Capítulo 56
Estaba sentado en una mesa preparada para dos personas bajo una palmera, pero estaba solo.
A pesar de las gafas oscuras, Lena percibió su mirada escrutadora mientras avanzaban por la acera en dirección al restaurante. No miraba a Novak, sino a ella; con el cuello muy estirado, se la estaba comiendo con la mirada, como si no pudiera contenerse. Casi como si fuesen las dos únicas personas que quedaran en un mundo que había dejado de girar y se había apagado.
Fue una sensación terriblemente incómoda que empeoraba a medida que se acercaba. Tenía la impresión de que estaba escarbando en su piel, ensuciando su alma: Romeo a unos tres metros de distancia observándola como a una presa.
Entraron en el Pink Canary y se sentaron en la barra. Cuando Lena miró al espejo y se encontró con Martin Fellows, se dio cuenta de que no había desviado la vista. Seguía mirándola a través de la ventana.
—¿Te has dado cuenta? —susurró Lena.
—Sí —contestó Novak—. Me pregunto dónde estará su amigo.
Lena echó un vistazo a su alrededor, fijándose en los rostros e intentando localizar a un posible amigo de Fellows. Era un lugar bullicioso, lleno de habituales del barrio. Había un hombre apoyado en una pared esperando a entrar en los servicios. Otro junto a la caja registradora.
Se volvió hacia el espejo y miró directamente a Fellows. Ese hombre extraño despedía un aura de crudeza, un aire salvaje. A pesar de estar sentado y vestido Lena podía apreciar que estaba en una forma física extraordinaria. Midió la anchura de sus hombros, sus bíceps, los músculos del cuello. Tenía una fuerza demasiado trabajada como para provenir de la práctica de algún deporte; era seguramente fruto de horas de gimnasio.
—¿Cómo quieres que lo hagamos? —preguntó a su compañero.
—Quiero ver con quién está.
—¿Y después?
—No lo sé. El contador sigue en marcha. Harriet Wilson podría estar viva todavía, pero no tenemos suficientes pruebas para arrestarlo.
La afirmación quedó flotando en el aire, alta y clara. Su identificación era circunstancial. Un gen mutado, el delta 32 había saltado la alarma. Un ancestro de Romeo había sobrevivido a la Peste Negra así que sabían que buscaban a alguien de raza blanca. El resto procedía de declaraciones confusas y parciales de víctimas, pero no había ninguna prueba que relacionara las violaciones con los asesinatos que habían empezado el mes anterior. Ahora teman la conexión de Dreggco Corporation y la Web de Charles Burell. Si James Brant les hubiese contado lo que le había dicho a Fellows, probablemente habrían llegado a donde estaban ahora un poco antes. Pero tampoco eso habría cambiado las cosas. Todavía tendrían el mismo problema. Tenían al asesino. Ahora necesitaban su ADN.
Alguien hizo un ruido con un bolígrafo sobre la barra. Era la camarera, una anciana y robusta mujer que estaba analizando a Lena y lanzando miradas a su placa y a su revólver.
—¿Estáis de servicio o vais a comer algo? —preguntó la mujer.
Novak pidió una Coca-Cola Light y dijo que no había mirado el menú todavía. Lena pensó en pedir un café, pero tenía los nervios a flor de piel así que optó por un vaso de agua.
—El agua no es buena en este lugar —dijo la camarera—. Puedes lavar la ropa, pero no es para beber. Tenemos agua mineral, ¿vale?
Lena asintió. Cuando la camarera se alejó volvió a mirar al espejo. Fellows había empezado a comer. Y no era un sándwich, sino algo para lo que necesitaba usar los cubiertos. Si dejara el tenedor podrían llevarlo rápidamente a analizarlo al laboratorio.
—Las gafas de sol que lleva son extrañas —dijo Lena.
—No son de las que compras en una tienda cualquiera, ¿verdad?
—Más bien parecen las que te ponen en el oculista para un examen.
—Pero no viene de la consulta del oculista —dijo Novak.
Por fin se abrió de golpe la puerta de los servicios y salió un hombre. Aparentaba unos treinta años, estaba delgado y llevaba el pelo oscuro largo. Lena siguió su mirada pero comprobó que se dirigía no a Fellows, sino a una mujer joven que patinaba por la acera. Cuando desapareció, el hombre volvió a su asiento en la barra.
Novak meneó la cabeza mientras miraba a Lena y se dirigió a la camarera que volvía por fin con sus bebidas.
—¿Puedo preguntarle algo? —dijo a la mujer.
—Soy toda tuya —le soltó la mujer.
Novak hizo una mueca y luego apuntó su mano en dirección al reflejo de Fellows en el espejo.
—Nos han dicho que ese hombre suele quedar a comer con un amigo.
La anciana miró hacia el espejo.
—¿A quién se refieren?
—Al tipo de la cabeza afeitada.
Ella encontró la imagen en el espejo y arrugó la nariz.
—¿Se refiere a «comida para dos»?
—Sí, eso es lo que nos han dicho —contestó Novak.
—Pues están confundidos. «Comida para dos» no tiene amigos. Al menos ninguno que haya visto yo por aquí.
—¿Por qué lo llama así? —preguntó Lena.
—Porque tiene buen apetito y le gusta mi cocina. Puede que nos riamos de él más de la cuenta, pero no hace daño a nadie, así que le dejamos en paz.
La mujer se alejó. Lena miró a Novak, luego giró la banqueta hasta colocarse mirando hacia la ventana. Fellows estaba mirando una pastilla que tenía en la palma de la mano. Después de unos instantes, decidió que no la quería o no la necesitaba y la devolvió al frasco.
—Si no tomo mis pastillas, igual es que no estoy enfermo —susurró Lena.
—¿Con quién crees que nos hemos topado, Lena?
—Con alguien que tiene serios problemas.
Novak frunció el ceño y apretó la mandíbula.
—Se ha levantado.
Lena se giró de golpe y vio la mesa vacía. Fellows se llevaba la comida al trabajo y se alejaba por la acera a toda prisa. Novak depositó un billete de cinco dólares encima de la barra y se apresuró hacia la salida.
—Puede que no tengamos suficientes pruebas para arrestarlo —dijo Lena—, pero sí que podemos pedir una orden de registro.