Capítulo 8

Dreggco Corporation estaba situada cerca de Main, en el barrio de Venice, a corta distancia de la playa. Mientras Novak estacionaba el coche en el aparcamiento, Lena observó el edificio de dos plantas, que se figuró habría sido construido en los últimos tres o cuatro años. El revestimiento de aluminio estaba intacto y parecía recién pintado de un color arena oscuro. Aunque no tenía ventanas en la primera planta, la segunda planta estaba rodeada de una serie de ventanas de cristales oscurecidos.

Salieron del coche y anduvieron bajo la llovizna hacia un toldo de color azul marino que enmarcaba la entrada principal del edificio. La placa que había junto a la puerta era demasiado pequeña para poder ser vista desde la calle.

DREGGCO CORPORATION

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Vio que Novak se detenía a leer el cartel y volvió hacia el aparcamiento. A juzgar por el número de coches que había aparcados no trabajarían más de un centenar de personas. Pero lo que más llamó la atención de Lena fue la ausencia visible de medidas de seguridad. Estaban en Los Ángeles. Hollywood podía ser una cloaca. Pero si en la ciudad había una alcantarilla, esa era el barrio de Venice.

—¿Te estás fijando en lo mismo que yo? —preguntó Lena.

—Sí, no veo ninguna cámara de vigilancia.

—Ni tampoco una caseta o guarda de seguridad. Ni tan siquiera una máquina de fichar.

Novak lanzó una media sonrisa y se dirigió a la puerta.

—Nada que registre quien entra o sale.

—O a qué hora lo hacen —añadió Lena.

Al cruzar la puerta una ráfaga de aire caliente les envolvió mientras entraban en el vestíbulo. La recepcionista era una joven que vestía un atuendo informal con vaqueros y jersey negro de pico. Estaba sentada al otro lado de un mostrador y contestaba llamadas, dirigiendo las entrantes a todo el edificio. Al ver acercarse a Novak y Lena, les hizo un gesto con la mano, indicándoles que esperasen a que terminara con una llamada que atendía en ese momento. Lena se fijó en los libros que había a los pies de la mujer y sobre la encimera, junto a su taza de té. Se trataba de una estudiante universitaria.

Mientras esperaban Lena se dio una vuelta por el vestíbulo. Había pocos muebles, pero estos eran modernos y caros. Sobre las paredes había tres fotografías de alta resolución iluminadas por unas pequeñas luces de tungsteno. Mostraban una manzana, un huevo y lo que parecía ser un grano de arroz en la mano de un niño. Había una escalera que daba a la segunda planta, pero ni rastro de un ascensor. En la base de las escaleras, tras un par de puertas dobles de cristal, se accedía a un pasillo que conducía hacia el centro del edificio. A lo largo del pasillo había varias puertas y, al igual que en la entrada principal, no tenían ningún dispositivo de seguridad ni de identificación.

—Disculpen —dijo la recepcionista—. ¿Puedo ayudarles en algo?

Lena volvió hacia el mostrador mientras Novak sonreía a la joven.

—No se preocupe —dijo—. Venimos a ver a Milo Plashett. Nos está esperando.

La recepcionista desvió la mirada de Novak a Lena y luego la volvió a posar en Novak, al tiempo que su tono despreocupado se transformaba cuando se dio cuenta de quiénes eran y de por qué estaban allí. Se habría corrido el rumor. Dado que Plashett no era un sospechoso y la visita era rutinaria, Lena había llamado con antelación para asegurarse de que estaría ahí para recibirles. Por lo que Sánchez había podido averiguar a través de Brant, Plashett era el dueño de Dreggco Corporation y le había contratado personalmente.

La recepcionista señaló las escaleras mientras apretaba el primer botón de la centralita.

—La oficina del señor Plashett está al fondo del pasillo.

Cruzaron el vestíbulo. Al llegar a la segunda planta, Milo Plashett salió a recibirles. Se dieron la mano y se presentaron.

—Por aquí —dijo con tono ansioso—, por favor.

Le siguieron hacia la parte trasera del edificio. Plashett no era muy alto pero sí corpulento, y sus pisadas eran pesadas y demostraban determinación. Su calva estaba bronceada y su pelo castaño oscuro casi había desaparecido. Lena pensó que andaría por los cincuenta. Mientras avanzaban por el pasillo, Lena se fijó en una puerta cuya placa tenía el nombre de James Brant y le dio un codazo a Novak. Plashett no se había percatado de que se habían detenido y cuando lo hizo se apresuró a volver junto a ellos.

—¿Podemos echar un vistazo? —preguntó Lena.

—Por supuesto —contestó Plashett—. Dadas las circunstancias, estoy seguro de que no le importaría.

Dadas las circunstancias, pensó Lena, quizá sí que le importaría.

Lena entró en el despacho de Brant. La habitación era pequeña y anodina. Tenía un montón de papeles y pilas de ficheros alrededor del escritorio. Se dirigió hacia la ventana, a través de la cual podía divisar un trocito de océano colándose entre los edificios que había al fondo de la calle. En el alféizar pudo ver una fotografía de una Nikki Brant sonriente. Lena reconoció el edificio y la fuente que había detrás de Nikki; se trataba del Museo de Arte del Condado, en Wilshire.

Plashett se aclaró la garganta.

