Capítulo 7
Los ojos de Lena fueron recorriendo la moqueta blanca entre los libros que había esparcidos por el suelo, con la atención puesta en un par de manchas que iban hacia la mesa del despacho. Vio dos, tan pequeñas e incoloras que se le habían escapado en su primera incursión en la casa.
Se apartó cuando vio que entraba un técnico al vestíbulo con una luz ultravioleta y se dirigía por el pasillo hacia el dormitorio. Luego dejó su libreta en el suelo y se deslizó por debajo de la cinta amarilla que estaba extendida de un lado a otro de la puerta. Arrastrándose por el suelo, fue avanzando poco a poco hasta llegar al lugar donde estaba la primera gota.
Notó que el corazón se le desbocaba. Intentó serenarse.
Era semen. Y no se había secado con aquel aire frío y húmedo.
Arqueó la espalda para poder inclinarse hacia delante. Al inspeccionar la moqueta de debajo del escritorio se encontró con una tercera gota escondida en la sombra justo debajo de la silla. Alzó la mirada hacia el ordenador y se quedó un rato mirándolo mientras meditaba sobre su hallazgo. Oyó que alguien cruzaba el umbral y se giró para ver quién era. Novak avanzaba hacia la entrada del estudio.
—¿A las visto algún termostato? —preguntó—. Gainer está intentando calcular la hora exacta de la muerte. Van a tener que sacar el cuerpo.
—Justo detrás de ti, en la pared —contestó Lena—. Pero ya he anotado las temperaturas. ¿Qué opina él?
Novak se agachó y cogió el bloc de Lena.
—Entre la una y las tres de la madrugada. El cuerpo solo ahora está empezando a endurecerse.
Lena respiró profundamente mientras seguía con la vista fija en la moqueta y daba vueltas a las implicaciones que se derivaban de su hallazgo. El horror de lo que aquello significaba. Se volvió hacia Novak, que estaba repasando sus anotaciones. Observaba atentamente los dibujos del dormitorio como si los trazos y las medidas pudiesen poner un poco de orden en aquel mundo desencajado y que había saltado por los aires para siempre.
—Están en la primera página —le dijo Lena.
Novak asintió mientras pasaba las hojas hasta encontrarlas.
—Tenemos un problema, Hank.
—Por decirlo de alguna manera.
Estaba pensando en otra cosa y no la estaba escuchando. Después de anotar las temperaturas en una hoja en blanco, tiró la libreta al suelo.
—Quienquiera que la matara no salió corriendo inmediatamente.
Novak empezó a incorporarse.
—Quizá no —comentó.
—No hay duda. Hizo lo que hizo con Nikki Brant y luego se sentó en este escritorio y utilizó el ordenador. ¿Alguna vez has oído de alguien que se quedara un rato para navegar por Internet?
Novak mantuvo la mirada tija en ella un rato largo. Lena había conseguido captar su atención.
—¿Por qué estás tirada en el suelo? —preguntó.
Ella señaló la moqueta sin decir nada más. Novak siguió con la vista la dirección que indicaba Lena hasta detenerse en la primera gota de semen. Se quedó mirándola fijamente durante un instante. Aquel detalle añadía una nota morbosa al asesinato.
—Gainer no cree que fuese violada —comentó Novak—. No hay hematomas vaginales. Cree que el sexo fue con alguien conocido.
La frase quedó colgando en el aire. Alguien conocido…
Lena se acordó del semen encontrado en las sábanas entre las piernas de Nikki, en el aspecto de la vagina y la ausencia de flujo proveniente de ella. Parecía que alguien había intentado limpiarla.
—¿Qué pasa con la autopsia? —preguntó.
—Lo hemos conseguido —contestó Novak—. Se realizará esta misma tarde. Le he pedido a Lamar que se reúna allí con nosotros.
—Vamos a necesitar las luces ultravioleta —dijo Lena—. Necesitamos escanear esta habitación y también vamos a tener que llevarnos el ordenador.
Novak asintió con la vista fija en el reguero de gotas de semen que llegaban hasta la mesa. Lena se dio la vuelta y vio que Rhodes salía de la cocina y se dirigía hacia el umbral.
—Las cosas se han complicado —comentó—. Echad un vistazo.
