Capítulo 36
Ahora sabía que era capaz de soportar el dolor. Podía agradecerle a Zelda Clemens ese descubrimiento. El haberla visto, el haber escuchado sus despiadadas sandeces, en definitiva, ese viaje al pasado le había proporcionado nuevas energías.
Lena abrió el cajón de la cómoda y buscó la púa de la guitarra de su hermano entre un montón de monedas y anillos suyos. Estaba en la habitación de arriba del todo, la que había sido su dormitorio cuando se mudaron a aquella casa. Un año después de la muerte de David, cambió de dormitorio, aunque dejó intacto el mobiliario en un intento de relajar el ambiente y superar la tristeza. Había estado buscando esa púa desde entonces. Se había atrevido incluso a adentrarse en el estudio, y estuvo un día entero buscándola sin éxito entre las cuarenta y tres fundas de guitarra que había allí.
Aunque cabía la posibilidad de que su hermano la hubiese escondido en un lugar secreto, imposible de adivinar tras su muerte, Lena estaba convencida de que hacía tiempo que la púa había desaparecido. De algún modo, no era más que una púa de guitarra cuya historia nadie conocía bien. Pero por otro lado, no era un objeto ordinario, sino un pequeño corazón esculpido en oro de catorce quilates. Algo suficientemente pequeño y especial como para haber ido a caer al bolsillo de cualquiera que se hubiese propuesto quedárselo.
Lena se acordó de la primera vez que la había visto. Todavía podía recordar a David sujetándola en la palma de la mano. Una noche, tras un concierto, una leyenda de la música se había acercado a David para felicitarle. Se habían tomado unas copas y ese trocito de oro había cambiado de manos. Tenía los bordes gastados y la superficie rayada. Sin embargo, lo que la hacía especial era lo que el artista había grabado en ella: una luna elevándose majestuosa desde un mar de nubes. Según David, la cara de la luna estaba inspirada en la película de Georges Méliés de 1902, Voyage dans la lune. Al igual que en la película, estaba fumándose un cohete como si se tratara de un puro.
Lena cerró el cajón y abrió otro.
Al principio pensó que había sido la asistenta que contrató David la que la había robado cuando Lena le dijo que ya no se podía permitir pagarla y que se tenía que marchar. También era posible que Holt hubiese cogido la púa como recuerdo de su amistad. Pero cuanto más lo pensaba, más convencida estaba de que había sido Zelda Clemens. Zelda la conocía. Habría entendido el valor que tenía, un valor sentimental.
Alguien dijo una vez que Jimmy Hendrix diseñó aquella joya y se la dio a Muddy Waters como homenaje a su legado musical. Otros decían que Waters se lo dio a Hendrix, en agradecimiento a que hubiera llevado el blues a las clases medias, lo que le había permitido poder tener un sueldo decente como músico. Pero aquello era solamente el principio. Corrían rumores de que Buddy Guy la utilizó un tiempo antes de dársela a Eric Clapton. Que B. B. King se la dio a David Gilmour, que a su vez se la pasó a Mark Knopfler. Que Keith Richards se la dio a Kurt Cobain y que de algún modo había acabado en manos de Neil Young. Ninguna historia se podía comprobar. Lena nunca escuchó a ningún músico hablar de la púa en público. Aun así, si alguien la había robado, probablemente se tratase de Zelda Clemens.
Se oyó un ruido que rebotó en el techo y devolvió a Lena a la realidad. Alguien caminaba sobre el pavimento, fuera de la casa. Lena se aproximó a la ventana y pudo ver el Crown Vie en el camino de acceso, con el maletero abierto. Novak estaba sentado en los escalones de entrada. Tenía la corbata aflojada y el traje gris oscuro arrugado como un paquete de cigarrillos vacío.
Lena dio unos golpecitos a la ventana. Como él no se movió, se apresuró escaleras abajo, quitó el cerrojo y abrió la puerta.
—¿Por qué no has llamado al timbre?
Novak se dio la vuelta y la miró.
—Necesito un descanso y desde aquí las vistas son estupendas.
La nevera del maletero está tan caliente que se podrían cocer huevos dentro. ¿Tienes algo de beber?
Ella asintió. La mirada de Novak temblaba tanto como su voz. Tenía la cara pálida, como si estuviese enfermo. Le vio levantarse y estirar las piernas.
—¿Dónde está Rhodes?
—En Glendale —contestó—. Hemos sacado la bala de la pared de la casa de Holt. Mañana es miércoles, día de puertas abiertas, y quería ir adelantando trabajo.
La División de Investigaciones Científicas estaba repartida por todo el país. La Unidad de Armas de Fuego estaba localizada en un edificio contiguo a la División Nordeste en la carretera de San Fernando. Como el resto de unidades, llevaba retraso, unos dos mil casos. Los resultados de balística podían tardar meses en estar disponibles, incluso años y los casos se priorizaban según la fecha en la que estuviera previsto el juicio correspondiente. Cualquier caso nuevo se ponía automáticamente al final de la cola. En un intento de saltarse toda la burocracia, el supervisor del laboratorio designaba un día a la semana durante el cual cualquier detective con pruebas podía trabajar junto a un experto en balística, aunque sin hacer preguntas. Desde que había empezado aquel programa, el laboratorio había tenido más éxitos con la base de datos del Departamento de Armas, Alcohol y Tabaco que ninguna otra unidad de Armas de Fuego del país.
—¿Qué pasa con Sánchez? —preguntó Lena.
—Está trabajando con un dibujante —dijo Novak—. No podemos identificar a la maldita chica.