—Muchas veces he pasado delante de su despacho por el pasillo y me lo he encontrado mirando esa foto al igual que usted ahora, observándola con detenimiento. No quiero ni imaginarme por lo que estará pasando.

—Nos dijo que todo iba bien entre los dos —comentó Lena.

—Solía bromear con él sobre eso. Solo llevaban casados un par de años. «Acuérdate de estos momentos», solía recordarle, «y vuelve a llamarme cuando lleves veinte años casado». —La voz de Plashett se fue apagando poco a poco, sumida en lo que parecía una genuina tristeza.

—Así que, hasta donde usted sabe, él no tenía costumbre de tontear por ahí con nadie, ¿no? —preguntó Lena.

Plashett dudó un instante antes de contestar, pero no porque estuviese considerando qué respuesta dar, sino porque tenía la vista fija en las caderas de Lena.

—No —contestó por fin—. No tonteaba.

—¿Hay algún problema, señor Plashett?

Plashett dirigió la mirada hacia el rostro de Lena.

—No, solo que al mirar su revólver me doy cuenta de que el mundo está cambiando. Nunca había visto a una mujer llevar un arma como la lleva usted.

—Tiene razón, señor Plashett —contestó Lena—. El mundo ha cambiado.

Él sonrió y comprobó su reloj.

—Vamos a mi despacho para hablar con tranquilidad. Tengo clase a la una. Me temo que tendré que salir pronto para llegar a tiempo.

Recorrieron el pasillo hasta el fondo mientras pasaban de largo por delante de una habitación que parecía ser el centro de operaciones. Había dispuestos veinticinco escritorios en cubículos sin particiones de manera que los empleados se vieran y pudiesen hablar entre ellos. Parecían todos jóvenes, ninguno mayor de treinta años.

—¿Da usted clases? —preguntó Lena.

—En efecto —contestó—. Este lugar es de hecho una extensión del trabajo que realizo en la universidad. Llegó un momento en el que la clase se hizo demasiado grande. ¿Quién se iba a imaginar que íbamos a crecer tanto? Llegaron por fin a su despacho en la esquina de la planta. Plashett cerró la puerta y les invitó a sentarse con un gesto de la mano, al tiempo que rodeaba el escritorio para hacerlo al otro lado. Lena echó un vistazo a su alrededor. La ventana de la derecha tenía las mismas vistas que el despacho de Brant. La mesa de formica también era igual. Sin embargo, Plashett había dispuesto una gran superficie, también del mismo material, contra la pared del fondo, donde parecía realizar la mayor parte de su trabajo. Ahí es donde tenía el ordenador y donde aparecían desperdigados por toda su superficie un montón de archivadores abiertos, planos con diagramas y carpetillas para guardar hojas. Pero sobre todo, lo que destacaba en aquella habitación y la hacía diferente de las demás eran los amplios ventanales que recorrían toda la pared donde estaba ese gran mostrador. Orientados hacia la parte posterior del edificio, inundaban la habitación con una luz tenue, casi sobrenatural.

Lena se sentó en una silla que estaba un poco separada de la mesa. Novak se quedó de pie. Su presencia pareció llenar la habitación entera cuando empezó a hablar.

—¿A qué se dedica exactamente, señor Plashett?

—Hemos desarrollado una nueva tecnología, algo maravilloso.

—Algo que vale mucho dinero —añadió Lena.

Plashett sonrió:

—Algo que mejorará la vida de muchas personas. Solo que no sabrán nada del asunto en los próximos dos años. Y ahora, ¿por qué no me cuentan el motivo de su visita?

—Se trata de un procedimiento rutinario —contestó Novak—. Brant nos dijo que había estado trabajando durante toda la noche y pensamos que podríamos pasarnos por aquí a comprobarlo.

—Brant está preparando las cuentas para una auditoría. Y además de eso también está trabajando en diversos modelos de negocio y proyecciones financieras.

—¿Él solo? —preguntó Lena.

Plashett soltó una carcajada.

—Somos pequeños, aunque no tanto. Tiene dos ayudantes que están haciendo unas veinte horas al día.

Novak sacó un bloc y un bolígrafo del bolsillo de la chaqueta.

—Entonces, Brant estuvo aquí anoche —comentó.

Plashett tardó unos segundos en contestar, se aclaró la garganta y se removió en su asiento. De repente parecía mostrarse incómodo.

—Esa es la parte que no está tan clara, detective.

—¿Qué es lo que no está claro?

—Tiene que entender que James es un buen chico. Trabaja muchas horas por una cuarta parte del sueldo que se merece. Es bueno en su trabajo y lo hace sin queja alguna. Trabajamos todos juntos en un proyecto que traerá beneficios en un futuro, detective, para crear un mundo mejor. Aquí somos todos como una familia.

Novak sonrió mientras trataba de juzgar la sinceridad de Plashett.

—Entiendo lo que me dice, pero volvamos a la parte complicada.

Plashett se hundió en su asiento y suspiró.

—Llevan trabajando al mismo ritmo durante los últimos diez días. Lo he comprobado cuando me llamó usted antes. Anoche permitió que sus ayudantes se fueran pronto a casa.

—¿A qué hora fue eso? —preguntó Lena.

Plashett volvió a dudar y bajó la mirada.

—Alrededor de las diez de la noche —contestó.