Klaus Bjone esperaba a solas en la sala de interrogatorios. Miraba a los policías que pasaban por el pasillo, al otro lado de la cristalera, mientras una ira sin límites se acumulaba en su interior. Tierra en su coche, nada menos. Seguro que esos dos chicos la habían liquidado. Solo tenía una idea en la cabeza: vengarse. Esos dos pandilleros iban a enterarse de quién era él. La cámara de seguridad los había filmado y fueron ellos quienes robaron su pistola. El rubio vivía al final de la calle. Su padre, ese cretino arrogante, era catedrático de instituto. Demandaría a su familia. Estaba claro que el hijo de Vivian se había dado cuenta de que mantenía una relación con su madre. El asunto de la tierra del lugar del crimen era su forma de vengarse. El chico se iba a enterar de hasta dónde llegaba su red de contactos. Tal vez los chicos fueran demasiado jóvenes para ser juzgados, pero él buscaría la forma de darles su merecido.

Cato Isaksen estaba entrando en la sala de interrogatorios cuando sonó su teléfono. Era Ellen.

—Hay novedades, Cato. La cuestión que planteó Marian, que puede parecer que alguien ha puesto la tierra en el coche, tiene visos de ser cierta. Hemos hecho fotos tanto en el lado del copiloto como del conductor. Nuestra conclusión, de momento, es que realmente parece poco natural, como si la hubieran extendido. Y hemos encontrado una grabación en la cámara de seguridad del domicilio de Bjone. Dos chicos que se alejan agachados del garaje con un petate. Eva Bjone dice que no sabe quiénes son, pero hemos imprimido imágenes. Salgo con ellas de Bryn ahora.

Roy Hansen se encontraba en la sala de interrogatorios de nuevo. Estaba pensando en Sebastian, que había sido capaz de decir guau guau y tal vez hola también. En la habitación contigua esperaba un hombre canoso al que no había visto antes. ¿Estaría él también declarando por la muerte de Vivian? Le retorcería el cuello. Miró a Marian Dahle, que entraba en la sala, y se encogió un poco. Llevaba puesto el uniforme de taxista, pero no creía que después fuera a ser capaz de trabajar.

Lo miró y repasó mentalmente toda la conversación anterior.

—Esto no es un interrogatorio oficial, solo una conversación informal —le tranquilizó—, pero ¿por qué no nos dijiste que no habías aceptado las primeras carreras la noche del asesinato? Los puntos de recogida eran muy cercanos, te venía muy bien no tener que esperar a llegar al centro para empezar a trabajar.

Roy Hansen puso la cabeza entre las manos. Pensó en Rita. Antes habían subido de puntillas para ver cómo dormía Sebastian.

—Sigo manteniendo que no sé nada del asunto. Es solo que no quería que pensarais que tenía algo que ver. Me limité a dar unas vueltas por la zona para ver si podía encontrar ese BMW.

—¿Cuánto tiempo estuviste dando vueltas?

—No mucho, tal vez unos diez minutos. Algo menos. Solo quería ver si podía averiguar dónde vivía el tipo. No hay tantos BMW en nuestro barrio.

Marian lo observaba.

—¿Y esperabas encontrar a ese hombre dando vueltas al azar? Parece muy improbable, por no decir otra cosa.

Él sostuvo su mirada.

—Pero tú no lo entiendes —dijo él. Tanto echaba de menos a Vivian que sentía un dolor físico. El olor de su perfume, sus brazos, su cuello.

—¿Qué es lo que no entiendo?

Sintió que no podía más. Todo lo que acumulaba en las rendijas de su historia empezaba a supurar.

—Creo que Vivian me era infiel —dijo sintiendo que acababa de encallar aquí, en ese pequeño cuarto, en el edificio grande y frío. No había sido su intención llevar esa idea hasta el final. Pero ahora lo había dicho en voz baja y se dio cuenta de que no provocaba reacción alguna.

Marian lo miraba, observaba sus ojos algo saltones. De pronto, Roy Hansen se confundía con la pared que tenía detrás. La jaqueca había vuelto.

—¿Sabes qué? Puedes marcharte. Ve a casa con tus hijos —lo contempló unos instantes—. Por cierto, ¿cómo está Dan?

Echó la silla hacia atrás.

—Va bien, teniendo en cuenta las circunstancias —Roy Hansen la observaba intentando adivinar qué estaba pensando.

