Capítulo 28

No podían evitar la rueda de prensa. Un hombre inocente estaba a punto de salir de la Prisión Central.

Los informes preliminares de ADN demostraban que el líquido seminal encontrado en el cuerpo de Teresa López y el encontrado en el cadáver de Nikki Brant, en las sábanas de su cama y en la moqueta de su casa, pertenecían al mismo hombre. Romeo había violado y asesinado a ambas mujeres y tanto José López como James Brant eran inocentes.

El director de la Policía estaba al micrófono junto al subdirector Albert Ramsey, sorteando las preguntas de una animada masa de periodistas que querían saber por qué José López había confesado un crimen que no había cometido. Lena se había visto forzada a asistir a la conferencia y estaba detrás del podio, junto con el resto del equipo. No podía dejar de admirar al director por la capacidad de aguantar pullas, una tras otra, sin inmutarse.

Lo que los medios de comunicación insinuaban era evidente, pero no salió a la luz hasta que un reportero del Canal 2 se atrevió a preguntarlo.

—¿Pudo el Departamento de Policía de Los Ángeles haber torturado a José López para arrancarle una confesión?

Mientras el director consideraba su respuesta, Lena miró en dirección al público, más allá de las brillantes luces de las cámaras. No vio ni al fiscal adjunto Roy Werner ni al abogado de López. Al que sí vio fue a un resplandeciente Buddy Paladino mostrando su brillante dentadura desde la fila del fondo.

—No sé cuánto conoce usted de los métodos modernos de interrogatorio —respondía el director al reportero—, pero está usted haciendo alusión a una práctica que no está en nuestro repertorio por muchas razones. La primera de ellas, porque no funciona. Nadie de este departamento tocó a José López. El señor López confesó haber cometido el asesinato por voluntad propia. Puede preguntárselo usted mismo cuando salga de la cárcel. Si fuese periodista, también le preguntaría lo mismo a su abogado. Él estaba presente en la sala, junto con los detectives, durante el interrogatorio cuando su cliente confesó.

Lena se preguntó si también mencionaría lo que ella había oído en la sala de detectives una hora antes. Que a pesar de las pruebas que le convertían en inocente, López se había atrincherado en su celda y se había negado a salir, aduciendo que no podía vivir sin su mujer Teresa, aunque no fuera más que una mera ramera. López quería ser culpable, quería la inyección letal para amortiguar el dolor. Peor incluso, parecía como si quisiera acabar con su vida aquella misma noche, intentando provocar al guarda de seguridad para que le disparase.

Esperó a que el director lo mencionara, pero no fue así. En cambio, se puso a hablar sobre el papel que jugó la ciencia forense en el descubrimiento de la inocencia del hombre. Cuando le preguntaron sobre la forma en que había muerto Nikki Brant, contestó que la investigación era muy reciente y omitió todos los detalles excepto los relacionados con el informe de ADN que relacionaba los dos casos.

El toma y daca continuó durante otros diez minutos más antes de que el director lo diera por concluido. Ignorando las preguntas al vuelo que le lanzaban los periodistas, Lena siguió a Novak entre la gente hasta que llegaron al ascensor, justo detrás de Rhodes y Sánchez.

Novak comprobó la hora y se dirigió a Sánchez.

—¿Cómo te ha ido?

—Querías que estudiara todas las agresiones sexuales a mujeres desde los dieciséis años en adelante. No he hecho más que empezar.

El ascensor se bamboleó y crujió todo el trayecto hasta la tercera planta. Las puertas vibraron antes de terminar abriéndose. Novak encabezó el grupo mientras caminaban hacia la sala de detectives.

—Son las seis y media —dijo—. Vamos a repartirnos el trabajo antes de marchamos.

Sánchez asintió con alivio y se dirigió a su mesa. La pila de informes que tenía sobre ella mediría más de diez centímetros. Lena guardó su parte en el maletín y se sentó delante del ordenador para comprobar el correo. