Capítulo 68
Lena entró a la sala de detectives y reparó en el pequeño paquete que había encima de su mesa.
Habían pasado cinco días desde que perdió a su compañero. Y cinco días no eran suficientes para olvidar. Cada vez que miraba hacia la silla vacía de Novak, se sentía hundida y tenía que serenarse una y otra vez. El denso silencio de la sala y la ausencia de la cháchara habitual solo ahondaban su pena y lo empeoraban todo.
Se sentó y abrió el paquete. Era una caja. Cayó en la cuenta de lo que era y lo apartó. Por fin le llegaban las tarjetas de visita. Ya no tendría que anotar a mano su nombre y su teléfono en una tarjeta genérica.
Otro momento inoportuno. De esos que dejan huella en el alma y además te cuestan 25,31 dólares.
Salió de la sala sin decir nada, bajó en ascensor hasta la planta baja y se dirigió al Blackbird. Hizo caso omiso del gesto de reconocimiento que le ponía el camarero, pagó el café y se sentó en una mesa vacía que encontró al fondo de la cafetería.
Lena Gamble había apresado a Romeo y lo había abatido a tiros.
Era una historia de las que gustaban en la planta sexta. Una historia que el nuevo jefe podría ofrecer a una prensa ávida de ese tipo de golosinas. Se había visto en un reportaje en la televisión durante el fin de semana. Salía en un primer plano, con la cara manchada de sangre y sujetando la Winchester. Tras ver aquello se había tomado una bebida cargada de un trago y se había pasado el resto de la tarde en la piscina.
Aquel recuerdo se desvaneció. Quitó la tapa al café y dejó que el vapor le calentase el rostro. Después de un primer sorbo, se dio la vuelta y se puso a mirar por la ventana. La vista desde allí le recordaba más al planeta Venus que al centro de Los Ángeles. Aquellos incendios endemoniados seguían vomitando toneladas de humo y cubriendo la ciudad de un manto de oscuridad perpetua. Aunque se podía distinguir el sol, se veía de un rojo oscuro y parecía tan inofensivo que casi podía mirarlo directamente sin guiñar los ojos.
Le dio otro sorbo al café. Todavía se sentía mareada por aquella terrible experiencia. Aún era incapaz de zafarse de aquella opresión creciente en el estómago, como tampoco conseguía evitar la plaga de pesadillas que la impedían dormir.
Había finalizado todo el papeleo durante el fin de semana. Art Madina había examinado lo que quedaba de Martin Fellows y lo había declarado oficialmente muerto. Encontraron los genitales de Burell, fueron examinados y considerados más muertos aún. Aunque Harriet Wilson seguía en situación crítica, sus médicos parecían optimistas y mencionaban su fuerza de voluntad. Rhodes también había tenido suerte. La bala no le había tocado el pulmón. Le habían dado el alta en el hospital y estaba en su casa. El informe de la autopsia de Novak, fue discretamente guardado en una carpeta junto con las espeluznantes fotos que los de Investigaciones Especiales descargaron de la cámara de Martin Fellows.
Los últimos momentos de su compañero habían quedado grabados para la posteridad, pero solo Barrera tuvo el valor de echarles un vistazo.
Miró su reloj. El funeral de Novak estaba previsto para la mañana del día siguiente. La sexta planta le había preparado otro discurso y le había ordenado que se lo aprendiera de memoria. El director de la Policía la presentaría y daría su propio discurso tras el de Lena. Además, la exmujer de Novak había organizado un funeral no oficial esa misma tarde; un homenaje al padre de sus hijas. Empezaba en una hora y tendría lugar en un tanatorio del Westside. Allí estaría la División entera, excepto quizás Rhodes. Durante el fin de semana, ella había ido a limpiar la colilla que dejó Rhodes en el tiesto y se encontró con otras veinte, aplastadas en la tierra. No sabía qué pensar. Quería hablar con él. Enfrentarse a él en algún sitio con mucha gente alrededor. Lena deseaba que se encontrase lo suficientemente bien como para acudir al funeral.
