Capítulo 67
Su corazón se llenó de angustia cuando miró por la ventanilla y no vio a Novak en su coche. Rhodes frenó en seco y bloqueó la salida del Taurus en el camino de acceso. Pero no había ni rastro de Novak. No estaba esperándoles en las sombras. No estaba escondido en la bruma esperando a que llegasen. Lena abrió de golpe la puerta buscando a su compañero en la oscuridad.
Luego oyó tres tiros, uno tras otro, que rompieron en mil pedazos el parabrisas. Localizó su revólver en el asiento delantero y se escondió tras la puerta. Mientras, con la vista, seguía los escalones hasta la casa en lo alto de la colina. Las luces estaban apagadas, pero había visto que el resplandor del gatillo provenía de una ventana en el primer piso. Cogió su arma y la levantó disparando cinco veces de vuelta. Al no ver a Rhodes disparar se giró y lo vio inclinado hacia delante, volcado sobre el volante. De su hombro izquierdo salía sangre a borbotones y tenía los ojos vidriosos.
Se lanzó hacia él e intentó acercarlo arrastrándolo hasta la parte trasera.
—¿Estás conmigo, Rhodes? —susurró con voz quebrada—. ¿Me oyes?
Él asintió, aunque no parecía poder moverse.
Lena le abrió la cazadora y le subió la camiseta para echar un vistazo a la herida. No había impactado de lleno en una zona vital, pero tenía mal aspecto y parecía haber producido un daño considerable a su alrededor. Podía tener un pulmón perforado. Le rasgó la camiseta y se la puso en la herida. A continuación quitó la mano y en su lugar colocó la de Rhodes para que hiciese presión.
—¿Puedes respirar bien?
—Sí —contestó él—. No me lo esperaba. No teníamos pistas de que hubiese utilizado un arma alguna vez.
Lena escuchó el ruido de las sirenas en la distancia, pero sabía que la conducción hasta allí era peligrosa y que la capacidad de respuesta había disminuido últimamente. Recibirían refuerzos, sí, pero iban a tardar un rato. Miró hacia el Crown Vie de Novak sepultado bajo la humareda. Luego miró hacia la casa.
—¿Qué llevas en el maletero?
Rhodes le lanzó una mirada.
—No se te ocurra entrar ahí sola.
—Mi compañero está ahí dentro. ¿Qué llevas en el maletero?
—Una Winchester. Las llaves están en mi…
Lena metió la mano en la chaqueta de Rhodes y sacó las llaves. Después, abrió el maletero y echó un vistazo hasta que encontró la escopeta de calibre 12 y la bolsa de munición. Vio también una luz de asalto que enganchó al cañón. Luego abrió la cremallera de la bolsa de munición y se sintió aliviada al abrir una caja de cartuchos y ver que eran unos magnum de alta calidad. Fellows podía tener sus agujas pero ella tenía los magnum. Un solo tiro y partiría en dos a aquel cabrón.
Miró a Rhodes, que se apoyaba sin fuerzas en el parachoques mientras seguía sujetando la herida con la mano. Tenía la vista puesta en ella, observando cómo Lena colocaba cinco cartuchos en la recámara y maniobraba el arma para añadir un sexto cartucho. La mirada perdida de Rhodes había desaparecido, pero no conseguía captar qué tenía en la cabeza.
—¿Estarás bien? —preguntó.
Rhodes asintió de nuevo, intentó decir algo, pero se detuvo. Por muy mala opinión que tuviera de él, en esos momentos pensó que no se merecía algo así. Sí, el castigo de un jurado o incluso de ella, pero no de Martin Fellows.
Rebuscó en la bolsa y cogió un puñado más de cartuchos que se metió en el bolsillo. Le dirigió a Rhodes una última mirada y subió precipitadamente los escalones de acceso a la vivienda. Después, apuntó con el arma y apretó el gatillo. Vio cómo el magnum de ocho centímetros destrozaba la cerradura y abría un boquete de otros quince en la madera de la puerta. El ruido fue ensordecedor. El olor a pólvora, de alguna manera, tranquilizador.
Pegó una patada a la puerta y pasó la mano por la pared hasta encontrar el interruptor. Analizó la sala de estar con mirada profesional, hasta que se dio cuenta de que no hacía falta buscar dónde podía estar. Fellows había dejado un reguero de sangre en la moqueta blanca. Y por un instante, se acordó de haber mordido un pedazo de carne de su dedo y haberlo escupido en el suelo.
