Capítulo 55
Lena hizo una mueca al ver el letrero que había junto a la puerta del edificio cuando se disponía a entrar junto a Novak:
DREGGCO CORPORATION
LA COMIDA SABE MEJOR SI DREGGCO LA PRUEBA PRIMERO
Encontraron a Milo Plashett, el biólogo dueño de la empresa, charlando animadamente con cinco hombres enfundados en costosos trajes en el vestíbulo de entrada. Según se acercaban la conversación se fue acallando y las risas desaparecieron por completo. Nada más verlos Lena supo que eran abogados y que, en cuanto les vieron, se habían dado cuenta de que ellos eran policías.
Plashett se alejó del grupo.
—¿Ocurre algo?
—Necesitamos hablar con usted un minuto —dijo Novak.
Plashet bajó el tono de voz.
—No dispongo de un minuto. Hemos cerrado la operación. Ayer mismo acabamos de cuadrar los números, así que si buscan a James no le van a encontrar. No está aquí ni estará hasta el lunes. Está en el norte. Se fue a enterrar a su mujer. El funeral es hoy.
—No buscamos a Brant —dijo Novak—. Queremos hablar con Harriet Wilson.
En el rostro de Plashett se dibujó una mueca de preocupación.
—Está enferma.
—¿No ha venido hoy?
Negó con la cabeza antes de girar su pequeño pero robusto torso hacia los cinco abogados.
—¿Por qué no van a la sala de conferencias y se sirven un café mientras tanto?
Uno de los abogados se acercó a ellos.
—¿Todo bien, Milo?
—Todo bien. Enseguida me reúno con vosotros arriba.
Los abogados cruzaron el vestíbulo tras dirigirles una mirada cautelosa y estirada. En cuanto comenzaron a subir las escaleras, Plashett se dio la vuelta.
—Le dijo a su supervisor que no se sentía bien. Eso fue el miércoles por la tarde. Se fue pronto. Ayer llamó para decir que se encontraba mal. Como no ha aparecido esta mañana mi secretaria ha intentado llamarla, pero ha saltado el contestador. Estamos preocupados.
Lena cruzó una mirada rápida con Novak. De pronto nada parecía ir bien en la vida de Harriet Wilson.
—Volvamos al laboratorio y hablemos con Marty —dijo Plashett.
—¿Quién es Marty? —preguntó Novak.
Martin Fellows es el responsable del laboratorio. Quizá le contó algo a él. Además, hoy es viernes. De hecho, es el cumpleaños de Harriet: cabe la posibilidad de que se haya tomado un fin de semana largo.
Lena vio cómo su compañero amagaba un gesto de asentimiento. Ella en cambio pensaba en el fin de semana largo y en el cumpleaños de la joven.
Siguió a Plashett y a Novak a través de unas puertas dobles. Mientras caminaban hacia la parte de atrás del edificio miró a través de las puertas de cristal y contó tres laboratorios. Tres grupos de gente con bata. Estudió sus rostros mientras tenía en mente la descripción física de Romeo. Nikki Brant había sido asesinada el jueves anterior. Ahora faltaba Harriet Wilson. Romeo trabajaba en ese lugar. Estaba segura de ello. Cuando Plashett empujó una puerta que había al final del pasillo y Lena vio otro laboratorio más, esa sensación se hizo más acuciante.
Solo había un empleado en aquella sala amplia: un biólogo engullendo un taco de pescado en su escritorio. A pesar de su cabello negro tupido a Lena le pareció apreciar un aura de resistencia en aquella persona. La notaba pesada, densa. Casi como si pudiera tocarla.
—¿Dónde está Marty? —preguntó Plashett.
—Está comiendo —contestó el hombre, al tiempo que hacia un gesto extraño al intentar tragar su comida—. Acaba de salir. Volverá en una hora.
Lena analizó la estancia. A lo largo de las paredes de cemento se alineaban materiales y equipamiento científicos. El techo de cristal se alzaba hasta el tejado y proporcionaba una excelente iluminación, a pesar de lo cual había apliques de tungsteno colgando de las vigas de acero que caían directamente sobre tres mesas de laboratorio situadas en la mitad de la habitación. Hacia la derecha había tres escritorios, cada uno seguido del siguiente con mucho espacio entre ellos. Detrás de estos había unas puertas de cristal que daban al invernadero. Dos técnicos en monos azules trabajaban dentro en lo que ella supuso era el sistema de irrigación.
