Capítulo 54
Novak condujo el Crown Vic por la autopista con la sirena puesta. Durante el trayecto hasta el extremo norte de Santa Mónica, Lena le puso al corriente de lo que le habían contado Art Madina y el hermano de Molly McKenna. Novak no dijo nada durante un buen rato. Podía ver que cavilaba, intentando asimilar las noticias. El miedo y el dolor persistentes cuando le dijo que McKenna era una adolescente inocente, una chica joven que había irrumpido en la casa antes que el asesino y que no tenía ninguna relación con Holt en absoluto. No hacía falta mucho para darse cuenta de que estaba imaginando aquel horror, como detective y como padre. Que al final, estaba pensando en su hija Kristin.
—Puede que vuelva a estar enganchado —dijo Novak.
—No sabía que lo hubiese estado nunca.
—A Rhodes lo enviaron a Chinatown hace cinco años, aunque no recuerdo si fue antes o después de la muerte de tu hermano.
Lena saltó al tiempo que había pasado con Rhodes. Aunque se acordaba de haber pensado que resultaba muy profundo, nunca vio ningún indicio de que tuviera algún problema con las drogas. Pero también era verdad que no le conocía lo suficiente ni sabía de qué era capaz.
—¿Qué se metía?
Novak negó con la cabeza.
—No lo sé. Tenía el mismo aspecto que tiene ahora. Ese aspecto extenuado. Cogió una baja. No de dos semanas, sino de dos o tres meses. Muchas sesiones con el doctor Andy. Cuando volvió era diferente.
—¿En qué sentido?
—No me paré a pensarlo. Estaba simplemente diferente. No dije nada porque trabajo en Homicidios, no en Antivicio, y porque sabía por lo que estaba atravesando mi hija. Rhodes era un buen detective, me fiaba de él y eso me bastaba. Fueran los que fuesen sus problemas, parecía que todo había quedado olvidado cuando volvió. Ahora lo veo de otra manera.
—Hoy ha sido un día tranquilo en la sala. No has dicho nada, ¿verdad?
Novak se encogió de hombros, acto seguido puso más fuerte el ventilador y ajustó una ventosa en el salpicadero.
—¿Qué has hecho, Frank?
—Le he dicho que si alguna vez hace una identificación en otro de mis casos y espera un día entero a decírmelo le voy a tirar por la puta ventana.
Lena se lo quedó mirando.
—¿Lo has hecho delante de todo el mundo?
—No. Me he encontrado con ese mierda en el pasillo. No creo que me haya pasado. Es lo que habría hecho cualquiera. Las cosas han estado tranquilas por muchas razones, Lena. Madina llamó a Barrera y dijo que no iba a firmar el informe forense de Holt o McKenna hasta que tuviese tiempo de pensar bien las cosas. Se está pensando lo del suicidio y a Barrera le va a dar un ataque: demasiada presión de la sexta planta. Se han pillado con la conferencia de prensa de ayer. Están convencidos de que es un suicidio, pero mientras Madina no firme, nada es definitivo.
—Barrera no me ha dicho nada.
—Por supuesto que no. Es una cagada de las grandes. De esas que hacen caer a la gente de lo más alto. De esas que nos llevan de vuelta a esa época en la que el problema éramos nosotros y los jurados decidían dejar libres a todos los indeseables. Y si es lo que tú piensas y Rhodes mató a tu hermano, entonces también él tiene que estar sintiendo la presión. El cabrón ha cometido dos asesinatos más y la ha cagado. Sin el suicidio, la prueba del ADN parece falsa y Romeo no es el asesino.
Ella miró por la ventana mientras reflexionaba. Solo una pregunta escondida en lo más hondo quedaba sin respuesta. Una cuestión que tendría que asimilar antes de enfrentarse a nadie y resolver el asunto definitivamente.
¿Por qué lo hizo? ¿Qué motivo podía tener Rhodes para disparar a su hermano en un callejón oscuro de Hollywood?
No había querido hacerse esa pregunta porque la respuesta era probablemente inquietante. No podía evitar pensar que el asesinato tenía algo que ver con ella. Algo que ver con Rhodes y su atracción mutua. Una relación que prometía mucho, pero que nunca evolucionó. Ella siempre había pensado que no fue el momento adecuado.
