Capítulo 4

Lena atravesó el vestíbulo de la casa. A pesar de su inquietud, quería aprovechar para hacerse una idea de cómo habían estado viviendo James y Nikki Brant antes de que la investigación se iniciara formalmente. Había adquirido esa costumbre desde que ascendió a detective, en especial cuando entraba en un domicilio donde se había cometido un asesinato. Quería tener una visión inicial sin contaminar, libre de sesgos, aunque solo fuera superficialmente, antes de que en su mente se quedara sellada para siempre la imagen de la víctima al encontrarse con la muerte.

La casa le parecía ahora más pequeña de lo que le había parecido en un primer momento. Tendría unos cuatrocientos metros cuadrados, y su diseño, con espacios diáfanos, era distinto del típico de la época en la que había sido construida. Desde el vestíbulo donde se encontraba podía divisar la cocina a la izquierda y parte de la sala de estar a través de un arco abovedado. A mano derecha había un pequeño estudio y el pasillo que daba a la parte posterior de la casa.

No parecía haber ningún desorden, no había señales de forcejeo. Solamente la cinta amarilla con la que Rhodes había acordonado las entradas a cada habitación para marcar una zona de seguridad a lo largo del pasillo que iba a parar a la habitación situada al fondo de la casa.

La habitación donde se había cometido el asesinato.

Lena alejó la mirada mientras notaba un aire helado alrededor. Parecía hacer tanto frío dentro de la casa como fuera de ella. Miró hacia la mesa y el espejo que había colocados frente a la puerta de entrada, se fijó luego en el termostato que había en la pared mientras se preguntaba por qué no estaría encendido. Rebuscó en el bolso y sacó su libreta donde anotó la temperatura que hacía.

Luego volvió a fijarse en la mesa. La luz estaba todavía encendida y pudo notar la ausencia de polvo y un ligero olor a limpiador. Habían limpiado la casa. No el día o la noche anterior, como para tapar algo, sino durante la última semana. A los de la Científica les gustaba que hubiese polvo, por toda la información que podía contener. Aquello no les iba a hacer gracia.

Lena dibujó un plano de la casa en su libreta. Se asomó a la cocina y vio un montón de periódicos apilados junto a la mesa y los platos de la cena del día anterior junto al fregadero. No había muchos, seguramente cenó una sola persona.

Cuando se acercó al arco abovedado se fijó en la ausencia de mobiliario en la sala de estar. Se asomó un poco, aplastando el cuerpo contra la cinta para poder tener una mejor vista. El techo también era abovedado y la pared del fondo era un gran panel de cristal. Al otro lado de las puertaventanas vio una terraza recubierta de losas que daba a un jardín trasero de tamaño considerable rodeado por un muro. Volvió a observar la habitación en busca de algún objeto personal, pero no pudo encontrar ninguno. Todo lo que había era una televisión en el suelo, junto a una caja acústica y a una pequeña pila de discos.

Lena se volvió hacia el umbral y pudo ver a Lamar Newton preguntándole algo a Novak en la entrada de la casa. Cruzó al otro lado del vestíbulo, para echar un vistazo al estudio. Las paredes estaban repletas de libros colocados en estanterías de obra. El único mobiliario de la habitación consistía en un viejo sillón de cuero y un pequeño escritorio de madera con una silla que parecían como de niño. Había una lámpara de mesa en el suelo. En lugar de una mesa auxiliar sobre la alfombra blanca había quince libros de gran tamaño, colocados como si alguien los hubiese estado estudiando sentado en el suelo. El cordón de seguridad abría un camino hasta el ordenador que había encima del escritorio.

Se puso a analizar la casa, intentando catalogar lo que había visto hasta el momento. A pesar de estar situada en una zona acomodada, estaba prácticamente vacía, lo que parecía indicar que James y Nikki Brant tenían problemas de dinero. Todas sus pertenencias cabrían en una pequeña furgoneta. Aún así, Lena podía notar la presencia de algo que no conseguía identificar.

Su mirada vagó por la habitación hasta fijarse en los libros que había sobre la moqueta. Eran libros de arte, con pinturas, esculturas pero también edificios construidos desde el Renacimiento hasta el siglo diecinueve. Lena reconoció uno de los libros sobre arquitectura, porque lo había leído siendo estudiante en la Universidad de California Los Ángeles, mucho antes de saber que acabaría siendo policía.

