Parecía que el bosque se había tragado a los dos perros. Marian corrió por el sendero, se detuvo, llamó y volvió a correr, se aclaró la voz y puso las manos a ambos lados de la boca como un altavoz.
—¡Birka! —gritó hasta que se le quebró la voz, su sonido detenido por una pared de abetos. Recordó el peluche del desván. Varios años atrás tuvieron un caso en el que una mujer se había ahogado en una bañera. Su bebé deambulaba con su peluche debajo del brazo. Se acordó de que el osito era azul claro y que la niña había chupado una oreja hasta dejarla mojada y aplastada.
Habían llegado más agentes de Drammen. Un par de ellos iba armado y se había introducido en el bosque por distintos senderos. Marian se había alejado de ellos y siguió corriendo sola. Habían avisado a Ellen Grue y a todos los técnicos. Comprobarían el desván. Birka nunca antes había desaparecido. Siguió corriendo al trote y verificó la hora. Eran las 22:45, y cuando volvió a mirarlo ya eran más de las once. Cada vez que sus zapatillas impactaban sobre el suelo del bosque se oía un pequeño estruendo hueco, como si hubiera una habitación secreta bajo el sendero pisoteado.
—¡Birka! —¿qué le habría pasado a Sebastian? Organizó los escenarios en su cabeza como si fueran las fichas de un dominó, pero nada cuadraba en ningún sentido. Podría ser que el sitio del desván tuviera algo que ver con el caso, pero Henny Marie parecía, en cierta manera, digna de confianza. Henny Marie quería a Colin y a Dan. ¿Pero qué pasaba con Sebastian?
La hojarasca era espesa. Leves rachas de viento movían las hojas haciendo que las gotas de agua cayeran en el sendero delante de ella. Clavó las rodillas en el caminito oscuro. Se dividía e iba en varias direcciones. Uno de ellos llevaba a la cabaña de Råvann. No reconocía el camino que habían seguido Dan y ella. Aquí, en alguna parte, estaban Frank Willmann y Arne Colin Andersen. ¿Por qué no la oían? ¿Dónde estaban los otros policías? ¿Había oído algo? Se detuvo un rato dejando que su corazón se tranquilizara, luego continuó caminando hasta llegar a un espacio abierto con abetos, agua, pozas y ciénagas. Se oía el rugido de un río. La noche de verano llegaba rodando entre los árboles. Se dio la vuelta y empezó a correr para regresar. Tal vez Birka estaba esperando junto al coche. Su desaliento pasó a ser esperanza. Estaba tan cansada que sus piernas apenas la sostenían, tenía hambre y sed. Se llamaba Ho Kwon, era un puño de tigre.
A las 23:45 estaba de vuelta en la escuela de jardinería. Los dos coches de policía aún estaban aparcados en la explanada junto al coche camuflado de Ellen Grue. Ella estaba junto al vehículo, guardando sus cosas. Marian fue hacia ella. Cato Isaksen llamó en el mismo instante en que tuvo cobertura. Contestó. La casa estaba oscura. Las ventanas parecían ojos ciegos. Su voz le llegaba a través del teléfono.
—Marian, ¿dónde coño estás? Ellen dice que se vuelve. Dice que no hay rastro del niño.
Consiguió normalizar su respiración.
—Todo está bajo control, Cato. Hemos buscado, los otros siguen en ello, no hemos encontrado a Andersen, tampoco a Frank Willmann. ¿Había algo en esa dirección de Skøyen?
—Solo dos ancianas bebiendo vino. Hemos dejado personal allí, aún las están interrogando, pero no, no creo que tengan nada que ver con esto. Deja que la patrulla de Drammen siga allí y vente hacia aquí. Tienes que escribir un informe sobre Birgit Willmann, luego analizaremos todo en conjunto. Tendremos que seguir trabajando durante la noche. Hemos llamado a Randi y a Asle para que interrumpan sus vacaciones. Mañana estarán en su puesto.
—Ellen y yo nos vamos ahora mismo —dijo para terminar la conversación. Tendría que ir a la comisaría y volver allí más tarde. Se acercó a los dos policías uniformados que salían de la casa—. Si encontráis a mi perra, ocupaos de ella. Una bóxer casi negra con el morro y el pecho blancos.
Frente a la comisaría se alineaban periodistas y fotógrafos a la espera. Marian entró en el garaje y cogió el ascensor hasta la quinta planta. Una nota oscura vibraba en su frente. Sus zapatos embarrados dejaban marcas en el suelo. Ahora no debía provocar a Cato con su preocupación por la desaparición de la perra. Tenía razón cuando decía que no debería llevar a Birka al trabajo. Ya lo habían discutido muchas veces, y al día siguiente regresaba de vacaciones la comisaria Ingeborg Myklebust.