Lena se volvió a deslizar bajo la cinta y siguió a Novak hasta la cocina. El lavavajillas estaba abierto y Rhodes les mostró el cuchillo de treinta centímetros que reposaba sobre la bandeja superior. La hoja estaba forjada de una sola pieza de acero y parecía lo suficientemente largo y afilado como para tratarse del arma homicida. Sobre la encimera Lena vio otros seis cuchillos del mismo lote colocados en un taco de madera. Había una séptima hendidura vacía, a la espera de que el cuchillo de treinta centímetros acabara el ciclo de aclarado.
—Alguien encendió el lavavajillas —comentó Rhodes—, pero tenía prisa y se olvidó de meter los platos de la cena.
Lena miró los platos que había junto al fregadero: la cena de una persona. Luego volvió a mirar al lavavajillas. Las bandejas estaban a medio llenar y el contenido estaba limpio. Se quitó los guantes y rebuscó en el bolsillo de su chaqueta en busca de otro par limpio. Luego cogió un plato de la bandeja de arriba y notó que estaba todavía caliente, a una temperatura superior a la que había en la cocina. Estaba claro que el único motivo de poner en marcha el aparato había sido el esterilizar el cuchillo. Le pasó el plato a Rhodes, que sonrió un poco al percibir a través de los guantes el calor que irradiaba. El cuchillo del lavavajillas era casi con total seguridad el arma homicida.
—El ciclo del lavavajillas tarda hora y media —dijo Rhodes.
Lena hizo los cálculos.
—Eso significa que alguien lo puso en marcha alrededor de las tres.
Lena observó a su compañero. Rhodes miraba en dirección a un cajón abierto que había junto al horno y parecía preocupado. El cajón estaba lleno de bolsas de plástico. Nadie deseaba que las cosas tomaran el cariz que estaban tomando, pero ahí estaban todos los indicios, llevándoles hacia una negra oscuridad.
—La marca coincide con que la que tenía la mujer sobre la cabeza —dijo Rhodes—. De la misma tienda: Hollywood Veggie Mart.
Lo único raro es que esa tienda está colina abajo, cerca de la Pacific Coast Highway y no en Hollywood. No pertenece a ninguna cadena. Es la única de toda la ciudad.
Lena miró fuera por la ventana. Podía ver a Tito Sánchez salir del coche y volver hacia la casa. James Brant seguía sentado en el asiento delantero, pero ya no lloraba. Tenía la cara hinchada y su gesto se había endurecido un poco. Cuando Sánchez cruzó el umbral, Novak le guio hacia la cocina.
—¿Qué dice Brant?
—Lo mismo que os conté a vosotros antes. Está dando vueltas a lo mismo. Necesita ir al cuarto de baño.
—Para eso están los vecinos, ¿no? —dijo Rhodes.
Novak se volvió hacia Sánchez.
—Has estado con él casi todo el rato. ¿Qué piensas de él?
—No consigo captarle del todo. Está furioso y nervioso. Está desbordado. Supongo que si se tratase de mi mujer me estaría comportando de la misma manera.
—¿Y qué hay del trabajo?
—No tiene ningún enemigo. Todos forman una familia feliz.
—Entonces piensas que está limpio —dijo Novak.
Sánchez vio el cuchillo en el lavavajillas y captó lo que significaba. Entendió que podía cambiarlo todo.
—No he dicho eso. No lo sé, Hank. Podría ser cualquier cosa.
—¿Y las huellas dactilares? —preguntó Lena.
—Los de la Científica ya las tienen —dijo Sánchez—. Querían descartar que fuese él. Se las tomaron mientras esperaban a entrar en la casa.
El típico sonido de ruedas que venía del pasillo les dejó a todos pensativos y alivió un poco la tensión que se había acumulado.
Al igual que los otros, Lena se giró para ver pasar la camilla por el vestíbulo y finalmente salir de la casa. El cuerpo menudo de Nikki Brant apenas llenaba media bolsa. Cuando Gainer asomó la cabeza, Novak sacó una hoja del bolsillo y se la alcanzó.
—Son las temperaturas —dijo.
Gainer asintió, le dio un recibo que reflejaba la salida del cadáver y salió.
Después Novak se unió a Lena junto al lavavajillas para echar otro vistazo al cuchillo. Un rayo de sol atravesó la ventana y se reflejó en el filo, que pareció brillar delante de ellos.
—Creo que va siendo hora de que nos pongamos todos en marcha —le comentó.
—¿Quieres que nos dividamos?
—Tú y yo empezaremos con su coartada y les dejaremos al resto terminar aquí —contestó Novak—. Quiero llevarme el cuchillo a la autopsia, así que vamos a anotarlo en el registro de pruebas.