Capítulo 69
No quería que fuese verdad. No quería haber formado parte de la mentira, ni admitir que había compartido algo con el hombre que la había engañado y había asesinado a su hermano.
Para cuando llegó al apartamento de Novak estaba tan cargada de ira que rompió la puerta de una sola patada.
No había sido Rhodes, sino Novak.
El que había trabajado a su lado. El que la había entrenado. Aquel pensamiento le atravesaba la mente, tan hiriente como un trozo de cristal.
Echó un vistazo a la sala de estar ignorando el olor a su compañero y las fotos de su exmujer y sus hijas. El apartamento estaba amueblado de forma austera aunque acogedora. Miró en la cocina y abrió el frigorífico. Encontró una botella de dos litros de vodka barato y se dio cuenta de que Novak había vuelto a beber.
Cerró la puerta de golpe y salió de la cocina. Llegó al dormitorio donde encontró un taco de recibos sobre una mesa. Se sentó en la cama. La mayoría eran de la compañía del gas, aunque había dos o tres de un restaurante en Lincoln adónde sabía que Novak solía ir a comer pastel de carne.
Sentía náuseas. Se intentó sacudir aquella sensación mientras peinaba la habitación con la vista, hasta que por fin reparó en la papelera. Tiró el contenido encima de la cama. Revolvió entre los papeles de caramelo y el correo basura. Luego encontró un papel arrugado debajo de la basura, lo rescató y lo abrió con cuidado. Encontró una pequeña hoja de papel, otra factura. Pero en este caso no era de comida o de servicios, era de una tienda de música de Sunset.
Lena la leyó. Novak había comprado una copia de la Octava Sinfonía de Beethoven el día anterior al asesinato de Holt.
Sintió que una parte de su corazón se había muerto. Buscó los cigarrillos en los bolsillos y encendió uno. Luego encendió la lámpara. Comprobó la fecha y volvió a mirar el título. Sabía que a Novak no le gustaba la música clásica, que solo escuchaba country.
Volvió a la sala de estar y abrió el armario. Tenía una colección de CD ordenada en los dos cajones inferiores. Rebuscó entre los títulos, abrió la bandeja del reproductor de música. Solamente encontró country.
Le dio otra calada al cigarrillo con las manos temblorosas. En ese momento, escuchó a alguien subiendo los escalones de la entrada. Alguien con botas. Era Rhodes.
Se paró en la entrada. Lena le observó.
—Lo sabías.
—Lo intuía —dijo en voz baja—. Pero no quería que fuese verdad.
Aquellas palabras llenaron la estancia y se quedaron un rato en el aire. Densas y penetrantes y tan oscuras como la noche.
—¿Cuándo? —preguntó ella.
—Sabía que Tim Holt no se había suicidado, Lena. En cuanto llegamos allí, intuí que algo raro pasaba.
—Entonces, ¿por qué insististe tanto en que lo era?
Él se encogió de hombros.
—No sabía quién había sido. Todo lo que sabía era que tenía que ser alguien cercano. Alguien que estaba al límite. Quería que pensara que se había salido con la suya. No quería darle ninguna excusa para hacerte daño.
Pasaron unos instantes durante los cuales Lena se quedó pensando en lo que acababa de decir Rhodes. Aplastó el cigarrillo contra un plato que encontró encima de la mesa. Después, le pasó la factura del CD.
—Novak mató a Holt y a la chica —dijo.
Rhodes se mantuvo en silencio, digiriendo las palabras. Lena vio el brillo y el reflejo de sus ojos, una mezcla a partes iguales de desilusión y de dolor. Lena decidió que le gustaba mirarlo. Ahora más que nunca.
—El CD ya está incluido entre las pruebas del caso —dijo—. No costará mucho comprobar el código de barras. ¿Tienes la púa?
Lena asintió. La sacó del bolsillo y se la dio a Rhodes.
