Capítulo 48
Lena apartó la mirada de Novak y se fijó en las radiografías de Tim Holt mientras el médico señalaba el orificio de salida de la bala.
—Fue un tiro limpio —dijo—. Directo desde el paladar a través del cráneo.
Art Madina era delgado, tenía el pelo corto negro y unos ojos verdes que todavía permanecían alerta y vivaces a pesar de su vocación. Aunque era joven y relativamente nuevo en la Oficina del Forense, Madina se había ganado la reputación de ser extremadamente meticuloso y se había convertido en el favorito del fiscal a la hora de presentar pruebas a un jurado. El teniente Barrera había retrasado las autopsias hasta que el patólogo pudiese volver de su conferencia en Las Vegas. Cuando Lena le llamó aquella mañana para comprobar a qué hora volvía, se enteró de que había sido uno de los ponentes principales.
—La herida fue evidentemente devastadora —dijo Madina—. El impacto fue tan grande que la mayor parte del lóbulo frontal siguió la trayectoria del proyectil y salió despedido. La muerte fue instantánea. Pero el caso de la chica es diferente.
Madina dio un paso a la derecha hasta acercarse a la radiografía de la joven, al lado de la de Holt. Las autopsias se habían previsto para las once de la mañana. A pesar del interés que tenían, Lena y Novak habían llegado más de cuarenta y cinco minutos tarde. Habían dedicado las tres primeras horas del día a trabajar en la lista de compañeras sexuales de la Web de Burell. Llamaron a las diez mujeres que quedaban pendientes tan rápido como pudieron. Aunque descartaron tres nombres más, cuatro de las diez se habían asustado y se habían marchado de la ciudad y las últimas tres no contestaron cuando Lena las llamó al teléfono móvil. La mañana no había resultado fructífera. Ninguna de las mujeres que habían entrevistado conocía o recordaba haber visto o conocido a un hombre de aspecto viril con la cabeza rapada y la piel afeitada. Cuando llegaron donde el forense y se enfundaron las batas, lo único que se habían perdido fue la toma de las radiografías.
Madina se ajustó las gafas mientras examinaba la placa.
—Las heridas de cuchillo en la chica siguen el mismo patrón que las heridas encontradas el viernes pasado en Nikki Brant. Son casi exactas. La gran diferencia es la causa de la muerte. Me apuesto lo que sea a que la respuesta la encontraremos aquí. —Movió la mano desde el torso de la chica hasta señalar el cuello—. Aquí tuvo lugar un trauma grave. Se rompió el cuello con casi total seguridad. Veremos qué fue primero cuando la abramos.
—Empecemos con la otra víctima —dijo Lena—. Es nuestro principal foco de atención en estos momentos.
No dijo el nombre de Holt para mantener una distancia con la víctima. Las autopsias ya eran suficientemente duras de por sí. Ver a un forense abrir a un amigo era como saltar a otra dimensión. Mientras olía el Vicks VapoRub tapada con su mascarilla, se preguntó cuánto tiempo aguantaría y deseó haber dormido mejor. A pesar del vino, se había pasado la mayor parte de la noche dando vueltas en la cama, escuchando el crujir de la casa con el viento y luchando contra las pesadillas provocadas por haber trabajado dieciocho horas seguidas en dos escenarios de crímenes. Charles Burell le había guiñado el ojo desde el más allá. Pero también Romeo; creía recordar: su figura nebulosa de pie junto a su cama la noche anterior. Un gigante sin rastro de vello. Cuando buscó su cara, no pudo encontrarla. Lo único que podía ver eran sus ojos brillando en la penumbra mientras la contemplaban. Después de aquello se despertó con el corazón latiendo a mil por hora y se quedó con los ojos abiertos hasta que amaneció y se disiparon las sombras.
Madina cogió su cuaderno y ojeó sus notas.
—¿Crees que Tim Holt no se suicidó? Eso no está incluido en el informe preliminar que realicé en la casa. Gainer dijo que era un suicidio claro.
—Por eso estamos aquí —dijo Novak—. Todo lo que necesitamos saber es si eso es posible o no.
—Te refieres a que pudiera tratarse de un homicidio.
Lena carraspeó.
—Tenemos motivos para pensar que hay que tener la mente abierta.