Tiró el café a la papelera, ya no le hacía efecto. Luego se encaminó al aparcamiento. De camino a Santa Mónica, fue pensando en los cabos sueltos y en las pruebas que había recogido, en la bala que sacó de la madera de su dormitorio y en la cinta que mostraba el charco de sangre de su hermano en el dormitorio. Decidió que era cuestión de buscar el momento preciso, el momento adecuado para enfrentarse a Rhodes y enseñar las pruebas a alguien en quien pudiera confiar. Lo difícil era encontrar a esa persona.
Para cuando llegó al tanatorio, el servicio ya había comenzado. Se apresuró por el pasillo y abrió la puerta. Se extrañó de no encontrar a nadie.
No era una sala de estar. Parecía más bien un plato de rodaje diseñado para reproducir el aspecto de una cancha de baloncesto. Cerró la puerta y siguió por el pasillo. Abrió otra puerta y encontró otro escenario que representaba un campo de golf. Un hombre vestido de negro conducía un féretro de bronce hacia el green hasta colocarlo junto a algunos palos de golf.
—Parece que se ha perdido —dijo el hombre—. Seguro que es la primera vez que viene aquí.
—Estoy buscando a la familia Novak.
—Es la siguiente puerta —le contestó con una sonrisa—. Está en la habitación del capitán.
«La Habitación del Capitán».
A pesar del espanto de aquella imagen, consiguió hacer una señal de asentimiento antes de seguir hasta el final del pasillo. Vio el nombre de Novak escrito en una tarjeta sujeta en un caballete. A continuación, abrió la puerta, se encontró con una habitación llena de gente y buscó un hueco en la última fila.
La sala era otro extraño escenario de película. Uno que incluía una barca y un lago falso. Novak yacía en el féretro abierto y estaba vestido con su ropa de pescar y una vieja gorra de los Dodgers. Terna una bolsa de aparejos con él, dentro del féretro, al igual que una caña y su carrete. En lugar de música se escuchaban unos efectos especiales que incluían patos graznando y moscas zumbando en el aire. Un pastor detrás de un púlpito hablaba sobre el mejor de los viajes de pesca. Estaba en algún lugar en el cielo, decía, y los peces picaban.
Lena observó a la exmujer de Novak, que estaba sentada en la fila de delante, y se preguntó si no estaría loca por hacer algo así. Luego miró la figura rígida de su compañero al que habían colocado posando como un muñeco dentro del ataúd. Era una imagen que deseó no haber visto. Otro vistazo al infierno que no quería recordar, pero que sería incapaz de olvidar.
Se dio la vuelta y vio que había una mesa con bebidas, además de nachos, burritos y alubias fritas. Luego fijó la mirada en el grupo de gente y divisó al teniente Barrera en la segunda fila. Dos asientos más allá se topó con Rhodes.
Inspiró profundamente. Tenía el brazo izquierdo en cabestrillo, pero estaba ahí. Se quedó mirándolo hasta que terminó la ceremonia y todos se dirigieron hacia las bebidas. Pero antes de que pudiera moverse del asiento vio a la hija de Novak, que la observaba detenidamente desde la primera fila. Llevaba un vestido negro y una cadena fina de oro colgada del cuello. Incluso a lo lejos Lena pudo apreciar que estaba drogada.
No quería hablar con ella y se dio la vuelta, buscando a Rhodes entre la gente. Pero mientras caminaba por el pasillo central Kristin se dirigió directamente hacia ella y la intentó detener agarrándola del brazo.
Lena se giró y la contempló durante un rato largo, con el cadáver de Novak justo detrás de ellas. Kristin la sonreía, nerviosa, mientras con la mano derecha jugueteaba con la cadena de oro.
—Quería hablar contigo —dijo la chica.
Lena intentó ocultar su rabia pero no pudo. Y también necesitaba hablar con Rhodes antes de que se marchara. No necesitaba a Kristin Novak agarrándose a ella y arrastrándola en un viaje al pasado.
—Siento mucho tu pérdida —dijo Lena.
—Yo también.
—Y tienes un bonito colocón.
La chica frunció el ceño.
—¿Por qué eres tan desagradable?
Lena se dio la vuelta y vio a Rhodes al otro lado de la sala. Se había desmarcado de Barrera y la observaba. Alguien se le acercó, pero lo despachó enseguida.