Aquel recuerdo se fue desvaneciendo a medida que seguía las gotas de sangre con los ojos y encontraba los cristales rotos al otro lado de la habitación. Se imaginó que Novak había entrado por la ventana y Fellows se había detenido al descubrirlo. Había estado allí un buen rato a juzgar por el charco de sangre que se había formado. Después, las gotas cruzaban la habitación de camino a la cocina.
Hasta ahí llegaba el primer reguero de sangre. Pero una segunda hilera de gotas surgía desde la cocina y atravesaba la sala de estar hacia la ventana que había junto a la entrada, la misma desde donde Lena había visto el destello de un disparo. Lena comprobó la pared del fondo y el techo, y vio los agujeros en la escayola que había dejado la ronda de disparos que había efectuado. Tras un instante, dirigió la vista hacia la moqueta blanca y el reguero de sangre que volvía hacia la cocina.
Martin Fellows estaba sano y salvo en algún lugar al otro lado de aquella pared.
Lena cruzó la habitación. Todo quieto, en orden. Al llegar a la esquina, se asomó y siguió el rastro de sangre en las baldosas que se dirigían hacia la puerta del sótano. Las luces estaban encendidas y pudo ver un vial y una aguja en la encimera, junto al fregadero. Intentó concentrarse en mantener la mente fría, mientras volvía a dirigir la vista hacia el sótano. Acto seguido, inspiró profundamente y comenzó a bajar los escalones, uno a uno, hasta que llegó a la esquina y comprobó que el camino estaba libre.
Escuchó un ruido. Un sonido como de un zarandeo, muy cerca de ella.
Con el corazón alborotado y los nervios a flor de piel, divisó una especie de camino a continuación del pasillo. Estaba recubierto de cemento y parecía como un túnel que se extendía mucho más allá de los cimientos de la casa. A unos veinte metros, el túnel se curvaba, lo que ocultaba la dirección en la que seguía e impedía ver el final del mismo. Una serie de luces colgadas y metidas en unos tarros de cristal recorrían la pared derecha del túnel. Podía ver las raíces de algunos árboles invadiendo las paredes y extendiéndose como si fueran los dedos de una mano. En cuanto vio la puerta de metal a mano izquierda volvió la vista hacia las raíces, que se mecían con la brisa.
La habitación de la izquierda era un refugio nuclear. Una reminiscencia de los años sesenta, cuando la posibilidad de un ataque parecía inminente y los refugios, mucho más que los Mercedes, eran un símbolo de estatus social. Al observar el túnel, llegó a la conclusión de que tenía que haber un segundo acceso desde algún lugar ajeno a la vivienda: una salida de emergencia, en caso de que la casa fuera destruida. Podía incluso haber servido a Martin Fellows para escapar.
Comprobó el cemento del suelo, pero ahora las gotas se amontonaban unas sobre otras y no pudo encontrar ningún patrón. A medida que se adentraba en el túnel, ese sonido de zarandeo se iba haciendo más fuerte. Lena se dio cuenta de que procedía del refugio. Con los ojos clavados en la entrada, acarició el gatillo con el dedo. A continuación, se asomó por la esquina y sintió que se le subía el estómago a la garganta.
No quería mirarlo. No podía, a pesar de que sabía que tenía que hacerlo. Era una estampa infernal.
El cadáver de Novak.
Estaba desnudo y tirado encima de Harriet Wilson. Tenía la cabeza girada hacia la puerta. Seguía con los ojos abiertos, perdidos en una mirada dirigida al más allá. Se acercó y le tocó la cara en busca de calor, pero no lo pudo encontrar. Algo dentro de ella se revolvió y saltó. Miró hacia la mano que tenía extendida. Su muñeca atada a la camilla con un par de esposas. Cuando se dio cuenta de que se había puesto a llorar, se aferró con fuerza a la escopeta y dio un paso atrás.
El colchón se movía. Pasó por encima de un gran charco de sangre y miró a Harriet Wilson. La mujer seguía viva y temblaba bajo el peso muerto de Novak.
Lena inspiró profundamente y exhaló. Necesitaba mantener la cabeza fría. Encontrar la forma de superar el espanto.
Empujó el cadáver de su compañero y lo hizo rodar hacia la pared para liberar a la joven. A juzgar por la cantidad de sangre que había, supuso que habría sido destripado, pero consiguió mantener la vista fija en Wilson. Le quitó la cinta de la boca. Luego vio las llaves en el suelo y la desató. Pero parecía dar igual. Harriet Wilson estaba petrificada, aterrorizada. Abrió la boca para decir algo, pero no le salían las palabras. Estaba en un lugar lejano, más allá de la cordura.
—Van a venir a ayudarnos —dijo Lena mientras le acariciaba el pelo—. Aguanta un poco más.
