Capítulo 20
Lena cogió el teléfono y, con la vista fija en la carretera, pulsó el número de marcación rápida de su compañero mientras circulaba a toda prisa entre el denso tráfico de fin de semana de la autopista de Santa Mónica. Novak contestó al segundo timbrazo.
—Tenemos un problema —dijo Lena con la voz quebrada.
—¿Grave?
—¿Qué estás haciendo ahora mismo?
—Estoy hablando con el agente Marwick de West L. A. Fue él quien tomó declaración al testigo el viernes pasado. Sánchez y Rhodes han llamado a declarar al guionista, necesitamos aclarar algunas cosas. Estaba empezando a preocuparme; estaba a punto de llamarte a casa.
Lena miró al reloj del salpicadero. Marcaba las diez y cuarto de la mañana.
—¿Te acuerdas de Terril Visconte? —preguntó.
—Sí. Era el jefe de Teresa López. El tipo que no admitió que se la estaba tirando la noche del asesinato.
—Tenemos que saber dónde estaba el jueves por la noche —dijo ella—. Creo que no será nada, pero tenemos que asegurarnos.
Novak no dijo nada. Lena pensó que el teléfono se había quedado sin línea y miró la pantalla por si acaso. Cuando por fin habló, la voz de Novak sonaba muy baja y preocupada.
—¿Adónde quieres llegar con esto Lena? ¿Qué ha ocurrido?
Lena adelantó a un Buick que conducía muy despacio y se colocó en el carril de la izquierda mientras pensaba qué contestar. Aquel descubrimiento no presagiaba nada bueno.
—Volví anoche a la casa —dijo—. Creo que los resultados del ADN que lleguen mañana descartarán a Brant.
La frase quedó colgando en el aire. Grande y pesada como una piedra que cae de repente del cielo.
—¿Traes algo contigo que podamos ver? —preguntó Novak.
—Lo suficiente como para arruinarte el día.
Novak no dudó.
—Haré la llamada. ¿Qué más puedo hacer hasta que llegues?
—No dejes escapar a ese testigo. También tendríamos que recuperar del almacén de pruebas el periódico del caso López. El que encontramos sobre la mesilla. Y ya sé que es domingo, pero creo que debemos llamar a Barrera.
—¿Estás segura?
Ella asintió con la cabeza, pero cayó en la cuenta de que Novak no podía verla.
—Sí, estoy segura —contestó.
—Si me vas a arruinar el día, mejor le involucramos también a él. Enseguida me pongo con las llamadas.
Lena colgó y echó un rápido vistazo a su maletín, que estaba en el asiento del copiloto. Era más que una corazonada. Habían seguido todas las pistas y se habían equivocado. Peor aún. Era casi como una tormenta perfecta cerniéndose sobre ellos. Tenían a un testigo ocular cuya afirmación ahora parecía dudosa en el mejor de los casos. Una confesión de López que ahora parecía no tener sentido. Y lo del polígrafo de Brant. Lena intentó detener aquella avalancha de pensamientos y se concentró en el denso tráfico de la carretera. Su equivocación lo era todavía solo sobre papel, pero lo grave era que estaban haciendo daño a gente inocente.
Diez minutos más tarde sonó su teléfono. Era Novak para ponerle al corriente sobre Terril Visconte. Al parecer había estado en Miami la semana anterior, acompañando a su padre, al que habían operado de apendicitis. Novak había hablado con Visconte, que estaba en el hospital, y lo había confirmado una enfermera del centro. Visconte había estado fuera de Los Ángeles durante una semana, visitando el hospital a diario y estaba fuera de sospecha. Dadas las circunstancias accedió enseguida a hacerse una prueba de ADN en cuanto volviera. Lena oyó a Novak desgranar los detalles, aunque estaba pensando sobre lo que le había dicho por teléfono la noche anterior.
Este caso no era un caso más. El camino que estaban siguiendo estaba plagado de baches y de una colección de hechos ilógicos que no cuadraban en absoluto.
Cuando le pareció que Novak había terminado, salió de su ensimismamiento y miró a través del parabrisas. Se aproximaba a la ciudad circulando a toda velocidad por la 110.
Le dijo a su colega que llegaría en diez minutos. Novak dijo que se dirigía al sótano. Los laboratorios estarían cerrados, pero el almacén de pruebas estaba siempre abierto.
Las puertas del ascensor se abrieron en la tercera planta. Lena salió y dobló la esquina para llegar a la sala de detectives. Al entrar encontró a Novak junto a Barrera en el despacho de este. Tenían abierto el Times por la sección de Pasatiempos. Barrera tenía puestos unos zapatos de golf y estaba sudoroso y bronceado.