Volvió a la realidad mientras pasaban por delante del bungalow de Candy Bellringer. Como no encontraron ningún hueco donde aparcar, Novak dio la vuelta y aparcó en doble fila.
—¿Qué me dices del ADN? —dijo él—. ¿Cómo pudo Rhodes colocar semen de Romeo en el cuerpo de McKenna?
Lena lo había estado pensando toda la mañana.
—Tuvo que proceder del cuerpo de Nikki Brant.
—No puede ser. Estábamos todos allí. Todos en la misma sala.
—Rhodes colocó el precinto. Estuvo solo en la casa durante al menos diez minutos.
—Más bien quince —dijo Novak como si se le acabara de ocurrir—. Cuando retiramos las sábanas, ya habían limpiado el semen de Romeo.
Lena asintió.
—Pensamos que fue el marido que intentaba no dejar rastro. En cambio, Rhodes, vio una oportunidad y lo recogió.
Al igual que la mayoría de los edificios de bungalows de Los Ángeles, este estaba rodeado por una valla de seguridad y una puerta de más de dos metros de altura. Novak se acercó al directorio de los vecinos y cogió el auricular.
—Voy a suponer que no usa el nombre de Candy Bellringer —dijo—. ¿Cuál es su casa?
—La seis.
—Cuento veinticinco. Los demás están en el listín, pero no la seis. De repente me está empezando a dar mala espina. ¿Por qué no nos ha devuelto la llamada?
Novak apretó el botón y esperó la respuesta. Lena se fijó en el casillero vacío del portero automático y miró a través de la valla. Era un edificio moderno con tejado de pizarra que parecía estar en buen estado. Estucado blanco y cristal con mucha hiedra y palmeras. Eran todos dúplex.
—Nada —dijo Novak—. Tengo un mal presentimiento.
—¿No hay ningún encargado?
Volvió al listín y encontró el número del encargado. El uno. Mientras llamaba, Lena se dio la vuelta. Aunque parecía lujoso, se respiraba un silencio tenso en el ambiente. Esa sensación que acompaña a un crimen. Cuando Novak colgó, Lena pasó una pierna por encima de la valla y saltó al otro lado para dejar entrar a Novak. Se apresuraron por el camino de acceso mientras buscaban el apartamento. Pasaron por delante de una fuente y entonces vieron el número seis, junto a la piscina. Novak llamó a la puerta. No contestó nadie. Lena miró a la piscina y advirtió que la depuradora estaba fuera y había una puerta abierta y una luz encendida, la de la sala de mantenimiento.
—Puede que sea el administrador.
Se acercaron a la sala, pero no había nadie. Lena observó los suministros para la piscina y percibió el olor a cloro. Se volvió hacia el apartamento y barrió las ventanas con la vista. Había un balcón en el segundo piso, probablemente abierto a la habitación principal, pero la puerta corredera estaba cerrada.
Se apresuraron de vuelta a la puerta. Novak comprobó la cerradura.
—Es una posible víctima —dijo—. Nuestra conexión con Romeo.
—Tenemos que entrar —dijo ella.
Él asintió con decisión. Dio tres pasos hacia atrás, bajó el hombro y se lanzó contra el punto más débil de la puerta con todas sus fuerzas. Lena vio como la madera crujía y se abría una brecha. La puerta se abrió de golpe y se estrelló contra la pared. Una vez dentro Lena analizó los desperfectos. La puerta tenía un cerrojo de seguridad. Novak abrió la puerta con tal fuerza que la jamba se salió del marco y partió en dos la moldura.
Lena aspiró, pero no encontró olor a podredumbre. No había ningún cuerpo en descomposición.
Entró en la cocina y la analizó con calma. Miró en el interior del frigorífico, en el cubo de la basura y vio a Novak examinar lo que quedaba en la cafetera por si había moho. Cuando miró el fregadero vio que estaba seco.
—No lleva fuera demasiado tiempo —dijo Lena—. Pero no creo que haya dormido aquí anoche. Se marchó ayer en algún momento y no vino a casa por la noche.