Se volvió de nuevo hacia las estanterías y comenzó a repasar los títulos, sorprendida al comprobar que no había una sola obra de ficción. Todos los libros colocados a la altura de la vista eran libros de negocios. En cambio, los colocados a la altura de la rodilla trataban sobre arte.

—Ya estamos listos, Lena —dijo Novak en voz baja.

Lena se giró hacia la puerta. Novak estaba cruzando el vestíbulo con Rhodes. Lamar les seguía junto a Ed Gainer, un investigador de la oficina del forense con el que Lena había coincidido en otras ocasiones. Iban a hacer un reconocimiento preliminar.

—Venga, vamos —dijo Rhodes.

Comenzaron en el pasillo. Iban despacio, en silencio. El único sonido que se escuchaba era el crujir del suelo de madera mientras avanzaban. En la pared de la izquierda había varios armarios y también la sala de la lavadora. Pasaron delante de un cuarto de baño a mano derecha, situado en la mitad pasillo, pero no se detuvieron hasta que llegaron a la puerta del fondo: donde estaba la razón por la cual aquel caso había pasado a ser de su jurisdicción.

Rhodes la miró. Lena vio cómo el forense adjunto se estremecía y creyó oír a Lamar susurrar un «mierda». Apretó los dientes y observó el dormitorio con atención.

Las cortinas estaban corridas y los tiradores se balanceaban con la brisa. Tardó unos instantes en darse cuenta de que las paredes habían estado pintadas en blanco con anterioridad, que no se encontraba en un matadero en una zona salvaje alejada de la civilización sino en la casa de una persona, en una calle tranquila. Inspiró con fuerza y soltó el aire. Había más sangre de la que había visto nunca. La masacre partía del centro de la habitación. La sangre salpicaba las paredes, el techo, y estaba esparcida por todo el suelo. Aun así, en el epicentro parecía reinar una cierta calma; allí un pequeño cuerpo parecía descansar, colocado con cuidado bajo un edredón blanco.

Más que la escena del crimen, Lena pensó que aquella habitación parecía una cámara mortuoria.

La mirada de Lena buscó la cara de la víctima a través de la oscuridad. Al no encontrarla se dio cuenta de que la cabeza estaba cubierta con una bolsa de plástico de supermercado.

—Cuidado con los escalones —susurró Rhodes entre dientes.

Lena bajó la mirada. Al igual que la sala de estar, el dormitorio estaba situado tres escalones por debajo del nivel del resto de la vivienda. Mientras recorría la zona acordonada se preguntaba cómo habría conseguido Rhodes dejar una vía de acceso libre hasta el cadáver. La tarea parecía prácticamente imposible, pero de alguna manera lo había logrado.

Necesitaba serenarse durante unos instantes. Cuando los destellos del flash empezaron a iluminar la habitación en penumbra, Lena dejó a Lamar a un lado y se aproximó a la cama, donde estaban Novak y Rhodes. Se fijó en una foto que había junto al despertador de la mesilla. Se acercó para observarla con cuidado de no tocar el marco de plata. Era una foto de Nikki y James Brant sentados sobre un césped abrazados el uno al otro. Parecían tan inocentes y felices, tan dispuestos a vivir sus sueños y afrontar un futuro juntos que desde luego no incluía lo que había ocurrido.

Lena se sacudió aquella imagen de la mente y fue hasta la ventana. Separó las cortinas en busca de algún rastro de sangre que pudiese haber en el suelo o en el alféizar. Sabía que aparte de en el propio cadáver, el punto de entrada era el sitio donde más probabilidades había de encontrar sangre. Se extrañó al no ver ningún rastro, lo que le hizo dudar de que la ventana abierta fuese por dónde entró el asesino. Se acercó algo más a ella. Respiró el aire fresco mientras estudiaba el jardín trasero. La neblina era ahora más espesa, se había quedado por debajo del nivel del tejado y se había asentado sobre el terreno. Aun así, y con cierta dificultad, pudo distinguir el perfil de una pista de tenis al otro lado del muro de la casa. Sabía que aquel jardín daba al Rustic Canyon Park.

Se volvió hacia Lamar, que en aquel momento estaba tomando fotografías panorámicas y primeros planos del cuerpo. Solo después de acabar un rollo entero bajó la cámara y la miró. El Departamento de Policía había comprado cámaras digitales unos años antes, pero todavía confiaba en las cámaras tradicionales para documentar las escenas de un crimen.

—Vamos a quitar las sábanas —dijo Novak en voz baja.

