Henny Marie se lanzó hacia la ventana. Unos cuantos coches patrulla venían a gran velocidad y, uno detrás de otro, llegaban frente a la casa y frenaban de golpe. Detrás del todo iban una ambulancia y un taxi. Eran cerca de las 04:00.
Los policías bajaron a la carrera de sus coches. El que se llamaba Cato Isaksen fue corriendo hacia la puerta. Ella veía la cuerda de la ropa vacía y las flores silvestres que colgaban ahítas de agua junto al muro donde terminaba el jardín y empezaba el bosque. Una nota constante llegaba desde el canalón. Podía oírla a través de la pared. Se secó las manos en el delantal y fue al encuentro de los policías.
Cato Isaksen aspiró el olor a café y a tarta de chocolate. Se asomó y vio que la mesa de la cocina estaba puesta con un mantel de cuadros azules y comida. En medio de la mesa había un oso de peluche marrón. La imagen resultaba absurda.
—Estamos preparando una sopa. Sopa caliente —explicó ella—. ¿Qué está pasando?
—Iré a buscar las verduras —dijo Yngvil, abrió la puerta del sótano y bajó corriendo las escaleras.
Cato Isaksen no había obtenido respuesta a su consulta sobre si el helicóptero estaba disponible. El aire estaba gris, el cielo estaba gris, todo era gris.
—¿Podéis ocuparos de Roy y de Rita? Axel Tømte viene de Hvaler. Está en camino.
Henny Marie miró por la puerta y vio a Roy llegar corriendo con Rita pisándole los talones. Llevaba a Kenneth en brazos. El niño tenía una bolsa de chuches en la mano. Henny Marie bajó las escaleras corriendo y las dos mujeres se abrazaron.
El agua rugía. Sonaba como un terremoto. Jonas fue hasta la escalerilla metálica y miró hacia la minúscula cabaña. El agua caía por el borde de la presa. El ruido impactaba en sus oídos y llenaba de ecos las profundidades de su cerebro. Cerró la mano helada en torno a la barandilla y bajó tembloroso por los escalones. El sonido atronador del agua ahogaba el llanto del niño. Abrió la puerta y entró, dejó la escopeta en el suelo y sacó de la mochila al niño. El estrépito del agua hacía temblar las paredes. Dejó al niño en el camastro, cogió la mochila y volvió a salir por el pequeño muro de cemento. Lanzó la mochila a la masa rugiente de agua marrón. Solo para ver qué pasaba. La mochila pareció, por un instante, una mano que decía adiós, antes de ser absorbida por un remolino y desaparecer más abajo.
Encontró un abrelatas y cogió una lata de conserva del armario. Comió las albóndigas frías con la salsa grumosa de color marrón claro con un tenedor. Encontró la botella de licor detrás de las latas. Dio dos tragos largos y notó el calor en su pecho. El niño estaba completamente quieto sobre el camastro y le miraba fijamente. Observó sus manitas, su rostro, las orejas, la cabeza. Las cosas no eran lo que parecían. La suma de los hechos salía mal cuando se hacía la cuenta con dos desconocidos. Uno era culpable, el otro inocente hasta que se demostrara lo contrario. Ahora debía ejecutar. Cogería el autobús con su abuela a las 14:00, desde la parada de autobuses de Jernbanetorget. En aquel momento eran las… giró la muñeca para descubrir que había perdido el reloj. ¡Mierda! Sacó la cuerda del saco, tenía que encontrar una piedra. Tenía ganas de contarles a sus padres que ya no era amigo de Dan. Llovía aún con más intensidad. Pero la previsión del tiempo a largo plazo había anunciado sol para la semana siguiente. Pensó en eso. Pronto se apoyaría en la soleada pared de la cabaña de Hvaler y sentiría el amargo olor a sal del mar.