Miró a Novak y luego siguió a Madina por la sala de autopsias hasta los dos cadáveres, dispuestos en un par de camillas de acero inoxidable. Se estaban realizando cinco autopsias a la vez en aquella sala. Cuando observó el cuerpo de la chica, Lena se dio cuenta de que no había llegado a verle la cara. Le sorprendió lo joven que parecía y se preguntó por qué Holt la habría querido en su cama. Se giró hacia el cuerpo desnudo de Holt e intentó ignorar el ruido que hacía el técnico mientras taladraba con una sierra el cráneo de un pandillero, justo detrás de ellos.
—¿Habéis encontrado algún indicio de lucha en la casa? —preguntó Madina—. ¿Algo en concreto que tenga que buscar?
Novak negó con la cabeza.
—Nada que sepamos. Pero el escenario era difícil de analizar. Se acababa de mudar y no tuvo tiempo de desembalar.
Madina asintió y pareció estar dispuesto a asumir el reto.
—Vamos a echar un vistazo.
Empezó por examinar cuidadosamente las manos de Holt. Lena se acordó de haber visto restos de pólvora cuando lo encontraron en la casa. Como las pruebas de residuos de pólvora son tan delicadas, probablemente Ed Gainer las habría tomado allí mismo. Lena se preguntó si no sería lo que Madina había estado buscando antes, al repasar el informe preliminar.
—Tiene muchos callos en las yemas de los dedos —dijo el médico mientras miraba a Lena—. Era zurdo, ¿verdad? Tocaba el teclado, pero también la guitarra.
Lena lo miró, sorprendida por su conocimiento de la profesión de Holt.
—Sí —afirmó—. Era zurdo.
Madina dio la vuelta al cadáver mientras examinaba las muñecas y los tobillos. A continuación se demoró un momento en analizar un moratón que había justo encima del estómago.
—Siento no haber podido venir antes —dijo—. Sabía que iba a publicar un álbum nuevo. Escuché un tráiler en la página Web la semana pasada.
Miró a Lena y con voz más baja dijo:
—Era fan suyo.
Ella asintió, comprendiendo. Retrocedió hasta donde estaba Novak. Durante las dos horas siguientes, vio cómo Madina y otros dos patólogos diseccionaban el cuerpo de su amigo. Se trataba de sobrevivir a aquel espectáculo. Se trataba de no flaquear cuando el médico cortaba una «Y» con su escalpelo en el pecho de Holt. También de ignorar el chasquido de las luces de descarga cada poco tiempo cuando un insecto atraído por los cadáveres iba en dirección equivocada y moría hambriento.
Pero también se trataba de inundar la mente con ideas sobre el caso. De esperar que las tres mujeres que no habían podido localizar todavía le devolvieran la llamada y que una de ellas supiera quién era Romeo. Medir las diferencias entre Romeo y el asesino de su hermano, entendiendo que, mientras que el uno no podía contenerse a sí mismo, el otro sí podía, aunque ambos, al final, fueran igual de letales. Miró a su compañero, admirando su fuerza y resolución. La noche anterior estaba cabreada y se olvidó de preguntarle a Novak por su hija. Cuando se disculpó esa misma mañana, él le dijo que había encontrado crack escondido en su habitación, pero que no podía hacer nada hasta que ella volviese a casa. Sus últimos episodios habían durado uno o dos días. A veces, hasta una semana. A pesar de todo eso, él estaba aquí, a su lado, trabajando en el caso.
Por fin acabó todo. Un técnico lavó lo que quedaba del cuerpo de Holt y luego cosió su cavidad torácica vacía con un hilo grueso negro, mientras Madina se adelantaba para hablar con ellos.
—No consigo verlo —dijo—. No hay nada en esta víctima que me haga pensar en un homicidio. No encuentro ni el más mínimo indicio de que haya algo raro.
Lena se acercó, intentando olvidarse del estruendo de la sala y de los chasquidos de las luces. Madina miró su informe.
—En las uñas de la mano que cortó Gainer en el escenario del crimen no se han encontrado restos de piel humana. Nada que pueda indicar que arañó a alguien, que hubo una pelea. No hay abrasiones en los nudillos; tampoco marcas de ligaduras en las muñecas, tobillos o en el cuello. Ningún signo de hemorragia alrededor de los ojos o bajo los párpados y, cuando lo abrimos, comprobamos que su hueso hioides estaba intacto. No le sujetaron contra su voluntad ni fue estrangulado. Lo siento si estos resultados no encajan con tu teoría, pero el cadáver no presenta heridas defensivas.
