadado. Sus ojos eran de un azul casi turquesa y tan faltos de calidez como el agua fría.

De la pared empapelada en rosa colgaba una especie de diploma, confirmaba que Klaus Bjone había sido nombrado caballero de alguna clase. Además había un sinnúmero de retratos de uniforme y medallas enmarcadas. Junto a ellas había unas fotos de una niña pequeña. Él siguió su mirada.

—Es nuestra nieta. Mi mujer no se encuentra muy bien en estos días.

—¿Cómo? —Echó un vistazo rápido a los zapatos que estaban alineados. Olía a limpio, a jabón Lagarto—. ¿Cómo que no se encuentra bien? —repitió.

—Tiene algunos trastornos sin definir por los que está siendo explorada en el hospital. Nuestra nieta es lo único que la anima, por decirlo de algún modo.

—¿Tu esposa está en el hospital ahora?

—No, está arriba descansando. Por favor, no la metan en esto.

Marian lo observaba.

—Nos preguntábamos si tienes un jersey rojo.

Bjone la miró con dureza.

—¿Qué clase de pregunta es esa? Tengo un jersey que suelo ponerme en el campo de golf.

—¿Podrías buscarlo?

Él entró en lo que parecía una pequeña oficina. Tiró de un cajón y sacó el jersey.

—Quiero un abogado que pueda impedir que se me acuse precipitadamente —dijo—, y mucho cuidado con que esto se filtre.

—Así que admites las circunstancias. Nos han dado una pista en el sentido de que paraste frente a la vivienda de Vivian Glenne el jueves por la tarde, en un BMW.

—¡No entendéis! Sencillamente tengo un carácter algo fuerte.

—¿Dónde estuviste el jueves por la tarde?

—Estuve aquí la mayor parte del tiempo.

—¿La mayor parte?

—Estuve trabajando en el jardín. Sí, me hirvió la sangre cuando esa señora de la tintorería, de la que he oído hablar en las noticias, forzó el paso por el puente delante de mí. Tenía obligación de ceder el paso, pero se abrió camino. Fui tras ella. Para colmo de descaro, me hizo un gesto obsceno. Tuve que conducir un tramo medio subido a la acera.

Para colmo de descaro, pensó Marian, menuda forma anticuada y cursi de expresarse.

Cato Isaksen entró. Se presentó brevemente.

—¿Dónde has metido tu coche?

—Está aparcado en Lutvann, en el campamento militar.

—¿Por qué?

Klaus Bjone se transformó, intentó ser educado pero no era capaz de ocultar su ira.

—Tal y como parece que se está desarrollando este asunto, no quiero contestar a nada más.

Pensó en los dos muchachos. Uno era el hijo de Vivian. El que trabajaba en la gasolinera. ¡Tenían que ser ellos! Habían robado su petate y la pistola Glock. Tenía que reflexionar. Había robado el arma mientras ejercía de juez durante un ejercicio de «repetición» del servicio militar un par de semanas antes. Y estaba cargada.