—Mirad el crucigrama —dijo.
Novak llevaba puestos unos guantes y fue él quien cogió el periódico. Lena se puso otro par, abrió la bolsa de plástico y coloco el periódico del viernes junto al que habían encontrado en la habitación de Teresa López. Todos compararon la caligrafía en ambas pruebas. Aunque ninguno era un experto, resultaba evidente que aquel tipo de grafía tan precisa, como una máquina, pertenecía a la misma persona.
Lena sacó la otra bolsa del maletín con la Séptima de Beethoven y la dejó caer sobre la mesa.
—Encontré esto en el reproductor de CD —dijo.
Novak levantó la vista del periódico, la clavó en el disco, pero enseguida volvió a centrarse en las dos muestras de escritura.
—La Séptima —susurró.
Por la mirada que tenía, Lena advirtió que la noticia le había impactado. Más que eso. Su mente había dejado de divagar y parecía completamente alerta. Aquel descubrimiento le provocó un cierto regocijo en el gesto, una cierta admiración que no era capaz de esconder. Una hora antes, Brant y López eran considerados culpables del asesinato de sus esposas. Ahora se empezaba a vislumbrar otra posibilidad; algo más oscuro y mucho más espeluznante, pero igualmente sorprendente.
—La Séptima —volvió a repetir.
—Puede que sea una estupidez —dijo Barrera—, pero ¿qué posibilidades hay de que Brant asesinase también a Teresa López?
—Ninguna en absoluto —contestó Novak.
—¿Por qué?
—Por Buddy Paladino. Ningún abogado defensor habría accedido a hacer la prueba a menos que supiera algo que nosotros desconocemos. No accedió porque creyera que Brant pasaría la prueba. Fue porque sabía que andábamos desencaminados y se aprovechó de ello. Sabía que Brant no había cometido el crimen.
—Entonces, ¿por qué la cagó Brant en la prueba?
—No tengo ni idea —contestó Novak—. Paladino se pasó de listo y le salió mal.
—Los dos crímenes se han cometido a unos de cincuenta kilómetros de distancia —dijo Lena—. No parecen estar relacionados. Y no creo que Brant dé el perfil de asesino en serie. Si lleva una vida secreta, no creo que la haya traído a casa y la haya pagado con su mujer.
—Pero no hay señales de violación —dijo Barrera—. Ningún hematoma vaginal ni cortes o laceraciones, ni siquiera sangrado. Sabía con quién se lo estaba haciendo.
——Puede que exista una explicación —dijo Lena.
Lo había estado meditando desde que dejó la casa. Rumiando los detalles de una nueva teoría mientras conducía por la autopista. Sacó una tercera bolsa de pruebas del maletín y la soltó sobre la mesa. Era la medicina de Nikki.
—Encontré esto escondido en el armario del dormitorio —dijo—. El viernes, su ginecóloga nos dijo que se lo había recetado para ayudarla con las náuseas y los mareos. Pero también tiene efectos secundarios. Probablemente la dejó aturdida. Puede que no supiera bien lo que estaba haciendo, por lo menos al principio. Creo que pudo pensar que estaba con su marido.
Lena intentó no dedicar mucho tiempo a pensar en ese momento en el que Nikki Brant se dio por fin cuenta de que el hombre que estaba sobre ella no era su marido. Le dio la sensación de que tanto Novak como Barrera se imaginaban, preocupados, lo mismo. Una imagen de algo tan horrendo que removía las entrañas y le dejaba a uno marcado para siempre.
Barrera se frotó la cara con las manos. De repente tenía el aspecto de estar muy cansado.
—¿Qué pasa entonces con López? Tenéis su confesión. Está en prisión, por amor de Dios.
—No tenemos explicación para eso excepto por el hecho de que estaba sometido a una presión enorme —dijo Novak—. Estaba muy afectado. Acababa de enterarse de que su mujer se tiraba a todo el mundo. Debió ser la gota que colmó el vaso.
Barrera se recostó en la silla, pensativo.
—De acuerdo —dijo—. Aceptemos por un momento que los asesinatos son aleatorios, aunque relacionados. Pongamos por ejemplo que el autor es un tercero, un puto extraterrestre perturbado. Decidme por qué lo hace. Por qué se queda un rato en el escenario del crimen después de cometer un asesinato. Y no me digáis que le gusta hacer crucigramas o escuchar música. Si es otra persona, está tomando riesgos innecesarios. Casi lo pilló José López cuando llegó a casa aquella noche.
—Está en el informe —dijo Novak—. Un testigo aseguró ver a alguien saltar por la ventana. Pensamos que se trataba de Visconte.
