Dan jugaba a Warhammer. Su cabeza estaba llena de sonidos, como si sus orejas se hubieran convertido en radares que captan todo tipo de frecuencias y señales. Recordaba lo mucho que había querido a su padre. Ya no podía ser así. Apretó el ratón y liquidó a alguien. ¿Por qué no volvía Jonas? En el móvil tenía varias llamadas perdidas de Henny Marie. Su padre también había intentado llamarle, un par de días antes, pero no tuvo fuerzas para contestar. En la planta de abajo el salón estaba lleno de gente. Algunos eran policías y otros de no sé qué hospital, y habían venido dos amigas de la tía Rita. Se acercó a la ventana y vio su propia imagen reflejada en el cristal, las cuencas de los ojos, la boca y los pómulos. La luna blanca como el papel casi llena mostraba las cicatrices grises de sus mares. Bajó la vista hacia la acera rematada de sombras que caían desde los arbustos pegados a la cerca. El viejo seto de lilas extendía sus ramas como una red espesa y rígida. En la calle había algunos fotógrafos y algunas personas más. Las ventanas de Frank y Birgit estaban oscuras, no había nadie en la ventana de la cocina. Tampoco en el dormitorio de invitados. Las farolas lucían en la noche gris grafito. Polillas blancas daban vueltas a los globos blancos, pero la niebla llegaba rodando a girones calle abajo y pronto desaparecieron los insectos. Entonces vio que se encendía la luz de la cocina al otro lado de la calle y que Birgit se afanaba con algo en su interior. Podía ver retazos de su vestido, pero carecía de rostro y manos.