Capítulo 59
En menos de una hora, el contenido del cuarto de baño había quedado recogido, guardado como prueba y enviado al laboratorio en un coche patrulla que circulaba a toda velocidad por la autopista 10.
Barrera se quedó en la casa, pero estuvo todo el rato hablando por teléfono. Lena podía escucharle mientras peinaba el despacho de Fellows en la sala de estar. Hablaba desde la entrada con su ahora mejor amigo, Stan Rhodes. Y parecía que Rhodes estaba repasando los antecedentes de Fellows, pero no había encontrado nada. Tito Sánchez, su inseparable socio, estaba coordinando la vigilancia con los de la Sección de Investigaciones Especiales. Se seguiría a Fellows durante uno o dos días, el tiempo que el laboratorio necesitaba para conseguir unos resultados preliminares. Los de Investigaciones Especiales habían estado encima del asunto desde que Novak hizo la llamada inicial. Después de salir del Pink Canary, Fellows condujo hasta el centro comercial de West Hollywood. Por lo que Lena podía deducir, tanto Barrera como Rhodes lo tomaron como una señal de que Fellows no sabía que estaba siendo vigilado. Pero cuanto más lo pensaba, más inquietud sentía. Si ella se quisiera quitar a alguien de encima, lo primero que haría sería ir a un aparcamiento con múltiples salidas en un barrio abarrotado. El centro comercial que había en la confluencia de Beverly y La Ciénaga cumplía esa descripción a la perfección.
Lena dejó de escuchar, abrió de golpe el último cajón y vio la chequera de Fellows y varias facturas. Comenzó con estas, pero no pudo encontrar ni una sola que no tuviera relación con la casa de Venice. Al repasar los apuntes de la chequera, constató que todos los cheques de Fellows cuadraban con los servicios suministrados a esa dirección. No encontró ningún indicio que apuntara a una posible segunda vivienda.
Dejó vagar la mirada por la habitación. Había un cuadro sobre una repisa. Le resultaba familiar, pero no podía decir por qué.
Se levantó del escritorio. El cuadro no era un original, sino una copia con un cristal delante. Era una mujer rubia, de pie en una esquina, esperando de noche en un semáforo mientras varios hombres trajeados miraban su cuerpo desnudo con descaro. Los edificios del fondo estaban plagados de grafiti. Al acercarse, se dio cuenta de que los grafitis no habían sido pintados con una brocha, sino con tinta, a mano, y los edificios tenían el aspecto y el sello de un artista del tatuaje.
Era difícil apreciarlo porque la habitación entera se reflejaba en el cristal que lo protegía. La calidad de la copia era pobre. Aun así, la obra tenía un aire que rompía el ambiente; destilaba una cierta violencia. Cuanto más lo miraba, más segura estaba de que el artista había trabajado con piel humana.
Se apartó del cuadro deseando en silencio poder fumarse un cigarrillo. Volvió a la mesa del despacho y se sentó. Luego, volvió a fijarse en la chequera. Era curioso que Fellows hubiese seleccionado un diseño que parecía papel gráfico. Volvió al cajón y encontró una pila de cheques anulados. Estudió la caligrafía del hombre: una precisión de robot que ahora le resultaba tan conocida. Fellows no escribía como la mayoría de la gente. Rellenaba las casillas como si se tratase de un crucigrama.
Sacó su libreta, volvió a las anotaciones del domingo y al encuentro con Irving Sample de la Unidad de Pruebas Documentales. Sample había dado con una anomalía en la forma en que Romeo escribía la letra «p». Ella no era una especialista pero la anomalía resultaba tan obvia que no hacía falta serlo. Martin Fellows formaba la letra empezando por la parte baja del trazo curvo y la acababa de un solo golpe sin levantar el bolígrafo. Era suficiente para conseguir una orden de detención. En el caso del asesinato de Ennis Cosby había bastado para conseguir la condena. No hacía falta esperar cuarenta y ocho horas a los resultados del laboratorio.
—Lena —gritó Novak—. Ven, rápido.
La había llamado desde el dormitorio principal. Corrió por el pasillo, vio a Barrera entrar deprisa y se apresuró. Novak estaba agachado entre las dos camas. Había apartado una alfombra y varios tablones. Dos técnicos de Investigaciones Especiales estaban junto a Lamar Newton, que en ese momento efectuaba tres disparos con su cámara, un modelo de avance automático y con luz estroboscópica.
Novak le lanzó una mirada intensa cuando se disponían a entrar.
—Estaban sueltos —dijo—. Hay un archivador grueso, de unos cinco centímetros, lleno de datos.
Cuando finalmente Lamar se apartó, Novak sacó la carpeta y la abrió.
—¿Qué es eso? —preguntó Barrera—. ¿Qué es lo que esconde ese tipo?
La primera hoja parecía un documento oficial. Era una fotocopia de la vida laboral de Harriet Wilson que incluía su historial médico. Cuando Novak pasó la página, Lena advirtió que le temblaban las manos de excitación.
El fichero contenía unas cuantas fotografías, tamaño estándar, de mujeres en sus dormitorios. No estaban posando; esas mujeres ignoraban por completo el hecho de que Fellows estuviese allí. Había utilizado una lente nocturna y había sacado las fotos mientras dormían.
El espanto fue calando hondo mientras Novak pasaba las fotografías de una en una. Eran muchas, todas de mujeres sin nombre. Mujeres que dormían y soñaban tranquilamente, solas, en sus camas.