—Aunque no sirva de demasiado consuelo —dijo él—, no creo que Novak matara a tu hermano intencionadamente. Cuanto más tiempo pasaba trabajando contigo, más le destrozaba.
—Pero ya no trabajamos juntos —dijo ella—. Y eso no justifica el asesinato de Holt o el de Molly McKenna.
—Eso es cierto.
Rhodes le dio la vuelta a la púa y la acercó a la ventana para poder examinarla.
—Sabía que la púa jugaba un papel importante —dijo—. Pero no podía descifrarlo. Al menos hasta hace veinte minutos cuando te vi arrancársela del cuello a la chica. —Rhodes se la devolvió junto con la factura—. Novak quería a su hija con locura, Lena. En especial en aquella época en la que sabía que la chica se había desmadrado. Solía seguirla a todas partes por la noche para sacarla de los bares.
—Ella era una fan de mi hermano. Probablemente se enteró de que Holt había vuelto y de que había formado un grupo nuevo.
Rhodes asintió.
—Le fue a ver tocar a algún garito y se puso el colgante. Apostaría a que lo hizo a propósito.
Lena se quedó pensando un momento. Cuando Holt vio el colgante seguramente se quedó helado. Había dado con la chica que nadie había podido encontrar, la joven con la que David Gamble salió del bar la noche que fue asesinado. Le había llamado a Lena para contárselo. Seguro que había seguido a Kristin y de algún modo se había enfrentado a ella. Novak se habría enterado y se dio cuenta de que tenía que hacer algo. Se estaba quedando sin tiempo.
Cuando Nikki Brant fue asesinada, Novak vio enseguida la oportunidad que le brindaba el que existiera un asesino en serie y se arriesgó. Robó una muestra de semen de Martin Fellows, lo guardó en la nevera junto a sus Coca-Colas Light y esperó. Cuando liberaron a James Brant, empezó a planificar su viaje a ese lugar donde podría dormir con los dos ojos cerrados y compró el CD que Lena encontró en el dormitorio de Holt.
Había vuelto a beber. Estaba fuera de sí.
Condujo hasta la casa de Holt. Encontró a Molly McKenna esperando en la cama y supuso que tendría que ser un daño colateral. Sabía lo que tenía que hacer y lo hizo tan rápido como pudo. Cometió un doble asesinato brutal porque creyó que así había encontrado una salida. Pero luego se dio cuenta de que no colaba y de que Lena había empezado a sospechar de Rhodes, así que le siguió la corriente. Improvisó sobre la marcha.
Lena observó a Rhodes, que se ajustaba el cabestrillo sentado en el sillón. Cayó en la cuenta de que la siguiente jugada de Novak habría sido quitar de en medio a Rhodes: hacerlo parecer como otro suicidio, como si Rhodes fuese culpable del asesinato de David, tal y como pensaba Lena, y no hubiera podido soportarlo.
Le vino un recuerdo a la memoria: la conversación con el hermano de Molly McKenna que apuntaba directamente a Rhodes.
—¿Por qué amenazaste al hermano de McKenna?
—¿Habló contigo?
Ella asintió.
—Sí. Me lo contó todo.
Rhodes esbozó una sonrisa.
—En cuanto identificamos a la chica, me di cuenta enseguida de qué se trataba. Era la confirmación de que todo el escenario del crimen era un engaño. Holt no se podía haber suicidado por la muerte de alguien a quien no conocía de nada. Yo lo entendí así, lo mismo que tú, y por tanto el asesino estaría pensando lo mismo. Romeo no era el autor de esos crímenes. Intentaba ganar un poco de tiempo antes de que tú lo averiguases. Quería mantenerte ajena al caso, intenté incluso que te echaran. Sabía que iba a ser imposible, porque se trataba de tu hermano, sabía que no cederías en tu empeño, pero tenía que intentarlo.
—¿Qué me dices del expediente de mi hermano? Tu declaración no aparece en ningún lado.