—Pero ahora resulta que no es Visconte —dijo Barrera—. Ahora se trata de otra persona. En casa de Brant violó y asesinó a una mujer, le cortó un dedo del pie y luego se quedó allí dos horas más, paseando su pene por Internet. ¿Qué demonios hacía allí?
Esa era otra de esas preguntas del millón, pensó Lena. Una pregunta para la que nadie tenía respuesta. Novak cogió la bolsa de plástico con el CD y añadió otra cuestión, algo que estaba en el aire pero que nadie había mencionado hasta entonces.
—Si el asesinato de Teresa López es el número seis y el de Nikki Brant es el número siete, entonces, ¿qué pasa con los cinco primeros?
Barrera retiró la silla y se levantó alejándose de la mesa como si le hubiesen servido comida podrida en un restaurante. Lena creyó ver un ligero temblor en sus manos antes de que se las metiera en los bolsillos.
—Tenemos que ir más despacio —dijo—. El capitán sigue de vacaciones. Voy a tener que llevar este asunto a la sexta planta.
No mencionéis el caso López a nadie, ¿entendido? Que todo el mundo esté tranquilo y aguantad hasta que lleguen mañana los resultados del análisis de la sangre y sepamos a ciencia cierta con qué nos enfrentamos. ¿Quién es el fiscal adjunto en el caso López?
—El mismo que en el caso de Brant —dijo Lena—. Roy Werner.
Intentó no traslucir desilusión. El jefe de la Policía estaba en la sexta planta junto con sus ayudantes. Aquello significaría más reuniones, más informes y el riesgo de que alguien controlara sus movimientos. En definitiva, tocar el timbre de la sexta planta significaba aumentar la burocracia. Se tomarían decisiones en un comité, lo que retrasaría toda la investigación.
—De acuerdo —dijo Barrera, mientras pensaba—. Llamaremos al laboratorio y nos aseguraremos de que se comparen muestras de ADN con las del caso López. Si damos en el clavo, hablaré con Werner y le dejaré saber dónde estamos. —Miró el maletín de Lena y luego a ella—. ¿Has incluido muestras de la escritura de Brant?
Ella afirmó con la cabeza.
—¿Y de la de su mujer?
—También.
—Bien. Entonces lo mejor es que dediquéis el resto del día a verificar la autenticidad de esas muestras. Nos pueden parecer iguales pero ¿qué demonios implica eso?
—Es domingo —dijo Novak—. Estará todo cerrado. Tienes que autorizarnos las horas extras.
Barrera asintió.
—Con tal de que me traigas a alguien. ¿Dónde están Sánchez y Rhodes?
Novak alzó las cejas.
—Con el testigo que afirma haber visto a Brant la noche del asesinato.
Ocurría cada vez con más frecuencia desde hacía dos años. Testigos que afirmaban haber presenciado un crimen por la publicidad gratis que suponía. Veían la ocasión como una oportunidad de hacerse famosos o de captar atención y salir en la televisión. En este caso, Lena pensaba que podría deberse al hecho de que no reconocía ninguna de las películas que había realizado ese testigo. Que su salida a escena en un programa de televisión era un intento de hacerse un nombre y dar un empujón a su carrera.
—Suena a obstrucción a la justicia —dijo Barrera—. Dile a Rhodes que arreste a ese hijo de puta. Que le hagan sitio en la Prisión Central. Y que Sánchez empiece a buscar en la base de datos para ver si aclaramos los otros cinco asesinatos. ¿Os importa que incluyamos en esto a Bernhardt?
Novak negó con la cabeza.
—Bien —dijo Barrera—. Entonces nos reunimos aquí todos mañana por la mañana. A las ocho en punto en la oficina del capitán. Llamaré a Andy y diré que venga.
El doctor Andy Bernhardt era el psiquiatra de la policía y un experto en creación de perfiles psicológicos. Desgraciadamente, la mayor parte de su tiempo la dedicaba a trabajar con la Oficina de Estándares Profesionales, el nuevo nombre con que ahora se conocía a Asuntos Internos. No había ningún policía en activo en ninguna división que no sintiera un resquemor natural hacia aquella unidad, daba igual cómo la quisieran llamar.
Lena recogió los periódicos y los volvió a guardar en las bolsas de pruebas. Mientras caminaba hacia su mesa con Novak, echó un vistazo a su cara. Ya no había admiración ni regocijo. Se había transformado en euforia, aunque también en miedo.
Habían perdido los dos primeros días, pensó; el periodo más importante en cualquier investigación. Pero parecía que habían perdido mucho más. No dos días pensando en Nikki Brant, ni siquiera treinta en Teresa López, si no mucho, mucho más.