Capítulo 12

Kristin Novak se plantó delante del escritorio de Lena con un envase de plástico del restaurante y una sonrisa tímida y ansiosa en el rostro.

—Me has traído la cena —dijo Lena—. Gracias.

Abrió la tapa, observó el bistec con ensalada y notó cómo le rugía el estómago. Estaba realmente hambrienta.

—Es un bistec estilo Nueva York —comentó la joven—. Nosotros hemos tomado lo mismo y nos gustó, así que mi padre pidió otro igual para ti, pero sin la patata cocida.

El escritorio de Novak estaba justo al lado del de Lena. Dejó la chaqueta sobre el respaldo de la silla y se quedó de pie mientras le pedía a Lena que le pusiese al corriente de las últimas horas.

—Están en la sala Dos —dijo Lena—. Ya le están grabando.

—¿Ha pedido un abogado?

—De momento, no.

—Entonces es que todavía no sospecha nada.

—Quizá —respondió Lena—. O puede que se crea más listo que nosotros.

—¿Has podido verlo?

Lena asintió y echó una mirada a la carpeta azul con el nombre de Nikki Brant que tenía sobre la mesa. Era el expediente que contenía todos los datos del caso que ella misma había empezado a elaborar y que a veces se conocía como el «libro azul». Además de meterle prisa al ayudante del fiscal por lo de las llamadas telefónicas, actualizar el registro cronológico del asesinato y acabar de redactar los informes preliminares, había conseguido escaparse un segundo a Investigaciones Científicas en la cuarta planta para seguir el interrogatorio a través del monitor. Desgraciadamente, las salas de interrogatorio no estaban equipadas con anexos para observar el proceso, ni con espejos falsos, de esos que tanto se ven en las películas o en la televisión. Una vez cerrada la puerta, la única manera de observar un interrogatorio en curso era mediante la cámara y el micro que había escondidos en el detector de humos del techo.

—¿Qué sabemos del ADN? —preguntó Novak.

—Encontraron algunos cabellos en su peine, aunque también tenemos la taza de café que Tito le ofreció esta mañana y con la que se ha quedado. Las muestras llegaron al laboratorio antes que nosotros a Pasadena. He llamado para cerciorarme. Barrera se ha asegurado de que todo el mundo en el laboratorio sepa lo urgente que es. Deberíamos tener los resultados el lunes por la tarde.

Novak parecía complacido por la colaboración de Barrera. El laboratorio estaba colapsado de trabajo y contaba con muy poco personal. Solían tardar meses, no días, en dar resultados. Lena se acordaba de haber trabajado en un caso en Hollywood en el que hizo una petición de análisis para unas muestras de sangre y no recibió los resultados hasta un año después de que hubiesen condenado al sospechoso.

—¿Has mirado si tiene antecedentes? —preguntó Novak.

—Dos golpes conduciendo borracho en su época de estudiante. Nada más.

Novak hizo una pausa, miró a su hija y después a Lena.

—Vuelvo en un minuto —dijo.

Se marchó a ver el interrogatorio desde el monitor de la cuarta planta y la dejó allí con la chica. Normalmente, a Lena no le habría importado tomarse un descanso y hacerla compañía. Sabía que la noche iba a ser larga y necesitaba comer algo para no desfallecer. Sánchez y Rhodes llevaban ya una hora con Brant. En algún momento les tocaría a Novak y a ella sustituirles, ya que se irían turnando hasta que el sospechoso se cansara o pidiera un abogado. Sabía también que, por algún motivo, a Novak le gustaba verla con Kristin. Le parecía importante que su hija se supiera relacionar con otras personas.

Sin embargo, aquella noche lo sentía como una imposición. Quería acabar de leer el informe provisional de la División de Investigaciones Científicas y analizar bien las consecuencias que implicaban sus averiguaciones. A pesar de que la tierra estaba reblandecida, no se había encontrado ninguna huella debajo de la ventana del dormitorio. El análisis del aparcamiento en Rustic Canyon Park no añadía nada interesante. Basándose en las pruebas disponibles, no se podía determinar ningún punto de entrada ni de salida del escenario del crimen. Por lo que había podido leer hasta el momento, las conclusiones de los de la Científica se asemejaban a las suyas. O el asesino se coló a través de la ventana volando como un vampiro, o había entrado en la casa utilizando sus propias llaves.

Lena abrió la bolsa de plástico con los cubiertos y cortó un trozo de carne mientras la chica la observaba.

—Parece que lo han quemado —dijo Kristin.

—Solo por fuera. Me gusta así.

Lena le dio un primer bocado. La carne era tan tierna que casi no hacía falta masticar. Comenzó con la ensalada mientras Kristin se apoyaba en la silla de su padre. Sus movimientos eran forzados y estaba claro que se le pasaban varias ideas por la cabeza mientras su mente elegía cuál de ellas decir.

—Mi padre me ha dicho que tienes mucho trabajo y que no me puedo quedar mucho tiempo.

—Suena como un padre sensato.

La chica sonrió, todavía nerviosa, y Lena notó que la estaba tanteando. Kristin tenía los mismos ojos claros y pelo rubio que su padre. Pero el parecido físico acababa ahí. Su cara era angulosa, impactante e inocente a un tiempo. A pesar de haber coincidido con ella en muy pocas ocasiones, Lena había podido comprobar que había heredado la curiosidad natural de su padre y su inteligencia, aunque no había tenido tiempo de pulirla. Si pudiera superar sus problemas con las drogas y el alcohol, llegar sin problemas a los treinta y superar el divorcio de sus padres, probablemente acabaría teniendo una vida normal.