En el interior del edificio el ambiente estaba acelerado. El equipo se había reunido en la sala de juntas contigua al despacho en esquina de Cato Isaksen. Ya eran diez. La gente se afanaba de un lado para otro. Había fotos de Sebastian y Vivian extendidas por la mesa. La reunión llegaba a su fin. Cato Isaksen acababa de hacer unas declaraciones a los medios y estaba en permanente contacto con Drammen.
Ellen Grue se pasó exhausta la mano por la frente.
—Esa manta y el osito del desván, no sé qué pensar. Henny Marie Aas insiste en que no tiene nada que ver con el caso Sebastian. No podemos creernos eso. Los tengo aquí, tanto la manta como el saco de arpillera. Arriba no había otros indicios visibles, solo unas botellas de licor vacías y un oso de peluche viejo. Puede que sea el nido de Arne Colin Andersen, como dice su novia.
—Lo de Birgit y Frank es completamente enfermizo —dijo Roger contestando al teléfono.
—He intuido que había algo que no cuadraba en ellos desde el principio —dijo Marian mirándole.
—Quiero el resultado del análisis de ADN ya, Ellen, ¡joder! —Cato Isaksen la observaba—. ¿Quién es el padre de Sebastian? No podemos esperar más, ¡demonios! —Ellen Grue asintió con un gesto y salió del despacho.
Cato Isaksen dio instrucciones a todo el mundo y luego miró a Marian.
—¡Esto es una mierda! La Policía Judicial ha dado orden de búsqueda para Sebastian a nivel nacional. Todas las instancias están alerta y se han cerrado las fronteras. Además voy a mandar a cinco hombres a Finnemarka ahora mismo. Acabo de estar en contacto con Roy Hansen y Rita Glenne. Han aceptado recibir más ayuda psicológica. Dan está con ellos. Tendrás que informar brevemente sobre Birgit Willmann, Marian, antes de escribir el informe.
—No hay nada más que contar, Cato, aparte de lo que ya sabes. Redactaré el informe mañana —dijo Marian sintiendo que las náuseas se movían por su cuerpo. Tenía que volver para buscar a Birka. Los rostros del resto de los investigadores parecían superficies blancas.
—¡Escribe el informe ahora! La comisaria llega mañana hacia el mediodía.
—Siempre con la maldita manía de los informes… Nos hace perder la concentración sobre el caso.
—No es tu misión particular solucionar los problemas del cuerpo, Marian. ¡Encontraremos a Sebastian Glenne Hansen! ¡Cumpliremos con nuestro trabajo! ¡Ponte a escribir!
Salió del despacho. La angustia vibraba como un alambre en su cuerpo. Recibió un mensaje de Juha. Estoy vigilando la casa verde claro. Hay unos cuantos periodistas y algunos sanitarios, creo. Tienen encendidas todas las luces. Ella respondió. No hace falta, Juha. Vete a casa. Por aquí todo muy intenso. Cato Isaksen le gritó algo. Ella tenía lágrimas en los ojos. Irmelin Quist venía hacia ella por el pasillo. La administrativa la miró pensativa.
—Voy a pedir algo de comer —dijo juntando las manos.
Cuando Marian regresó con el informe solo quedaban en el despacho Cato y Roger. Irmelin había calentado un par de minipizzas en el microondas. Estaban blandas y ardiendo, pero sin gratinar. Sus compañeros pasaban deprisa por el pasillo. Algunos hablaban por el móvil, otros corrían.
—Aquí está el informe —lo tiró sobre la mesa.
Cato Isaksen la observaba. Sonó el móvil de Roger Høibakk. Contestó y salió al pasillo.
—El aire está lleno de malas vibraciones en todo lo que se refiere a este caso, Cato —bajó la mirada hacia él—, cosas invisibles, vibraciones peligrosas y destructivas. No es seguro que Vivian Glenne entendiera lo que Birgit le dijo, porque utilizó la expresión somos como hermanos —Roger colgó y volvió a entrar—. Vivian estaba estresada porque había hablado de más sobre sus infidelidades. Roy no debía enterarse, y seguro que se arrepentía de habérselo dicho a Birgit, pero ¿qué podía significar?
Cato Isaksen se frotó intensamente la nuca.
—¿Pero por qué secuestrar a Sebastian? ¿Quién coño se ha llevado al niño? ¡No tiene ninguna lógica! ¡Nada cuadra!
—Arne Colin Andersen —dijo Marian—, debimos llevárnoslo el viernes. Las personas se enfrentan unas con otras como las fichas de un juego, como si esto fuera un entretenimiento. Roy es muy celoso, pero falta algo, un eslabón perdido.