Capítulo 40

El caso se estaba volviendo radioactivo. Arrasaba todo a su paso, dejando solamente restos de la gente que quemaba.

Lena estaba tan ansiosa que se le había secado la boca.

Cruzó la calle a toda prisa para entrar detrás de Novak en el garaje del Departamento de Policía. Era una estructura frágil de tres plantas que se asemejaba a un mecano que se fuese a desmoronar con una mínima vibración, como la de un niño moviendo la mano. El Crown Vie estaba aparcado en la primera planta, junto a la caseta del guarda, de frente y listo para rodar.

—Conduzco yo —gritó Novak.

En cuanto salieron del garaje, Novak se incorporó a San Pedro con el pie a fondo en el acelerador.

—¿Alguna posibilidad de que Holt haya hecho lo que acabamos de oír?

Lena se quedó mirándolo.

—Tampoco yo lo creo —contestó él—. Sé que es una patraña, pero te lo tema que preguntar.

Lena bajó la ventanilla y se dejó acariciar por el aire fresco mientras veía cómo el Parker Center iba desapareciendo en el retrovisor. Sánchez y Rhodes se habían quedado para hacer lo impensable: cerrar un caso de asesinato cargando el mochuelo a un hombre inocente con pruebas circunstanciales, endosándole el crimen a un hombre muerto que no podría ni contestar ni defenderse. Mientras lo asimilaba, vio muy claras las consecuencias. Un dato clave había cambiado y lo había podrido todo.

Condujeron a toda velocidad por la autopista. Novak encendió la sirena, se colocó en el carril rápido y se puso a ciento cuarenta. Acto seguido se giró hacia el asiento trasero, agarró su maletín y lo dejó caer en el regazo de Lena.

—Ábrelo —dijo—. Hay algo que quiero que veas.

Ella abrió la cerradura y miró.

—Los papeles sueltos —dijo—, los que hay encima de las carpetas.

Los sacó y se dio cuenta enseguida de que era un resumen de un caso sacado de la base de datos de agresiones sexuales que se habían repartido dos noches antes.

—Guárdalo —dijo—. Y añádelo a tu mapa. Creo que se trata del número dos de esa lista que has confeccionado.

Ella comprobó la fecha. La violación había sido denunciada en el mes de noviembre.

—Después de hablar anoche me puse a terminar mi lote. Este caso me llamó la atención, destacaba sobre el resto.

El coche vibraba tanto que a Lena se le hacía difícil leer, pero ojeó el resumen lo mejor que pudo. Había ocurrido en Santa Mónica, dentro del radio de acción de Romeo. Y no había sido un intento, esa vez Romeo lo había conseguido. La mujer se había despertado en mitad de la noche pensando que el hombre con el que compartía la cama era su marido. Para cuando se acordó de que él estaba de viaje de negocios fuera de la ciudad, el violador estaba ya encima de ella. El espanto y el terror fue suficiente como para avivar su instinto de supervivencia. En lugar de gritar, se dejó llevar mientras cerraba los ojos. Fingió estar mareada y espero hasta que el tipo acabó. Cuando lo oyó escaparse por la ventana llamó a la policía. Como había mantenido los ojos cerrados y además había sucedido de noche, la única descripción del agresor que pudo facilitar fue que era un hombre fuerte, posiblemente calvo y además tenía la piel extraordinariamente suave.

—¿Hay rastro de ADN? —preguntó ella.

—No utilizó preservativo. Están intentando localizarlo.

El caso encajaba a la perfección. Excepto por el resultado final, era una copia calcada de su teoría sobre cómo había sido asesinada Nikki Brant. Si las violaciones habían comenzado en octubre y ocurrían con un mes de diferencia, entonces tenían un caso cada mes, exceptuando febrero. Algo había ocurrido después, y las agresiones se habían convertido en asesinatos.

Novak la miró desde su asiento y alzó la voz para que Lena pudiera oírle a pesar del viento.

—Eres una buena policía, Lena. No dejes que toda esta basura pueda contigo. Has tenido que pasar por tragos muy duros. Que tuvieras que ser tú quien encontrara el cadáver de tu hermano hace cinco años ha sido lo peor que te podía pasar. Si pudiera cambiar aquella noche, lo haría. Pero tienes que tragártelo. Tienes verdadero talento y buenos instintos. Viste el patrón donde nadie lo hizo. Gracias a ti, tenemos una idea de la pinta de ese cabrón y de dónde vive.

Ella le miró y supo lo que estaba intentando decirle. También ella sentía lo mismo por él. Novak se volvió a centrar en la carretera y Lena siguió con la vista un pequeño Honda Civic que iba a más de ciento treinta por Cahuenga Pass a pesar de estar tan cerca de un coche de policía. El conductor no tendría más de veinte años y tenía la cabeza afeitada. Al adelantarle, el chico les hizo un gesto obsceno. Diez minutos más tarde, atravesaron una multitud de periodistas, pasaron por delante de la casa de Burell y caminaron hasta la entrada.

La furgoneta del forense estaba aparcada en la acera. Varios peritos deambulaban a la espera de alguna orden. Mientras firmaban al final de una larga lista, salió un detective de la casa y se reunió con ellos en las escaleras. Se presentó como Jeff Brown.

