Capítulo 63

No puso música. Le bastaba el ronroneo del motor y el ruido del viento: un punto de referencia al que agarrarse mientras el coche atravesaba incontables oleadas de nubes blancas y sus nervios alborotados iban llenando el interior del coche. No podía ver la carretera, solo un par de luces flotando en la bruma. Cada kilómetro, más o menos, el camión al que seguía aparecía de repente para luego desaparecer de nuevo, como un objeto fantasmal que acechaba entre el humo y se dirigía hacia Hollywood con su pesada carga. Cuando por fin llegó a la salida de Beachwood y empezó a subir lentamente por las colinas, se paró a mirar el retrovisor. Cinco minutos más tarde, entró en el camino de entrada de su casa y apagó el motor. Pero le resultaba difícil relajarse, no podía olvidar.

Alguien había dejado encendidas las luces exteriores. Las ventanas estaban a oscuras, pero las luces de fuera estaban encendidas.

Le subió un escalofrío por la columna al contemplar su casa, envuelta en la penumbra. Miró al tejado y vio la lona que cubría los desperfectos, aunque dudó si resistiría aquella noche. Las contraventanas de su dormitorio estaban sueltas y golpeaban el marco de la ventana. Cuando miró hacia el piso de arriba y vio que estaba precintado, salió del coche.

Durante unos momentos, se quedó quieta, sin moverse, mientras observaba y escuchaba.

Había estado evitando la idea de volver a su casa desde que vio la colección de fotografías de Martin Fellows. Se había volcado en el trabajo al tiempo que se tranquilizaba pensando que no la había tocado. Pero, en ese momento, al ver su casa destrozada se dio cuenta exactamente de qué era lo que se había estado negando a sí misma.

Fellows había entrado en su casa. Lo que en su momento atribuyó a una pesadilla había ocurrido de verdad. Había visto a Fellows de pie, en su dormitorio. Había visto al monstruo en sus sueños.

Se dio la vuelta hacia la carretera, intentando escuchar si aparecía el coche de Rhodes. Trató de controlarse, de mantener la calma.

Alguien había dejado una tarjeta de visita en la puerta principal. Salió de la penumbra, la cogió y la acercó a la luz. Era de su antiguo compañero, Pete Sweeney, de la comisaría de Hollywood. Había dejado una nota con una palabra nada más: llámame.

Se guardó la tarjeta en el bolsillo al tiempo que acariciaba el revólver. Necesitaba saber que estaba ahí. Se adentró en el jardín trasero mientras barría la piscina con la mirada y detenía esta escaleras arriba, en la hamaca de la terraza. Estaba vacía y las toallas seguían escondidas tras el tiesto. Martin Fellows no estaba ahí. No es que esperara encontrarlo, pero necesitaba cerciorarse.

Dio una vuelta alrededor de la casa. Comprobó ventanas y puertas: todo, parecía en orden. Volvió a la parte delantera, rasgó con la llave la cinta de precinto y abrió la puerta.

Había una mosca revoloteando por el techo. Recordó por un instante el agujero en la pantalla protectora de la ventana de su dormitorio y pensó en arreglarlo. Luego encendió las luces de la cocina. Cuando miró en el cubo de la basura, vio un rollo acabado de papel de cocina manchado con polvo para detectar huellas. Evidentemente, Sweeney había estado dentro junto con alguien de Investigaciones Especiales, y curiosamente se habían molestado en limpiar. Entró en su dormitorio, comprobó los armarios y el cuarto de baño y después subió para echar un vistazo al otro dormitorio. No había nadie. Solo la mosca que la seguía por toda la casa.

Respiró profundamente. Volvió a la cocina mientras sus nervios se iban calmando. Entendía por qué su casa era el escenario de un crimen. Martin Fellows había entrado allí. Lo que no conseguía comprender es por qué nadie le había dicho nada. Cogió el teléfono y llamó a Sweeney. Como si hubiese estado esperando la llamada, Sweeney contestó al instante, a pesar de que era más de medianoche.

—¿Estás bien, Lena?

—Sí.

—N o suenas tan bien.

Ella le quitó importancia.

—¿Quién te dio la orden de registro?

—Tu jefe, Barrera. Nos llamó después de que encontraran a los dos agentes de Investigaciones Especiales en West Hollywood. Me dijo que necesitaba que le hiciera un favor. Banks y yo nos ofrecimos voluntarios.