Salieron a la luz varias fotos de Harriet Wilson. Lena se sentó junto a Novak para ver mejor. Era una serie completa de fotos de Wilson vestida con distintos atuendos de noche. Fellows estaba fascinado con la mujer y se arriesgó a ir a su casa varias veces. Se atrevió a hacer múltiples incursiones. Mientras Novak dejaba caer la última foto de Wilson en la pila correspondiente, Lena cogió la siguiente fotografía y reparó en el rostro.
—¿La conoces? —preguntó Novak.
—Salió en el periódico la semana pasada. Está embarazada, pero ella asegura que no ha tenido relaciones en los dos últimos años.
—La virgen —dijo Lamar—. Lo leí en el periódico el viernes pasado.
Lena asintió. También ella había empezado a leer la noticia, pero lo dejó cuando la mujer aseguró que su embarazo era una «inmaculada concepción». En aquel momento, les pareció otra historia típica de Los Ángeles. La versión americana de una fanática religiosa que no quería admitir que tenía un problema.
Pasaron unos instantes. Novak pasó a la siguiente foto. Alguien que ambos reconocieron. Era Avis Payton, la mujer del pelo granate.
Lena miró a Novak. Tenía los ojos vidriosos y trataba de ocultar su emoción.
Fellows había utilizado la tarjeta de crédito de Payton para acceder a la Web de Burell. El día que la entrevistaron, estaba enferma, algo parecido a una gastroenteritis y afirmó que le habían robado el bolso. Pero ahora sabían lo que la joven intentaba ocultarles; lo que no quería que supiera su padre, el policía de Salt Lake City. Lena se acordó del cerrojo que la joven había instalado en la puerta corredera. Martin Fellows le había hecho una herida que nunca sanaría. La había violado, y ahora ella, embarazada, llevaba dentro de sí la criatura de un monstruo.
Novak saltó a la siguiente página sin decir nada, pero Lena le vio luchando contra aquel descubrimiento mientras se sacaba algo del ojo. Cuando repasaron las siguientes diez fotos, la conmoción fue lo suficientemente grande como para despertarles a los dos de sus ensoñaciones.
Ya no se trataba de mujeres durmiendo. Estaban muertas.
Las fotos se asemejaban más al tipo de fotos que sacaba Lamar; no eran fotos cualquiera, del mismo tipo que las anteriores. Eran instantáneas de los escenarios del crimen: de Teresa López colocada sobre una cruz pintada en las sábanas con su propia sangre, de Nikki Brant desnuda y tirada en su cama con el rostro y las manos enfundados en bolsas de plástico.
Novak se detuvo antes de llegar al final del taco de fotos y se dirigió a Barrera en voz baja y ronca.
—¿Qué quiere que hagamos, teniente? No creo que haga falta esperar a los resultados del laboratorio.
Barrera dio un paso atrás con las manos en los bolsillos. Parecía que le costaba tomar la decisión. Lena comprendía el dilema en el que se encontraba y le contó lo de las muestras de caligrafía que había encontrado en la planta baja. Barrera se giró mientras consideraba las distintas opciones. Una gota de sudor cayó al suelo.
—La chica puede estar viva todavía —dijo por fin—. Nos puede ayudar a encontrarla.
Novak meneó la cabeza.
—Ese cabrón no es de este mundo. A estas alturas, Harriet Wilson está probablemente muerta. Tenemos que detenerlo.
—No sabemos a ciencia cierta que esté muerta.
Lena se quedó en silencio, pensando que, por primera vez en los últimos dos días, estaba de acuerdo con Barrera. Todas las mujeres habían sido agredidas en sus domicilios. Por razones aún desconocidas, Fellows se había llevado a Harriet Wilson a otro lugar. Lena pensó en Brant contándole a Fellows lo de la página Web. Básicamente, Brant le estaba llamando puta a Harriet y posiblemente se habría reído de él y le habría tomado el pelo por ello. Pero Fellows estaba enamorado. Tanto que había asesinado a la mujer de Brant y había esperado a que este llegase y viese el cuerpo mutilado. Harriet Wilson no iba a ser como las demás. No la mataría de forma tan rápida o sencilla como a las demás. Era más que probable que estuviese viva todavía y que Fellows volviese a verla.
Barrera se secó la frente.
—Mientras los de Investigaciones Especiales le vigilen, no puede hacer daño a nadie.
—Sobre papel suena bien —dijo Novak—. ¿Pero, cómo podemos estar seguros?
—Creo que debemos dejar las cosas como están por el momento, Hank. Démosles a los de Especiales un par de horas para ver dónde va. Si Fellows no nos lleva hasta la chica, entonces le arrestaremos, y crucemos los dedos para que podamos hacerle hablar.
Novak sonrió con amargura y golpeó con el puño el restante taco de fotos, que se desparramaron por el suelo. Las miró y dejó escapar un grito. Lena siguió su mirada temblorosa al igual que el resto. Intentó concentrarse, pero tardó unos segundos en procesar las imágenes. Luego sintió una opresión en el pecho y la habitación comenzó a girar.
Había tres fotografías de otra mujer mientras dormía en su cama. Otra serie de instantáneas que aquel loco había tomado en la oscuridad de un dormitorio.
Lena les echó un vistazo y reparó en el revólver que había sobre la mesa. También en la placa y en su identificación. Cuando por fin detuvo la mirada en su propio rostro, notó cómo Novak la cogía de la mano, aunque no era capaz siquiera de sentirla.