Capítulo 51
Podía escuchar voces a través de la bruma. Rápidas y lentas. Intentó acallarlas. Trató de concentrarse, pero no podía entender lo que decían. Había dos o tres hombres, todos hablaban en español. Y estaban muy cerca. Tan cerca que pensó que estaban de pie junto a su cama viendo cómo dormía.
Lena abrió los ojos de golpe. Miró por la ventana y se dio cuenta de que algo no iba bien. Había tres hombres junto a su coche en el camino de entrada. Les había visto antes, cortando el césped de su vecino. Ahora miraban hacia su casa con cara de preocupación.
Se quitó las mantas de encima y se puso unos vaqueros. Abrió la puerta y salió al exterior rápidamente, descalza. Por el olor que traía el viento notaba que algo se estaba quemando. Miró al cielo en dirección este y vio una columna de humo sobre la ciudad. Ayer era solo un incendio en el campo. Hoy, por culpa de los vientos que todavía soplaban, la gente de La Crescenta estaba perdiendo sus casas.
Se apresuró escaleras abajo. Había dos tableros de madera en la piscina. Su césped estaba plagado de guijarros caídos de los tejados y de basura. A medida que recorría todo el perímetro de la casa levantó la vista hacia las vigas y comprobó que faltaba al menos una tercera parte del tejado. Había un montón de papeles revoloteando en el ático que salían volando por la abertura. Cosas que habían pertenecido a su hermano y que ella había guardado como recuerdo.
—Los Vientos del Diablo —dijo uno de los hombres en un inglés con mucho acento—. Nada bueno.
Miró a Lena, que estaba descalza, y le dedicó una tímida sonrisa antes de señalar hacia la piscina. Parecía temeroso. Ella se imaginó que pedía permiso para entrar en su jardín trasero. Asintió con la cabeza y les guio por el camino. Cuando llegaron a la piscina, el hombre la escudriñó detenidamente hasta que encontró algo.
—Sí —dijo—, lo sacamos de la piscina.
Cuando Lena miró debajo de la tabla de madera se dio cuenta de por qué estaban allí aquellos hombres. El parasol de su vecino se había soltado de la base y había salido volando. Se quedó mirando cómo recogían las planchas de madera y lo rescataban con el recogedor, mientras se preguntaba cómo habría sido capaz de dormir durante la tormenta. El tejado tenía que haber hecho mucho ruido al romperse y aun así ella no se había enterado. Se quedó profundamente dormida en cuanto apoyó la cabeza en la almohada.
Escuchó el teléfono que había empezado a sonar dentro de la casa. Era su móvil.
Agradeció a los hombres su ayuda, subió los escalones y corrió hacia la encimera. Comprobó la pantalla y leyó «fuera de zona». Tenía la esperanza de que fuera una de las modelos de Burell que por fin había decidido llamar, pero en cuanto cogió el teléfono escuchó la voz masculina que estaba al otro lado. Era Art Madina, el patólogo que había realizado la autopsia de Tim Holt el día anterior.
—Pensé que los viejos rockeros vivían una vida con la que el resto de los mortales solo podemos soñar —dijo—. Creía que podían escoger mejor a las mujeres con las que están. Todo lo que creía que tenían que hacer era chascar los dedos y escoger una.
El tono de su voz resultaba extraño. Al mismo tiempo fuerte y suave; ligero y pesado. Lena no le conocía lo suficiente como para entenderle o saber por dónde iba.
—Despacio, Art —dijo ella—. ¿De qué estás hablando?
—De Tim Holt. He leído sus historias. Recuerda que era fan suyo. Siempre pensé que estaría con más mujeres en una semana que yo en mi vida entera.
Lena miró la hora que era. Madina la estaba llamando a las siete de la mañana. Pero ¿para qué?
—No te sigo —dijo ella—. ¿Qué tiene que ver esto con la autopsia?
—No es Tim Holt. Es la autopsia de Molly McKenna.
—¿Quién es McKenna?
—La chica de Holt. El cuerpo que analicé cuando os fuisteis tú y Novak.
Transcurrió un momento durante el cual Lena miró por la ventana. Los jardineros estaban sacando la sombrilla por el camino de entrada. Esperó hasta perderlos de vista cuando doblaron la esquina y volvió a concentrarse. Estaba fuera de juego. Habían identificado a la chica y nadie la había llamado.
—¿Cuándo la han identificado, Art? —preguntó con voz firme, dura como una roca.
—No lo sé. Pero me llamaron anoche.
—¿Quién?
—Stan Rhodes.
El dolor volvió a su estómago. Un dolor lacerante que duró unos diez segundos antes de suavizarse.
Rhodes. Se lo podía haber imaginado.
—Dime, ¿qué es todo ese asunto de los sueños y el rock and roll? —preguntó.
Madina carraspeó.
—Molly McKenna era virgen, Lena.
Hubo unos instantes de silencio. Otro cabo suelto que no tema ningún sentido. Otro agujero oscuro en un caso plagado de ellos.
—Creía que la habían encontrado en la cama de Holt —continuó Madina—. Que se suponía que ella estaría esperando en la casa a que él regresara. Que la encontró y como la quería se pegó un tiro cuando vio lo que Romeo le había hecho a la chica. ¿No era esa vuestra hipótesis de trabajo? A Romeo le gusta quedarse a ver y cuando vio que Holt se voló la cabeza para él fue como el éxtasis absoluto.
—Eso es lo que Novak y yo creemos que ocurrió en el caso de Nikki Brant y Teresa López —dijo ella con voz monocorde—. A Romeo le gusta ver la reacción del marido.