—Este es Tommy Tomoca —dijo Plashett—. Tommy, estos detectives intentan encontrar a Harriet.
Lena captó el tono informal de aquel ambiente de trabajo mientras veía cómo Tomoca apartaba un segundo su taco de pescado. Cuando intentó adivinar lo que estaba pensando Novak, vio que este ponía cara de póquer.
—¿Le ha pasado algo? —soltó Tomoca.
—No estamos seguros —dijo Novak.
Lena carraspeó.
—Su nombre ha surgido por otro asunto. Creemos que nos puede ayudar con la investigación. ¿Mencionó algo sobre tomarse libre el día de su cumpleaños?
Tomoca hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No, yo creí que estaba enferma.
—¿Nos puedes enseñar el laboratorio?
Antes de que Tomoca tuviera tiempo de contestar, Plashett le interrumpió.
—Haz lo que te pidan, Tommy. Ayúdales en todo lo que necesiten.
Plashet se volvió hacia Lena y Novak.
—Me gustaría poder atenderles, pero la firma es hoy. Si me necesitan, llámenme, solo tardo un par de minutos en bajar hasta aquí.
Le dieron las gracias y le vieron salir del laboratorio. Cuando Lena se volvió hacia Tomoca, le pilló observando la mesa del centro.
—¿Es ese el escritorio de Harriet?
Él asintió y empezó a enseñarles la sala.
—Su mesa de trabajo es la del fondo. La mía la que han visto al entrar. Martin trabaja en esta, junto al invernadero. Hay un escritorio por cada mesa de trabajo.
—¿Qué nos dices de su nombre? —preguntó Lena—. ¿Todos la llaman Harry?
—Todos menos Martin.
—¿Por qué él no?
—No estoy seguro. Él es su jefe. Es muy estricto con las normas.
—¿A ti cómo te llama?
Tomoca se giró hacia ella:
—Número Tres —susurró.
—¿Por qué?
—No nos llevamos demasiado bien.
—Y Martin y Harry, ¿qué tal se llevan?
—Yo soy el tercero en discordia —dijo Tomoca.
Novak tosió. Lena le echó una mirada y captó su intención mientras él sacaba una libreta y un bolígrafo. Ella hablaría con Tomoca y entretanto su compañero escucharía, tomaría notas y al mismo tiempo echaría un vistazo a su alrededor. Lena se giró hacia el biólogo.
—¿Hay algo entre ellos? —preguntó.
Tomoca se rio.
—Se gustan. Martin está loco por ella, pero no estoy seguro de que el sentimiento sea mutuo.
—¿Por qué lo dices?
Tomoca se encogió de hombros. Lena pensó en el bastón que Harriet Wilson guardaba junto a su cama.
—¿Tiene algo que ver con su minusvalía? —preguntó.
—Harry es coja, pero yo no lo llamaría minusvalía. Es una mujer imponente.
—¿Podemos echar un vistazo al interior de su escritorio?
—Adelante. Los secretos de empresa están guardados en esos otros archivos.
Lena buscó a Novak por el laboratorio. Le había visto escaparse un minuto y lo encontró junto a las puertas de cristal, mirando el invernadero. Rodeó el escritorio y empezó a rebuscar en los cajones. Todo parecía totalmente inocente. Encontró una agenda y la abrió sobre la mesa.
—¿Quién es el encargado del invernadero? —preguntó Novak.
Tomoca giró su silla 180 grados.
—Nosotros.
—¿Lleváis registros del mantenimiento?
Lena levantó la vista de la agenda. No fue la pregunta que hizo Novak, sino cómo la planteó. La firmeza con la que lo hizo.
—El mantenimiento corre a cargo de varias subcontratas —dijo Tomoca—. Llevamos registros de las horas que trabajan para que los de contabilidad lo puedan cotejar contra sus facturas.
—¿Qué hay de Global? —preguntó Novak—. ¿Tuvisteis algún problema con la fontanería el mes pasado?
—Hemos tenido muchos problemas con el sistema de irrigación. Estará en mi ordenador. Voy a comprobarlo.
Lena se dio la vuelta de golpe. Novak entorpecía su visión del invernadero, pero cuando uno de los operarios se agachó pudo ver el logo de la empresa cosido en su mono. Teresa López trabajaba para Global Kitchen & Bath, la empresa de suministros de fontanería con sede en Whittier. Cuando repasaron los ficheros de la empresa, no había constancia alguna de que López hubiese trabajado nunca para Dreggco Corporation.