—¿Qué me dices del moratón encima del estómago? —preguntó Novak—. Parece reciente.
—Sí —dijo Madina—. Probablemente sucedió alrededor de una hora o dos antes de su muerte. Podría haber sido producido por cualquier cosa. Habéis dicho que no había desembalado. Que era difícil moverse por la casa. Podría haberse tropezado con algo fácilmente.
Lena lanzó una mirada intensa a su compañero.
Madina se acercó al cuerpo.
—Hasta aquí, lo que no he sido capaz de encontrar —dijo—. Hablemos ahora de lo que sí he podido ver. Los residuos de pólvora. Se sacaron suficientes muestras de residuos de la piel como para afirmar, previa comprobación por el laboratorio, que fue su mano izquierda la que disparó. Cuando le limpiamos la sangre de la cara encontramos la marca del fogonazo en su mejilla izquierda y quemaduras en su barbilla, sus labios y su lengua. Creo que sostuvo el cañón a unos tres o cuatro centímetros de la boca cuando disparó. Pero estamos en blanco a la hora de adivinar cómo murió exactamente.
El teléfono móvil de Novak empezó a sonar. Rebuscó en su bata, miró la pantalla y pronunció: «el teniente Barrera» mientras contestaba. La llamada duró unos treinta segundos. Cuando acabó dijo:
—Tenemos que volver al Parker Center.
—¿Y qué pasa con el cadáver de la chica? —dijo Madina.
—Tendrás que hacerlo sin nosotros. Coméntanos los resultados en cuanto termines.
Era difícil saber qué estaba pensando Novak, porque llevaba puesta la mascarilla. Pero Lena lo pudo notar en sus ojos. Y cuando le dijo que ya estaban los resultados de ADN de la chica, Lena tardó en reaccionar; por la manera en que se lo dijo, por la mirada que le lanzó y por el gesto apesadumbrado de su asentimiento. Los resultados del ADN ya estaban listos, pero parecía más bien como si estuviese diciendo: «Se acabó, Lena, el montaje está en marcha».
Dejaron a Madina en la sala de autopsias, se quitaron las batas y bajaron corriendo las escaleras traseras del edificio.
—Dame las llaves —dijo Novak—. Conduzco yo.
—¿Qué te ha dicho Barrera?
—Lo que ya sabíamos que diría.
Lanzó las llaves a Novak, montó en el coche y aspiró una bocanada del aire fresco de Los Ángeles. Mientras Novak pasaba a toda prisa por delante de la caseta del guarda y dirigía el Crown Vie hacia el centro de la ciudad, Lena dejó vagar la mirada por la ventana, observando lo que parecía ser un interminable desfile de sin techo, vestidos con harapos, que caminaban penosamente por las aceras. El sueño americano tenía también una puerta trasera, pensó. En cuanto te alcanzaba, estabas vendido.
—No es que no supiéramos lo que iba a ocurrir, Lena. Ya nos lo figuramos anoche.
Se volvió hacia Novak.
—Entonces, ¿por qué estás asustado?
—Porque no sabemos quién es. No sabemos en quién confiar. Ahora mismo, nos las estamos viendo con un hijo de puta dentro de nuestra propia casa; alguien que está moviendo muchos hilos.
Eso lo resumía todo, pensó. Pero lo que implicaba era más profundo. Lo que iba a quedar registrado era que Romeo mató a esta chica y que Holt asesinó a su hermano para luego suicidarse. Esa era la historia que llevarían a la televisión. Esas serían las palabras que saltarían de la sección local a la portada de The Times.
Sentía que se le revolvía el estómago a medida que se acercaban a la Glass House y entraban en el garaje. Notó que le bajaba la tensión mientras subían en ascensor hasta la tercera planta y sintió unas ganas enormes de vomitar cuando el teniente Barrera les saludó con la mano y les indicó que se acercaran a la oficina del capitán donde un Stan Rhodes cabizbajo estaba ya sentado en la mesa de conferencias.
—Siéntate —dijo Barrera mientras cerraba la puerta—. Tenemos trabajo.