Lena salió de la zona de seguridad y consiguió llegar hasta a los pies de la cama a través del enorme charco de sangre.

—Voy a retirar la colcha antes de nada —dijo—. Puede que haya algo debajo.

Novak asintió:

—Despacio —comentó.

Lena agarró la colcha con ambas manos y la fue retirando lentamente hasta dejar al descubierto una manta blanca. Dos hileras de sangre procedente del cadáver rezumaban en la tela como el aceite de una lámpara abriéndose paso hacia la llama a través de la mecha. Lamar colocó otro rollo en la cámara y las fotografió. Lena le hizo una señal para que también sacara fotos del cuello de Nikki, que ya se podía ver con más claridad. La bolsa de plástico no solo cubría la cabeza de la víctima, sino que estaba atada alrededor del cuello y aparecía cuidadosamente rematada con una lazada.

Lamar tomó un primer plano del lazo desde el otro lado de la cama. Lena volvió a observar la bolsa de plástico para ver si podía descifrar las letras entre todas las salpicaduras y poder así saber de qué tienda provenía. Se estremeció cuando al acercarse un poco para tratar de ver mejor pudo distinguir el rostro de la joven a través del plástico. Con cada destello de la cámara de Lamar la imagen aparecía más nítida, pero también más espeluznante. Los ojos de Nikki Brant estaban abiertos y parecía como si estuviera mirando fijamente a Lena a través de aquella bolsa opaca, como si por un instante sus miradas se hubieran cruzado.

Un escalofrío de terror le recorrió la columna. Respiró profundamente.

Lamar bajó un poco la cámara.

—Ya he acabado, Lena —le dijo.

Ella asintió tratando de ignorar el horror que acababa de presenciar, intentando mantenerlo bien enterrado. Apartó la manta y la dobló con cuidado de que no tocara la colcha. Poco a poco la pequeña silueta se empezaba a perfilar con más claridad, al igual que las dos manchas de sangre. Se fijó que había otra manta arrugada al pie de la cama y le hizo una señal a Lamar para que lo documentara. Una vez hecho esto, cogió la sábana encimera y con ambas manos empezó a retirarla hasta dejar al descubierto el cuerpo inerte de Nikki Brant.

Una enorme quietud pareció inundar toda la habitación. Todos permanecieron paralizados y en silencio durante unos momentos mientras el espanto de la imagen les golpeaba la vista con toda su crudeza.

Nikki Brant parecía solo una cría en aquella cama tan grande.

Estaba tumbada boca arriba con las piernas abiertas. Le habían colocado las manos a los lados, junto a las caderas, y al igual que su cabeza estaban atadas con un plástico alrededor de las muñecas. Su cuerpo parecía suave y curvilíneo. Sus pechos eran pequeños, redondeados y mostraban numerosas magulladuras. Una hilera de gotas de semen manchaba la sábana entre sus piernas. Parecían todavía húmedas, difuminadas. Pero fueron las dos manchas de sangre las que le llegaron a Lena al alma. La primera justo debajo de la clavícula era una herida profunda y limpia, aunque inusualmente ancha, como hecha con una lanza. La segunda herida parecía más desigual. El cuchillo le había abierto el abdomen hacia arriba. A juzgar por la cantidad de sangre que había esparcida por toda la habitación, Lena no tenía ninguna duda de que la mujer había estado viva durante aquella espantosa carnicería.

—Tenemos que pensar bien en qué es lo que estamos presenciando exactamente —dijo Rhodes en un susurro—. Tenemos que asegurarnos de que estamos entendiendo lo que pasó y no lo que alguien nos quiere hacer creer que pasó.

—Ya hablaremos de eso luego —dijo Novak.

Lena se aproximó un poco más al cadáver para analizar con detenimiento las heridas. Había visto algunas parecidas, pero en otro tipo de casos.

—Este tipo de puñalada la he visto antes —dijo Lena—, pero fue en un asunto de drogas, cuando trabajaba con la unidad de South L. A.

—Las bandas organizadas las utilizan por su espectacularidad —añadió Novak—. Saben que con semejante brutalidad impresionan a sus colegas.

Cuando Lamar se aproximó de nuevo con la cámara, Lena se apartó para dejarle paso mientras su mente hacia un rápido repaso de posibles móviles para el crimen. Nada de lo que había visto hasta el momento parecía apuntar a un posible robo. En la casa, aparte de Nikki Brant, no había nada de valor que robar.