—Lo encontré —dijo Tomoca—. El tres de marzo. Lo hicieron gratis, así que nunca lo pasamos a contabilidad. Teníamos un problema y Martin me dijo que llamase a Global. Supongo que tenían miedo de perder el contrato porque enseguida nos mandaron a alguien.
Novak se alejó por fin del invernadero y le lanzó a Lena una mirada cargada de excitación. Teresa López había muerto el tres de marzo.
—¿Te acuerdas de a quién mandaron?
—La verdad es que no. Ese es el problema. Global manda a alguien distinto cada vez.
Lena se volvió hacia Tomoca mientras luchaba por mantener tranquila su respiración. De pronto le parecía que saltaban chispas en el laboratorio. Sentía una sensación leve de mareo, como en lo alto de una montaña.
—¿Nos puedes sacar una copia de ese registro? —dijo.
El biólogo asintió. Cuando la impresora empezó a sacar la copia, cerró el programa y saltó otra ventana en su monitor. Tomoca estaba conectado a Internet. Había estado repasando correos electrónicos mientras comía.
—¿Te conectas mucho a la Red? —preguntó Lena.
—Lo necesario nada más.
—¿Conoces a una mujer llamada Candy Bellringer?
La pregunta fue lanzada con toda la intención. Tomoca se sonrojó mientras luchaba por esconder una sonrisa mirando en otra dirección.
—¿Por qué te avergüenzas? —preguntó ella.
—Porque te estás refiriendo a Harry —dijo pausadamente—. Estás preguntado por algo que es su secreto.
—Entonces conoces lo de la página Web.
Él asintió.
—Harry piensa que es su gran secreto. Usa esa peluca y el maquillaje y cree que nadie la reconoce.
—¿Quién lo sabe?
—Todo el mundo.
Permanecieron unos momentos en silencio. Ahora sabía por qué la mayor parte de las visitas de Bellringer en la Web provenían de Los Ángeles. Toda la oficina se conectaba para verla. Todos lo sabían.
Se dirigió de nuevo a Tomoca.
—¿Y qué hay de tu jefe? Por lo que parece, está muy enganchado con ella.
—Martin fue el último en enterarse.
—¿Cómo se lo tomó?
—No muy bien —contestó Tomoca—. Se enfadó mucho y todos se rieron de él.
Lena lo meditó unos instantes antes de inclinarse hacia delante.
—Veamos, Martin está enamorado de Harry. ¿Quién le dio la noticia de que ella llevaba una doble vida?
—El mismo que descubrió la página Web y que se lo contó a todo el mundo.
—¿De quién estamos hablando?
Tomoca hizo una mueca al sonreír.
—De James Brant.
Pasaron unos instantes antes de que aquella contestación calara en los allí presentes. Todo parecía haberse detenido. Por fin habían descubierto un móvil para el crimen. Lena se encontró con la mirada de Novak. Habían encontrado la conexión, la clave del caso, la luz al final del túnel.
Se volvió hacia Tomoca, con voz suave y totalmente calmada.
—Nos has dicho que Martin está comiendo. ¿Sabes dónde pudo ir? Puede que nos ayude a encontrar a Harry. Nos gustaría hablar con él lo antes posible.
Tomoca se quedó callado. Luego se levantó de su escritorio, se acercó a la mesa de trabajo de Harry y abrió de golpe el primer cajón. Cuando regresó les acercó el menú de un restaurante.
—Martin come en el mismo sitio todos los días. En el Pink Canary. Es un restaurante italiano que hay junto a la playa.
—Suele ir con Harry, ¿no? —preguntó Lena.
—No, creo que suele quedar con alguien.
—¿Con quién?
Tomoca se encogió de hombros.
—No conozco su nombre, pero estoy seguro de que es un hombre.
—¿Cómo le reconoceremos? —preguntó Lena—. ¿Qué aspecto tiene?
Tomoca lo pensó unos instantes, luego volvió a su ordenador y abrió varias páginas hasta dar con la Web de la empresa. En la portada pulsó el icono de «Quienes somos». Un instante después apareció una fotografía en el monitor. La foto de todos los empleados frente a la fachada del edificio. Cuando el biólogo señaló la pantalla, Lena la captó en un solo instante.
—Es ese alto de la esquina —dijo Tomoca—. El de la cabeza afeitada.