—¿Qué declaración?
—Bernhardt me dijo que tú estuviste con él ese día.
—Sí, aquella misma tarde, más temprano. Me reuní con tu hermano para tomar una cerveza y me marché antes de que abriese el garito. Siempre me sentí culpable de haberme ido. Les dije a Martin y Drabyak que estuve allí, pero supongo que consideraron que no merecía la pena dejarlo por escrito. Eso es lo que quería decirte la otra noche, cuando saliste corriendo del aparcamiento.
Bernhardt me contó lo que le habías dicho y no podía consentirlo. Quería decírtelo el otro día, como te lo estoy contando ahora.
Lena pensó en las colillas que había encontrado en el tiesto. Miró la cara de Rhodes y surgió ante ella otra nueva verdad. Su mente saltó a la noche que Martin Fellows la atacó. Se acordó de la mirada de Fellows cuando vio a Rhodes junto a la piscina. Fellows había estado vigilando su casa y sabía algo que ella ignoraba. No había sido Fellows quien había estado durmiendo en la tumbona, había sido Rhodes, trabajando en turnos de veinticuatro horas hasta que su cuerpo no aguantó más. Fellows sabía que tendría su testigo, porque Rhodes estaba intentando protegerla.
Pasaron unos instantes durante los cuales se fue asentando una sensación de calidez.
Rhodes se levantó y atravesó la sala en dirección a la puerta. Lena le siguió y bajó los escalones hasta la calle. El día se había oscurecido y un manto de nubes cubría aquel vecindario. A lo lejos, podía oír los aviones C-130 que, sobrevolando a baja altura y a poca velocidad, vertían un producto para reducir las llamas de las montañas antes de desaparecer en el cielo. Cuando se dio la vuelta Rhodes la miraba fijamente. De la misma forma que la otra noche. Y supo en aquel instante que la deseaba. Aunque, de nuevo, no era el momento adecuado. Lo que fuera a pasar no iba a suceder aquel día.
Él se subió al coche y bajó la ventanilla. Le lanzó una sonrisa melancólica y la miró fijamente de nuevo.
—A nadie la va a gustar esto —dijo él—. El Departamento está a punto de darle a uno de los suyos un funeral oficial, a un detective muerto en acto de servicio.
—¿Crees que nos podemos fiar de ellos con las pruebas?
—Ya no estás sola —le dijo él—. Ahora estamos tú y yo.
—Fiaré copias por si acaso y luego me iré directa al laboratorio.
—Y yo voy a localizar a Barrera y le pondré al corriente. Te llamo al móvil.
Rhodes la saludó con la mano y arrancó. Lena lo siguió con la mirada hasta que desapareció en la bruma.
«Solos, tú y yo».
No quería darle demasiadas vueltas porque sabía que lo iban a tener difícil. Lena sería la mensajera y Rhodes pagaría el mismo precio por desmontar el suicidio de Holt y hacer que el nuevo director de la Policía pareciera un idiota en la rueda de prensa.
Se volvió hacia el apartamento de Novak mientras en su cabeza empezaba a imaginarse cómo habría sido el asesinato de su hermano. Podía ver a Novak siguiendo a su hija de dieciséis años hasta la casa; saltar de rabia cuando vio a David en la cama con ella dando rienda suelta a sus instintos; disparar el revólver en un momento de locura y luego limpiar el lugar y deshacerse del cuerpo como si se tratase de basura.
Podía ver a su hermano intentando aguantar hasta el final. Se imaginaba a Novak disparando una segunda vez en el coche vacío para disfrazar el escenario del crimen con restos de pólvora.
Pensó en aquel bumerán que había vuelto de improviso, en el compañerismo y en lo que podía provocar en el alma el conocimiento de la verdad. Se vio asomada al abismo y se dio cuenta de que de alguna forma lo había logrado. Había cerrado el caso y había logrado sobrevivir.