—Gracias por acercaros —dijo dirigiéndose a Lena—. Estábamos analizando la oficina de Burell y nos hemos encontrado tu tarjeta. Con toda esta historia de vuestro Romeo en las noticias pensé que sería mejor no seguir y llamaros de inmediato.

—¿Cuánto tiempo lleváis aquí? —preguntó Novak.

—El suficiente para preguntarnos qué tipo de tío haría algo así.

Brown sonrió con amargura. A Lena le cayó bien de inmediato. Era corpulento, como un fullback, de unos cuarenta y cinco años, la piel color chocolate y una mata de pelo bien pegada a la cabeza. Tenía la cara ancha y aplastada y llena de líneas de expresión. Llevaba puesto un traje de color beis con una camisa blanca impecable y una corbata estampada.

Lena miró hacia las casas del barrio.

—¿Qué dicen los vecinos?

Brown negó con la cabeza.

—Nada. Burell creía que llevaba su vida en secreto, pero todo el mundo sabía que este sitio era un burdel. Los vecinos de al lado se compraron un telescopio que dirigían desde su ventana al jacuzzi de Burell, pero tienen más de ochenta años y no están ya para muchos trotes. Anoche se fueron a dormir pronto. El resto tienen niños. Bajan las persianas.

Lena vio que Novak amagaba una sonrisa. Brown miraba hacia las cámaras de vídeo dispuestas sobre la colina que había al final del bloque de viviendas.

—Vamos a bajar —dijo el detective—. No he dejado que nadie tocase el cuerpo hasta que llegarais. No se trata del típico cadáver, tardas un rato en acostumbrarte.

Entraron en la vivienda. Lena miró la foto de la repisa de la ventana, la de Burell con su exmujer y sus hijos. Se apresuró escaleras abajo. No le hizo falta más que divisar el cadáver de Burell sobre la cama del plato de hospital para saber que aquello era obra de Romeo.

El colchón estaba alzado. La cabeza de Burell descansaba sobre varias almohadas. Llevaba puesta una bata de hospital y tenía pegado al brazo una falsa vía intravenosa. Tenía heridas y moratones en la barbilla y en gran parte de la cara. El detalle que marcaba la diferencia en aquella escena eran los ojos. Romeo le había cerrado el derecho, pero había mantenido abierto el izquierdo. A Lena le pareció como si Burell le estuviese guiñando el ojo desde algún lugar muy tranquilo y solitario en el más allá.

Sintió un escalofrío, pero avanzó otro paso. Algo salía por la boca y la nariz, incluso por los oídos del cadáver. Una espuma azulona. Se fijó en el charco de sangre que había bajo la cintura y también vio la misma espuma azul saliendo por las nalgas.

Novak le dio un codazo y señaló la balda que había detrás de la cama. Doce botellas vacías de Viagra dispuestas pulcramente en fila. Volvió a mirar el cuerpo, su cara y el ojo, imaginándose cómo habría sido.

—Es Viagra —dijo Brown—. Burell compraba esa mierda en cajas enteras que le mandaban desde México. Pero esa es sola una parte. Creo que debéis mirar debajo de la bata.

En el rostro de Brown se apreciaba el impacto de la impresión mientras mantenía sus ojos clavados en los genitales de Burell. La médico forense, una pequeña mujer asiática con la que Lena había coincidido en un par de ocasiones, tenía también esa misma expresión cuando levantó la bata. Lena dirigió su mirada hacia la herida. Burell había sido castrado, no quedaba nada entre sus piernas, excepto una horrible herida.

Brown sacudió la cabeza.

—No fue una muerte fácil. Este se fue como un auténtico campeón. Le da un nuevo sentido a la expresión «bendito castrado», ¿verdad?

Hizo un gesto con los labios y dio unos pasos hacia atrás con el cuerpo tembloroso. Se escucharon varios ataques de risa nerviosa que luego se desvanecieron en la habitación.

—¿Habéis registrado el resto de la casa? —preguntó Novak.

—Completamente —dijo Brown—. Lo único que hemos encontrado han sido las fundas de sus dientes, aquí mismo en el suelo.

Lena distinguió el charco de sangre junto al pie del detective y se giró para observar el cadáver de Burell tumbado en la cama. Vio el guiño del ojo con aquella mirada perdida y la Viagra escapándose por todos y cada uno de los orificios del cuerpo. Se imaginó que Romeo habría forzado a Burell a tomárselo y cuando ya no pudo tragar más se lo metió por donde pudo. A juzgar por la cantidad de sangre que había, le habían arrancado el pene y los testículos mientras estaba vivo y, posiblemente, con la suficiente lucidez para entender lo que estaba ocurriendo.

Brown tenía razón. La manera en que murió Burell era difícil de digerir.

Lena se fijó en el Rolex que todavía tenía en la muñeca. Burell poseía todo lo que el dinero podía comprar, pero no poseía nada por lo que mereciera la pena vivir. Por la forma en que miraba su reloj el día que le visitaron, Lena se imaginó que, en el fondo, él también lo sabía. Es casi como si necesitase el Rolex para convencerse a sí mismo de que aquella mentira de vida que vivía era cierta.

Pero ahora el Rolex estaba destrozado, al igual que todo su cuerpo. Lena pensó en la foto que Burell guardaba de su familia. Esa foto, pensó, lo explicaba todo. Todo lo que merecía la pena en la vida de aquel hombre se había mudado a Phoenix hacía mucho tiempo.