Apartó las cortinas y echó otra mirada al parque que había al otro lado del muro del jardín trasero. Se preguntaba qué vista habría en un día claro. Cómo sería la vista desde un coche que estuviera esperando en el aparcamiento por la noche. Aquel crimen destilaba odio, auténtica ira. Alguien trastornado por la furia.

Al girarse hacia la habitación vio que Gainer se había acercado a la cama y estaba examinando el cadáver. La sábana todavía cubría parte del pie izquierdo de la víctima, y al retirarla la soltó de repente levantando la mano. Nadie preguntó por qué: todos se fijaron en el pie y contaron los dedos. A Nikki Brant le faltaba el segundo dedo del pie. Al final parecía que sí se habían llevado algo de la casa.

Gainer se sacudió el horror de la imagen como pudo. Su cara estaba pálida y sus ojos fueron siguiendo la vista del cadáver hacia arriba, hasta que llegaron a la bolsa de plástico que cubría la cabeza.

—No creo que debamos quitarla —dijo—. Por lo menos no aquí mismo. Puede que dentro haya algo importante que debamos mantener como está. ¿Qué opináis?

—Necesitamos una foto del rostro —dijo Rhodes—, algo que mostrar al marido. Y también un kit de violación.

—Entiendo —asintió Gainer—. Aunque si lo hiciéramos en la sala de autopsias podríamos controlar mejor lo que nos encontremos.

Novak meditó unos instantes con los ojos puestos en Gainer.

—¿Cuánto crees que puedes tardar en hacer la autopsia?

—Llevamos dos o tres días de retraso, Hank. Pero dadas las circunstancias creo que podemos moverlo al principio de la lista. Si quieres, la puedo hacer esta misma tarde.

Rhodes se abrió paso a través de la zona de seguridad al otro lado de la cama.

—¿Qué os parece si hacemos un corte a la bolsa para la foto?

Gainer asintió.

—Me parece bien.

—Adelante entonces —dijo Novak.

Gainer sacó un escalpelo afilado de su maletín e hizo un corte en la bolsa, por el medio. Todos se acercaron mientras Gainer separó la bolsa para descubrir el rostro.

—Hay restos de humedad —susurró—. Estaba viva cuando le pusieron la bolsa en la cabeza. Necesitamos sacar una foto antes de que se seque.

Gainer se apartó para dejar sitio a Lamar. Sacó una instantánea para el marido y después cambió a su Nikon con la que disparó otro carrete entero. Con los destellos de las luces, Lena pudo observar mejor la cara de Nikki y el cabello, negro y revuelto. Incluso con los ojos abiertos y la mirada desenfocada y perdida en el infinito, Lena pudo apreciar que la víctima había sido una mujer guapa. Al menos hasta la noche anterior. Tenía un cierto aire de inocencia, tenía algo que Lena no sabía expresar con palabras.

—¿Alguien le ha preguntado al marido por la familia de su mujer, para notificarles la muerte? —preguntó Lena.

Novak tardó unos segundos en mirarla a la cara. Por un momento se hizo un silencio incómodo.

—Es huérfana —dijo por fin—. Aparte de nosotros, solo está el marido.

La habitación se quedó en silencio; el único sonido era el proveniente del ritmo metálico del motor de la cámara de fotos. Lena sabía que Novak había dudado al hablar porque ella también era huérfana y tenía más o menos la misma edad que Nikki Brant. Lena se giró hacia el cadáver al tiempo que un sentimiento de profunda soledad la invadía, y se mezclaba con una profunda compasión.

Y, de repente, la habitación empezó a temblar.

Durante un instante Lena pensó que podía tratarse de un terremoto. Notó cómo su pecho se tensaba. Vio a Rhodes dar un respingo. Novak se apoyó en la pared y Gainer dejó caer el escalpelo.

Pero no se trataba de un terremoto. El sonido atronador no era más que música del reloj-despertador. Todos se giraron hacia la mesilla y miraron con rabia al maldito aparato.

Lena lo atrapó, y se peleó con torpeza con los diales hasta que encontró el botón correcto. La música pareció rebotar de las paredes ensangrentadas y desapareció en la penumbra. Todos se volvieron a centrar en el cadáver y en el dedo del pie cortado, mientras repasaban sus relojes y relajaban sus nervios.

La alarma estaba fijada para las siete y media de la mañana. Era la hora en la que Nikki Brant hubiera despertado.