—No soy desagradable —le dijo a la joven—. Estás drogada.
—Igual es que necesitaba algo para sobrellevar esto.
Kristin estaba nerviosa y seguía jugueteando con su cadena. Lena vio que llevaba algo colgando de ella. Un disco en forma de corazón. Cuando el colgante quedó fuera del vestido de la joven, los ojos de Lena se quedaron pegados al objeto.
No era un corazón. La joven llevaba la púa de la guitarra de su hermano. Podía distinguir la imagen única grabada en aquella pieza de oro de catorce quilates. La luna sobresaliendo por encima de unas nubes con forma de uva y fumándose un cohete espacial.
Se quedó sin aliento. Lo que implicaba ese descubrimiento la hirió en lo más profundo.
Levantó la vista hacia la chica. Vio sus pupilas dilatadas y su sonrisa idiota.
—¿Dónde has encontrado eso?
La chica esbozó una amplia sonrisa.
—De un amigo.
—¿Qué amigo?
—Alguien que me tiré hace mucho tiempo. Alguien al que le gustaba darme por detrás. Me lo quedé de recuerdo.
La sala empezó a dar vueltas a su alrededor. Notó cómo su maltrecha alma se arrastraba en un último viaje hacia las tinieblas. La hija de Novak tendría unos dieciséis años por aquel entonces. Tenía problemas con las drogas y Novak estaba profundamente preocupado por ella. La chica era fan del grupo de su hermano.
Todos los puntos se unieron en un solo instante. Todas las conexiones. Por fin había atado los cabos sueltos. Estaba todo tan claro que casi no podía creerlo.
Pensó en la sangre que encontró en su dormitorio. La sangre de su hermano esparcida por el cabecero y por todas las paredes. David había salido del club aquella noche, con una mujer que nunca había dado la cara. No había muerto en un trapicheo de drogas en Hollywood. Le habían matado a tiros en su cama.
Empezó a recordar antiguas conversaciones con su compañero. Fueron pasando una tras otra por su cabeza. Indicios de que había algo que no marchaba bien y que nunca captó porque no tenían ninguna base y eran absurdos. Ahora recordaba la manera en que Novak había intentado convencerla al principio de que Romeo era el responsable del asesinato de la chica en la casa de Tim Holt, incluso casi contradiciéndose cuando él mismo era consciente de que no podía colar. Aquella mirada de miedo y de dolor cuando le contó que Molly McKenna era una adolescente inocente, una chica joven que había entrado en la casa de Holt antes que el asesino y que no tenía ninguna relación con él. Novak siempre decía que quería jubilarse en paz. Cambiar su revólver por una vida donde no tuviera que cuidarse las espaldas y pudiera dormir con ambos ojos cerrados. Ahora lo entendía todo. El que Novak quisiera cerrar el asesinato de David para que nadie pudiera seguirle hasta Seattle.
Fue un mazazo. Un golpe devastador que no estaba segura de poder superar.
—¿Estás bien? —preguntó la chica.
—¿Qué recuerdas de aquella noche? La noche que mi hermano te dio por detrás.
La chica se sonrojó y puso otra de sus estúpidas sonrisas. Lena ya no sentía ninguna simpatía por ella. La odiaba.
—Nada —dijo la chica—. Estaba tan colocada que probablemente me desmayé.
Lo dijo como si se sintiera orgullosa. Como si hubiese conseguido algo importante en la vida. Como si supiera cosas que los demás ignoraban. Lena podía haberle explicado que sufría de amnesia retrospectiva, pero ya todo le daba igual.
Tenía los ojos clavados en el colgante. Lo agarró y rompió la cadena. Ignorando la cara estupefacta de Kristin, el silencio reinante y el que todo el mundo la estuviese mirando, Lena se quedó observando aquel hombre en la luna tallada en oro. Se estaba riendo de ella. La guiñaba un ojo. Fumándose aquel cohete como si se tratara de un puro. Cuando se acercó la madre de la chica, Lena la mandó a la mierda. Lo dijo bien alto. Para que incluso Novak, desde su último viaje de pesca pudiese escucharla. Acto seguido, cerró los dedos alrededor del rostro de la luna y salió disparada de la sala.