Marian volvió a tener la misma sensación de que a Roy Hansen no le gustaba mucho su hijastro. Tendió la mano y estrechó con decisión la suya, fría y húmeda. ¿Por qué tendría las manos tan frías?

—¿Por qué no vino tu madre a la ceremonia? —le preguntó mirando el tejido de su chaqueta.

—A mi madre no le gustan mucho los líos —dijo saliendo rápidamente por la puerta.

Cato Isaksen hizo un gesto a Roger, indicándole que fuera a buscar a Dan Glenne Andersen. Marian entró por la puerta cuando Roger salía. Cato Isaksen le dedicó una mirada que no supo interpretar, pero entonces vio las tres fotos expuestas sobre la mesa. Su visión le provocó pinchazos en la frente. Tenía la sensación de que todo el oxígeno había desaparecido del despacho. Lo habían hecho, los chicos habían plantado pruebas. Dan y su amigo rubio, el que había ido al ceremonial. Cato Isaksen la miró malhumorado. Pensó que había vuelto a adelantarse. Lo que dijo de Dan y la linterna era correcto, y también que tenía cierto halo de mente criminal. Eso también era verdad.

Cato Isaksen empujó una de las fotos hacia Klaus Bjone. Mostraba a Dan y a otra persona, un joven vestido con una sudadera agazapado junto al muro del jardín de Bjone.

Klaus Bjone sintió que los papeles se habían intercambiado. Se reclinó en su asiento y cambió la mirada de un investigador a otro. Esta vez había perdido. O tal vez no… La noche anterior había guardado varias cosas, encontró bastantes que no le convenía tener en casa y las metió en una maleta pequeña.

Marian frunció las cejas.

—¿Por qué no nos contaste nada de los chicos, Bjone?

Una fría sonrisa se asomó a sus labios. Esa zorra le había perjudicado mucho.

—Una fulana —dijo, pero entendió en ese mismo momento que había empleado una palabra equivocada—. Mi mujer… —añadió al momento bajando los hombros, inclinándose de pronto hacia delante y escondiendo la cara entre las manos—. No debéis… Los chicos, entré corriendo en el garaje —toqueteó una miga que había sobre la mesa.

—¿Sabes quiénes son? —Marian hablaba bajito. Percibió la transformación total que se operaba en él. Como si fuera un santo que se desplomara.

Klaus Bjone sintió la fría superficie de la mesa bajo las palmas de sus manos. Recordaba que cuando supo que su padre se había suicidado fue corriendo al sótano. Le quitó el reloj y se lo guardó en el bolsillo. Sus hermanos habían preguntado por ese reloj de oro. Ahora tenía la misma sensación de entonces. Fue fijándose despacio en su interior.

—El hijo de Vivian… y el otro —susurró. Eva lo había entendido todo, claro. Había olvidado descongelar las chuletas para la cena. Tuvo la sensación de quedarse sin aire. Se había comportado como un perfecto imbécil. Él y Eva ya eran abuelos. A ella le parecía que no le dejaban cuidar a la niña con suficiente frecuencia. Ahora todo giraba en torno a la niña.

Estaba acostumbrado a la guerra, pero Eva era la única persona que le quería. Y Vivian estaba muerta, muerta como una estrella en el cielo nocturno. Constantemente había estrellas que se apagaban, pero su luz seguía brillando mucho tiempo después. La distancia solo podía medirse en tiempo. Agachó la cabeza y un sollozo escapó entre sus labios, seguido de un gemido.

—Ella… Vivian… ya no quería estar conmigo. ¡No quería! Dijo que yo nunca había significado nada para ella.

Marian y Cato se miraron. El hombre que tenían delante se había transformado por completo, como si fuera una olla a presión que por fin deja escapar un poco de aire. Marian pensó que el otro chico de la foto tenía que ser el amigo de Dan, el rubio del ceremonial.

Klaus Bjone se incorporó. Su rostro adquirió otra expresión. El momento en el que estuvo hundido había pasado. Recordó la guerra en la que había participado. El aire criminalmente seco. Los días que llegaban, uno detrás de otro. No había muerto. Dijo:

—Esos dos han echado la tierra en el jeep para que parezca que soy el asesino. Espero que no permitan que se vayan de rositas. Se trata de un delito muy grave.