—Es una estrella del porno y probablemente hace otros trabajillos. Por lo que sabemos pudo pasar toda la noche trabajando. Veamos en la planta superior.
Subieron deprisa y se dividieron. Lena fue a la habitación principal donde comprobó también el baño y los armarios. Novak llegó al cabo de un minuto.
—Hay una habitación libre con un baño completo —dijo—. No está aquí.
Lena echó un vistazo alrededor en busca de alguna revista o correspondencia que pudiera aclarar el verdadero nombre de la modelo. Pero todo estaba en su sitio dentro del apartamento. Resultaba bastante extraño. Se fijó en unos libros que había junto a la cama, un bastón y una bolsa de costura rebosante de ovillos de lana. No había televisión en el dormitorio. Desde la muerte de Burell habían entrevistado a la mayoría de sus modelos y visitado más de la mitad de las casas de esas chicas. En todos los casos, los sitios eran horteras, de aspecto sucio. En cambio, este lugar no era así.
—¿Crees que nos hemos confundido? —preguntó Novak—. ¿Estamos en el apartamento correcto?
Lena se volvió hacia el armario. Miró por encima la ropa de la mujer y vio tres trajes de chaqueta de corte clásico.
—Aquí hay algo muy raro, Lena. Y no hemos entrado tranquilamente. He roto la puerta.
—Estamos en su apartamento, estoy segura —dijo Lena.
No muy convencido, Novak se acercó a la cómoda. Abrió de golpe el cajón superior. Bufandas, joyas y un monedero antiguo vacío. Abrió el segundo cajón y encontró camisetas y camisas. Cuando abrió el de abajo se quedó un momento mirando la ropa interior.
—Sácalo todo —dijo Lena—. Veamos lo que hay.
Novak sacó un camisón de algodón. La típica prenda cómoda, nada sexy.
—Esto es apto para todos los públicos —dijo Novak.
Devolvió el camisón al cajón y lo cerró de golpe. Miró debajo de la cama, sacó una bolsa de deporte y abrió la cremallera. En cuanto la abrió, se le iluminaron los ojos.
—Tiene un alijo de artilugios —dijo.
Le dio la vuelta a la bolsa y volcó el contenido sobre la cama. Lena se acercó para ver mejor. Había varios saltos de cama y una docena de tangas y sujetadores. Rebuscó entre la ropa y descubrió un liguero con unas medias. Cuando descubrió la peluca negra, miró a Novak.
—Esta es la casa —dijo.
Cogió la bolsa de deporte y abrió el bolsillo lateral. Dentro encontró el maquillaje de Candy Bellringer junto con un vibrador y grandes cantidades de vaselina. Extendió el maquillaje por la cama y estudió los colores. Eran duros, picantes. No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que esta mujer no utilizaba este maquillaje habitualmente, cuando llevaba puesto uno de sus trajes de chaqueta en su trabajo de día.
—¿Qué piensas? —preguntó Novak.
—Vive una doble vida y este es su disfraz y su peluca. No es una profesional. Es una aficionada que está intentado esconder su identidad. Por eso nunca nos devolvió la llamada. No quiere que nadie se entere de quién es.
—Te refieres a que se pasa la noche tirándose a un tipo y luego se levanta para ir a trabajar. Las cosas no funcionan así.
—No he dicho eso. Solo que lleva una doble vida y que no son compatibles.
Lena volvió a analizar con calma la habitación. Detuvo la mirada en una mesa antigua y en una silla que había junto a la ventana. La mesa tenía un cajón.
Tiró de la silla y abrió el cajón de golpe.
Vio una chequera y sellos, un bolígrafo y varias facturas sujetas con clips. Con todo, lo que más le llamó la atención fue el sobre que había encima, el que contenía un cheque.
Novak se asomó por detrás de su hombro. Según abrió el sobre notó una corriente súbita de adrenalina recorrer su cuerpo y hacerla tambalear. Sacó el cheque y oyó a su compañero inspirar profundamente. Pensó que su corazón no iba a resistir aquella carga.
El cheque estaba librado a nombre de Harriet Wilson. Trabajaba para Dreggco Corporation: la misma empresa para la que trabajaba James, el marido de Nikki Brant.