—¿Por qué no me llamaste?

—Nos pidió que no lo hiciéramos. Nos dijo que ya tenías suficientes preocupaciones.

—¿Por qué precintaste la casa?

—Barrera nos pidió que no te llamásemos, pero me pareció una tontería. Quería que supieses que habíamos estado aquí. Quería que todo el mundo lo supiese. ¿A quién se le iba ocurrir irrumpir en una casa precintada?

Su voz se fue apagando. Lena notó que Sweeney estaba preocupado por ella.

—¿Estás segura de que estás bien? —insistió.

Lena se dio cuenta de que iba deambulando de un lado a otro. Agarró una banqueta y se obligó a estar sentada un rato.

—¿Encontraste algo, Pete?

—Un montón de huellas borrosas que probablemente serán tuyas. Pero creo que sé cómo entró. Encontré un cerrojo roto en una ventana de la primera planta. No teníamos tiempo de ir a ninguna ferretería, así que la clavé al marco. Estaré encantado de pasarme por ahí y arreglarlo en cuanto tú me digas.

Lena escuchó el ruido de fondo proveniente de la carretera. Sweeney iba en coche.

—¿Vas hacia tu casa?

—Ojalá, Lena. Esta noche toca trabajar. Alguien ha visto un cadáver en Griffith Park y no conseguimos encontrarlo. Ni siquiera podemos encontrar la maldita carretera. Supongo que toca seguir buscando.

Su voz afable le pareció a Lena un oasis en el desierto. Le dio las gracias y apagó el teléfono. Miró al reloj del microondas y deseó que Novak hubiese llegado bien a su casa. Dudó en llamarle. Pero su maletín y la caja con las pruebas seguían en su coche. Y el sonido de las contraventanas golpeando toda la casa le resultaba desquiciante. Colgó el teléfono y se dirigió a su dormitorio.

Las contraventanas eran las originales de la casa. No las solía utilizar porque estaban tras la pantalla protectora. No era fácil acceder a ellas y tampoco había tenido mayor interés en tapar unas vistas de las que disfrutaba mucho. Rodeó la cama y miró afuera. El viento abría los pesados paneles de madera y los volvía a cerrar con fuerza. Encendió la luz de la mesa, abrió el pestillo y levantó la ventana. Se fijó en el agujero de la pantalla. La desmontó, la metió como pudo por el hueco de la ventana y la apoyó contra la pared. Después, se inclinó hacia afuera en la oscuridad y metió los dedos de la mano en las lamas de madera y, aprovechando la fuerza del viento, atrajo hacia sí las contraventanas.

En un segundo, se percató de que había algo raro, pero no conseguía saber qué. Vio un destello en la oscuridad. Algo brillante en la madera.

Acercó la contraventana al marco y la sostuvo mientras alcanzaba la luz de mesa. Cuando, al atravesar con la mirada el agujero, sus ojos se clavaron en el objeto metálico escondido en la madera, perdió el control y soltó la contraventana, que se alejó en la oscuridad para luego reaparecer.

Se quedó rígida.

El agujero de la pantalla coincidía exactamente con el de la contraventana de madera. Había pasado los últimos cinco años mirándola sin animarse a cambiarla. En aquel momento pudo escuchar algo en el viento. Algo que se parecía a la voz suplicante de su hermano.

Consiguió ponerse de pie a pesar de que le temblaban las rodillas. Cogió un cuchillo de la cocina y acercó las contraventanas que trepidaron cuando puso el pestillo de seguridad. El humo que se colaba a través de las lamas iba llenando la habitación. El olor a fuego iba penetrando en su maltrecha casa, que ahora sí, sabía que había sido verdaderamente el escenario de un crimen.

Comenzó a cortar la madera, a sacar pedazos. Fue horadando alrededor del agujero mientras ignoraba esas voces perdidas en el vendaval. Lo único verdaderamente importante en ese momento era el cuchillo que tenía en la mano y el agujero cada vez más profundo que cavaba con él. Y por fin llegó al objeto, hizo cuña y empujó la hoja. Un pequeño objeto de metal saltó y Lena lo recogió y lo llevó a la luz, sosteniéndolo en la palma de la mano.

Era una bala, del calibre 38. Y por el aspecto ajado de la madera que había apartado para sacarla, supuso que esa bala usada llevaría allí unos cinco años.