Lena arrastró una silla de la mesa y se sentó junto a su compañero. Luego vio cómo Barrera atravesaba la sala y se sentaba al lado de Rhodes. Le pareció que se había dibujado una línea. Los otros contra ellos dos.
—Ya nos han llegado los resultados del ADN —dijo Barrera—. Las muestras de semen tomadas de la chica en el escenario del crimen de Holt son exactas a las que encontramos en Teresa López y Nikki Brant. Es Romeo. La violó y luego esperó a que llegara Holt a casa para observar.
Lena miró a Rhodes. No se había dignado a dirigirse a ellos desde que habían entrado en la sala. Parecía extenuado, y era obvio que había vuelto a pasar la noche en vela. Dirigió la mirada hacia la cicatriz de la oreja, la «x» que ahora parecía más marcada que la noche anterior.
—¿Nos sigues, Gamble? —preguntó Barrera.
Lena se volvió hacia el teniente y asintió sin decir nada. Él les deslizó el informe del laboratorio por encima de la mesa, como queriéndoles convencer.
—Romeo es el autor de estos asesinatos —repitió—. Y Holt quien mató a tu hermano. Ahora tenemos la certeza. Se acabó, detective. Es hora de cerrar el caso.
Barrera se quedó mirándola. La estaba midiendo mientras hablaba. Lena podía notar que había mucho más, así que se guardó sus pensamientos para sí misma y se quedó en silencio. La cuestión era, cuánto más.
—La muerte de tu hermano fue un caso de alta prioridad —dijo—. Es un alivio que el Departamento haya sido capaz de solucionarlo. El nuevo jefe está satisfecho, pero también preocupado por las filtraciones. Va a ofrecer una rueda de prensa en una hora, en vez de esperar hasta más adelante. Ya sé que es precipitado, Lena, pero quiere que tú hagas una declaración. Quiere que estés junto a él en el podio.
Lena notó como si todo el peso de aquel momento la arrastrara tierra adentro. Se giró cuando vio que Novak se había levantado de golpe, volcando la silla.
—Esto es una chorrada —gritó Novak.
—Siéntate, detective —dijo Barrera.
—Es una sandez y tú lo sabes.
—Siéntate o saca tu puto culo de aquí.
Las palabras de Barrera rebotaron en las ventanas y resonaron en la sala. Tras un instante, Lena consiguió hablar.
—Me gustaría leer los diarios de Holt.
—¿Por qué? —saltó Barrera—. Se acabó. Todo ha terminado.
—Quiero verlos. Todos. Todo hasta el día en que murió.
Rhodes levantó la vista lentamente. Ahora la estaba observando. Les había contestado a una petición inasumible con otra. Era algo que le parecía justo. Se le ocurrió la noche anterior cuando llegó a su casa que, si Holt estaba investigando el asesinato de su hermano, seguro que habría hecho anotaciones.
—Sus diarios no están aquí —dijo Rhodes en voz baja—. Pero los he leído. Su contenido es irrelevante a los efectos de lo que te interesa.
—¿Cómo puedes saber lo que estoy pensando?
Barrera les interrumpió.
—Olvídate de los malditos diarios. Tienes una hora para memorizar tu declaración antes de bajar. Y no es una petición, detective. Es una orden. Una orden directa.
Le acercó una hoja de papel. Su declaración había sido redactada por los jefazos de la sexta planta. Era corta, de solo dos párrafos, y en ella le agradecía al Departamento el haber resuelto finalmente el crimen y permitirle así cerrar capítulo en la muerte de su hermano. Aunque las conclusiones eran difíciles de asimilar, aquello aumentaría su confianza y la convertiría en una mejor agente de policía…
Levantó la vista y vio a Novak mirando fijamente la declaración que le habían preparado. Captó la ira, el gesto amargo mientras su mente trabajaba a toda velocidad. Pensó en lo que él le acababa de decir no hacía más de quince minutos, en el coche.
Alguien de dentro estaba moviendo muchos hilos.
Y querían hacerla pasar por ese dolor de nuevo. Querían que lo aireara todo.
Se mantuvo en silencio, sopesando las consecuencias. No dijo nada. En su lugar, cogió el papel, lo guardó en su maletín, miró a Barrera y se marchó.