—Pero no ha sido así en el caso de Holt ni en el de McKenna. Ahora entiendo por dónde vais Novak y tú. Escuché ayer la rueda de prensa en la radio. Está claro que el Departamento va en otra dirección. Pero eso no son más que sandeces, Lena. Molly McKenna era virgen. Tenía diecisiete años y todavía vivía con sus padres. Lo que baraja el Departamento no tiene ningún sentido si McKenna era virgen. Esto me suena muy raro, es un sin sentido.
Lena no conocía bien a Madina, pero supo que estaba luchando con toda una serie de preguntas sin respuesta, al igual que ella. No era posible que Holt se hubiese suicidado por una mujer a la que no conocía. Nadie haría algo así.
—¿Con quién has hablado? —preguntó ella.
—¿Sobre McKenna? Con nadie. Es tu caso. Te llamo a ti para informarte. Sé que es muy pronto, pero necesitaba la noche entera para tener las cosas claras.
—¿Qué más has encontrado?
—Las heridas de cuchillo siguen el mismo patrón que vimos en Nikki Brant. Casi un calco de ellas. Pero hay una diferencia y eso tampoco encaja. El cuchillo no fue el motivo de la muerte. McKenna fue acuchillada después de muerta, no antes. Según tengo entendido, a Romeo le gustan las escenas sangrientas.
—Así es. Si lo hace para ver la reacción en el marido, necesita sangre para conseguir el efecto deseado. Ayer nos enseñaste la radiografía y dijiste que el cuello estaba roto.
—Le partieron el cuello, pero yo estaba equivocado. Fue una herida en el cerebro producida por una fractura del cráneo lo que la mató. Encontré sangre en los oídos. Cuando recompusimos la cabeza, el cráneo tenía el aspecto de un huevo cascado. La contusión del cerebro es de libro de texto.
—Así que fue rápido.
—Tan rápido que a su sangre no le dio tiempo a coagularse. El asesino la agarró por la frente y le aplastó la cabeza por detrás. La fuerza fue tan brutal que le rompió el cuello al mismo tiempo.
—¿El asesino supo que estaba muerta antes de acuchillarla?
—Esa es la cuestión, ¿verdad? —dijo—, saber si se trata de un imitador y no quería que hubiera demasiada sangre. Si no es Romeo y no quería ensuciarse las manos, la mataría para pararle el corazón y luego utilizaría el cuchillo para hacerlo parecer obra de Romeo.
—¿Tú qué crees, Art?
—Que a menos que fuera ciego, sabía que estaba muerta. El cuello seguramente no le sujetaría la cabeza. Se le habría caído hacia un lado. Quizá por eso la ató con la media al poste de la cama.
Lena se quedó en silencio un momento mientras pensaba en el resultado del ADN. La ciencia objetiva que se había interpuesto en su camino.
—¿Qué hay del semen?
—Muchos de estos tipos eyaculan encima de sus víctimas, Lena. A veces ni siquiera consiguen hacerlo.
—Pero ese no es el caso de Romeo. Ese es más que capaz.
—Sí. Por eso tengo tantas dudas a la hora de firmar estos informes. No puedo explicar por qué el semen encontrado en la víctima es el de Romeo. Lo único que sé es que McKenna murió virgen. Al menos sobre papel, era virgen.
—¿Qué quieres decir con «sobre papel»?
—No lo sé, ¿cómo lo llaman los jóvenes? ¿Amigos con derecho a roce? Es irrelevante en este caso. No hubo penetración. Y he estado pensando también en el moratón de Holt.
—¿Qué pasa con eso?
—Creo que es posible que lo haya producido una pistola eléctrica. Eso explicaría por qué no se defendió.
—¿Cuándo enviarás el informe?
—Rhodes dijo que tú lo querías a primera hora de esta mañana.
Lena esbozó una sonrisa amarga.
—¿Qué vas a hacer?
—No lo sé. Le he estado dando vueltas toda la noche.
—¿Alguna posibilidad de ralentizar las cosas y dedicar el día a pensarlo un poco más?
Él tardó en contestar. Lena sabía que si su petición llegaba a Barrera, su situación, ya complicada, estallaría.
—Mañana es sábado —dijo—. No creo que esto pueda esperar hasta el lunes.
—Probablemente no, pero creo que este caso tiene muchas implicaciones, un montón de cuestiones sin resolver. Haz lo que tengas que hacer, Art. Haz lo que consideres correcto. Es lo único que te pido.
—Te lo agradezco. ¿Me necesitas para algo más?
—La dirección de McKenna.
—Está aquí en el expediente.
Se acercó a la mesa de la ventana. Después de anotar la dirección, le dio las gracias a Madina y colgó. Eran las siete y cuarto de la mañana. Madina tendría que tomar la decisión por sí solo. Sabía que no sería fácil. Aunque las evidencias físicas apuntaban en una dirección, la interpretación de esas pruebas y el sentido común apuntaban en otra. Se giró hacia la ventana mientras lo pensaba. La luz que bañaba la piscina era de un extraño color anaranjado. Salió y miró al horizonte. Había amanecido sobre la ciudad, pero el sol se había perdido en el humo del incendio. La bahía entera estaba cubierta por una intensa luz roja que parpadeaba brillante antes de perderse en el océano.
Recorrió el jardín trasero, mientras recogía los restos de basura y los trozos del tejado. Sabía a quién llamar, pero esperaría hasta meterse en el coche. Su mirada vagó por la piscina primero y luego por las escaleras que daban a la terraza. Cuando reparó en la chaise longue, su corazón le dio un vuelco y fue como si su vida entera se detuviera en aquel instante.
El cojín estaba arrugado. Había varias toallas apelotonadas y tiradas detrás de la maceta junto a la piscina. Se acercó un poco mientras notaba un escalofrío juguetear entre sus omoplatos y subirle hasta la nuca.
Alguien había estado allí. Había dormido allí. Había pasado la noche en su terraza.