La chica comprobó la sala y luego se volvió hacia Lena. Todo estaba vacío a su alrededor, estaban solas.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

Lena asintió mientras le daba otro bocado a la carne. La chica agarró la silla, la acercó y se sentó.

—¿Cómo es que trabajas aquí?

Lena sonrió entre dientes.

—Es una larga historia.

—Me refiero a por qué alguien como tú acaba siendo policía.

—Esa es una historia todavía más larga. A veces las cosas simplemente ocurren.

—Cuando era joven, todos mis amigos odiaban a los polis. Me avergonzaba de que mi padre fuera uno de ellos.

—Cuando yo era joven —contestó Lena—, no me gustaba que la gente me dijera lo que tenía que hacer. Pero eso no tiene por qué ser malo, sabes. Y, por cierto, aquí nadie va a hacerlo.

—Mi padre siempre dice que la gente que pasa por una crisis ya entrada en años termina jodida.

Lena se rio al imaginarse que lo que la chica acababa de contarle eran palabras textuales de su padre.

—No lo he oído nunca expresado de esa manera. Pero ahora que lo dices, creo que probablemente tenga razón.

La chica se quedó en silencio, absorta en sus pensamientos. Lena cortó otro trozo de carne. Le quedaba la mitad. O el bistec era más pequeño de lo que le había parecido en un primer momento o se lo estaba ventilando muy rápido.

—¿A tu hermano no le daba vergüenza? —preguntó Kristin en un susurro.

Sintió un pequeño pinchazo al oír la pregunta. Lena bajó el tenedor. El recuerdo de su hermano le tocaba un punto más sensible que el hambre que sentía en ese momento.

—Lo siento —dijo la chica—. No tenía que haberte hecho esa pregunta. Es solo curiosidad.

—No pasa nada —dijo Lena mientras se giraba hacia la chica, que continuaba mirándola fijamente a los ojos. Estaba echada hacia delante, con los codos apoyados en la mesa, esperando la respuesta de Lena. Había sido una pregunta inocente surgida de la curiosidad de una joven de veintiún años.

—A él le hacía gracia —dijo Lena tras un instante—. Solía bromear conmigo y me decía que era su guardaespaldas personal.

—Pero era músico. Tengo todos sus CD. Leí la historia en Rolling Stone.

Lena sabía adónde quería llegar la chica: al estilo bohemio de vida de su hermano y a las drogas. Pero Lena ya no la escuchaba. Pensaba en el primer día que había llegado a casa de uniforme.

Cómo se había reído David cuando la vio y cómo la abrazó. Estaba junto a la piscina, sentado en una silla bebiendo una cerveza y con un libro sobre sus pantalones desgastados. Parecía recién duchado, porque Lena recordaba el olor a limpio de su piel cuando la abrazó. Le dijo que debería tomar notas y escribir novelas policíacas, como aquel otro policía de Los Ángeles, Joseph Wambaugh. A su hermano le habían encantado siempre las novelas policíacas y le había nombrado otros tres policías más que se habían convertido en escritores y a los que admiraba. Pero después de una hora, la imaginación de David se desbocó y se le ocurrió que formaban la perfecta pareja de hermano rockero, hermana policía, para asaltar bancos. Durante los tres días siguientes se le fueron ocurriendo otras ideas del estilo. Se habían reído mucho. También se le ocurrió que podrían vender la historia de sus andanzas a alguna productora de cine, que seguramente vendería muy bien en Francia. Al final, como ocurría siempre en la vida de su hermano, todo había acabado en una canción. Una de las pocas baladas que había compuesto. Una de las mejores. Tres minutos y medio de música que ella ya no soportaba escuchar.

No, David no se había avergonzado de ella.

Al contrario, le gustaba la idea de tener una hermana policía. Le parecía increíble que lo fuera y se guardaba para sí el miedo que sentía por su seguridad. Había incluso asistido con ella a una actividad del Departamento para recaudar fondos para niños maltratados. Fue el día que Lena conoció a Stan Rhodes, un picnic en el campus de la Academia de Policía, enfrente del estadio de los Dodgers. Se acordaba de que su hermano le había susurrado al oído que tenía un porro en el bolsillo y de cómo se habían reído de ello. Todavía podía verle acosando a los detectives de homicidios, bombardeándoles con preguntas que le surgían a raíz de todas las novelas que había leído y escuchando las historias que le contaban. David se lo había pasado bien, especialmente cuando encontró el bar y se dio cuenta de que los policías también beben cerveza.

—Nos toca —elijo Novak.

Lena volvió de su ensimismamiento mientras observaba a su colega cruzar la sala. Su hija se levantó de la silla y la hizo rodar hasta la mesa de su padre.

—Lo siento, cariño —dijo—. Te tienes que marchar.

—Gracias por la cena, papá. A ver si nos vemos otra vez la semana que viene.

—Me encantaría. Ya lo sabes. Elige el día.

Lena los vio abrazarse. Después, la chica se volvió hacia ella y la sonrió.

—Gracias por charlar conmigo, Lena. Espero no haber dicho nada inconveniente. Me ha encantado verte.

—A mí también —dijo Lena—. Cuídate.

Vio a Novak despedir a su hija en los ascensores y cerró la tapa del envase de comida mientras pensaba en el bistec: quemado por fuera, pero crudo por dentro. Se preguntó si sus recuerdos de todos esos años desaparecerían algún día. Si algún día le crecería una coraza. Cogió la taza de café, pero lo que sorbió estaba ya amargo y frío. Se sintió preparada para enfrentarse a James Brant. Alerta y con el estado de ánimo adecuado.