Echó una mirada alrededor y se dirigió a la cocina. Desde que se enteró de que no le gustaba el café y que ya no tomaba cerveza, Lena tenía una caja de Coca-Cola Light siempre disponible. Le vio abrir una lata y darle un sorbo largo. Parecía anormalmente reservado y preocupado en extremo. Cuando vio el mapa sobre la mesa, se acercó a mirarlo. Se entretuvo un buen rato, mientras estudiaba las notas de Lena y ojeaba los expedientes que había apartado. Pudo ver cómo empezaba a encajar la teoría.
—El asesinato sucedió alrededor de la medianoche —dijo sin darse la vuelta—. Es la misma hora a la que llamaste tú y no contestó nadie. Las temperaturas de los cuerpos son casi idénticas.
Gainer dice que el suicidio tuvo que ocurrir en el lapso de una hora desde que murió la chica.
Otra vez hablaba de la muerte de Holt como de un suicidio. Lena se mantuvo en silencio y se guardó sus pensamientos mientras se sentaba en el sillón.
—Encontraron el cuchillo con el que mataron a la chica en el lavavajillas —dijo—. La autopsia está prevista para pasado mañana. Barrera quiere que sea el mismo forense que abrió a Nikki Brant, y Art Madina está en una conferencia en Las Vegas de la que no se puede escapar. Pero como te digo, Lena, esta es una chica cualquiera que pilló por ahí. Hemos repasado todas las cajas. No había ni zapatos ni ropa de mujer. No vivía allí.
—¿No había ningún bolso?
—Hemos comprobado su carnet de conducir. Es falso.
—¿Y las tarjetas de crédito?
—No tenía ninguna.
Su voz se fue apagando. Cuando se dio la vuelta para mirarla no pudo sostener la mirada. En cambio, dejó su Coca-Cola en la mesita y se sentó. Cuando por fin habló le salió una voz extremadamente frágil.
—Sé lo que estás pensando, Lena. No deberías hacerlo.
Lena le mantuvo la mirada mientras lo meditaba. Su intuición de que Holt no se había suicidado parecía acabar de confirmarse. Holt nunca mencionó ninguna novia a su amigo y no había ropa de mujer en la casa. Cualquiera que fuese la relación que mantuvo Holt con una mujer que tenía carnet falso, a Lena le parecía que no debía ser muy sólida. Podía ser que Romeo no hubiese cometido este asesinato. Que esa chica y Tim Holt fueron asesinados por alguien que conociera el modus operandi de Romeo. Alguien que estaba intentando engañarles endosándole un doble homicidio a un asesino en serie. Dio un largo suspiro a medida que asimilaba las distintas posibilidades. Intentó mantener la calma y ocultar su rabia. La lista de gente que conocía la forma de actuar de Romeo era muy pequeña, porque los detalles no se habían hecho públicos. Sabía que Novak era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de ello. También sabía que más allá de su amistad, esa era la verdadera razón por la cual se había acercado a verla. Aun así, parecía que lo mantenía oculto. Estaba todavía luchando con ello. Peleando por aceptarlo.
—Has estado pensando en tu hermano —le dijo Novak—. Lo irónico del caso es que ahora ambos están muertos. Si yo fuese tú, estaría haciendo exactamente lo mismo. Estaría intentando atar cabos. Y por eso mismo, al menos de momento, creo que no deberías pensar demasiado. Se trata de Holt, Lena. Pero Romeo iba probablemente a por la chica.
La idea quedó suspendida en el aire. Era algo que había que sopesar cuidadosamente junto con todo lo demás. Romeo persiguiendo a la chica; la posibilidad de que Holt fuese un efecto colateral y que hubiese sido una sorpresa seguramente agradable para el asesino; la posibilidad, aunque remota, de que la muerte de Holt no fuese en absoluto una coincidencia, solo una mezcla de inoportunidad y un montón de mala suerte.
—¿Has encontrado alguna nota? —preguntó ella.
Cruzaron las miradas, aunque brevemente. Lo suficiente para que Lena supiera que había dado en el clavo. Luego Novak se levantó, cruzó la habitación hasta la ventana y miró hacia fuera.
—Holt era escritor —dijo Lena—. ¿Dejó alguna nota?
Novak negó con la cabeza.
—No, si lo hizo no la hemos encontrado, y eso que hemos puesto el sitio patas arriba.
Un silencio opresor llenó la habitación. Podía sentir que Novak no paraba de darle vueltas a todo en la cabeza, que rumiaba las distintas posibilidades. Le vio abrir la puerta para sentir la brisa fresca en su cara.
—Estoy aquí para intentar convencerte, Lena. Y ni siquiera puedo convencerme a mí mismo. También me cuesta creer que se trate de un suicidio. Teresa López y Nikki Brant fueron asesinadas en sus casas. Esta chica no. ¿Por qué?
—Sí, esa es una de las incógnitas.
—Me quería jubilar tranquilo. Quería devolver la placa y librarme del arma. Cambiarlo todo por una vida dónde un tipo como yo no tenga que guardarse las espaldas, y poder dormir con los dos ojos cerrados. Es como un sueño que tengo. Empezar de cero. Escapar de todo esto pensando que, a pesar de todas las equivocaciones, cerré la mayoría de los casos y siempre hice bien mi trabajo.
Novak se esforzó en sonreír.
—Dijiste que estabas jugando al gato y al ratón con Holt por teléfono. ¿Se te ocurre qué podía querer?
Lena meneó la cabeza.
—Esa es otra de las incógnitas.
Novak se dio la vuelta y se quedó mirándola durante un rato.
—Si lo que creemos es cierto, entonces alguien le ha colocado los dos asesinatos a Romeo está cogiendo carrerilla y estamos persiguiendo un fantasma, como nos pasó con James Brant. En cualquier caso, seguimos sin avanzar mientras nos hundimos cada vez más en la mierda.