Se le quebró la voz y se fue de aquella sala. Alzó el Winchester y comenzó a andar por el túnel. Dispara sin mediar palabra, se dijo a sí misma, y hazlo rápido.
La hilera de luces colgadas se acabó al doblar la curva. Encendió la luz de asalto y se adentró con determinación en la oscuridad. Aquí las raíces se volvían más gruesas y parecía como si se estuvieran comiendo el cemento. Resultaban más siniestras, más impenetrables. El túnel seguía luego en línea recta y Lena vio una escalera de acero que había fijada al cemento.
Había una ventanilla y estaba abierta. Entraban nubes de humo y se oía el viento rugiendo en la superficie.
Se secó las manos sudorosas en los vaqueros. Acto seguido, se aferró con fuerza al arma y subió las escaleras para ver cuál era la ruta de escape de aquel demente. Pero lo que vio cuando sacó la cabeza la dejó perpleja. Era un paisaje boscoso con vistas al pantano de Hollywood. Las colinas ardían y las llamas, reflejadas en el agua, se alzaban a más de cincuenta metros del suelo. Era otra visión del infierno: Los Ángeles en llamas.
Miró alrededor, pero no vio ni rastro de Fellows. Solo algunas brigadas de bomberos al otro lado del lago, alejándose de una casa en llamas.
En ese mismo instante notó que algo le pasaba rozando entre las piernas. Dio un brinco pero antes de que pudiera ver de qué se trataba o incluso saltar, alguien la agarró por los tobillos y tiró de ella. En una décima de segundo, perdió el control de la escopeta y se sintió cayendo por el agujero. Protegiéndose la cabeza, cayó unos tres metros antes de desplomarse en el suelo. Miró a través de la penumbra y vio a Martin Fellows que se aproximaba a ella blandiendo un cuchillo enorme.
Tenía el torso desnudo y la piel impregnada en aceite. Llevaba puestas unas mallas de deporte y zapatillas deportivas de alta gama. Y tenía algo alrededor del cuello. Al irse acercando, Lena pudo distinguir lo que era: un collar hecho con dos dedos de pies, uno antiguo y otro más reciente. El primero, supuso Lena era de Nikki Brant, el segundo, de Harriet Wilson.
Empuñó el cuchillo delante de ella lanzando un gruñido por el esfuerzo. En el mismo instante en que ella conseguía levantarse, el energúmeno arremetió contra ella y la derribó. Lena tema ganas de gritar, pero se abstuvo de hacerlo. Tenía la mirada fija en la hoja del cuchillo que se movía ante ella en la oscuridad. Vio la punta clavarse contra el suelo a pocos centímetros de su cara y justo entonces localizó la escopeta detrás de ella.
Fellows volvió a blandir el cuchillo en el aire pero talló y lo estrelló contra el cemento. En ese momento, Lena escuchó unas voces. Pisadas fuertes en los escalones del sótano, al otro lado del túnel. En cuanto vieran el refugio se pararían allí, al igual que lo había hecho ella. Al igual que hizo Novak. No conseguiría que la ayuda llegara a tiempo.
Cogió la escopeta y la atrajo hacia sí. Fellows se lanzaba de nuevo contra ella pero Lena le estampó los pies en el estómago y le empujó con las piernas con todas sus fuerzas. Acto seguido, apuntó la escopeta y cegó a aquella bestia con la luz de xenón.
Él cerró los ojos ante la claridad y cayó de rodillas, como si hubiese recibido un duro golpe. Lena se levantó como pudo, dio un paso atrás y le apuntó con el cañón. Él se incorporó y se quedó helado al tiempo que se protegía los ojos con las manos y miraba hacia la escalera. Seguramente pensaría en esa vía de escape y en que se había quedado sin opciones. Cuando clavó los pies y se lanzó contra ella, Lena ya no estaba pensando en Fellows o siquiera en su propia supervivencia. Pensaba en su compañero, su mentor; en el hombre que le había enseñado el camino. El policía que quería jubilarse y pasar el resto de su vida pescando, pero que había sido asesinado porque todo se había ido al garete.
Apuntó al pecho de Fellows y apretó el gatillo. Luego volvió a cargar el arma y a apretar el gatillo una segunda vez.
Lo que quedó del cuerpo de Fellows se estrelló contra la pared y cayó al suelo. Mientras el ruido se extendía por todo el túnel, Lena le pegó una patada a la cabeza. Tenía los ojos abiertos y parecía como si le estuviera sonriendo.
Maniobró de nuevo, consciente del peso del arma en sus manos. Luego apuntó y volvió a disparar.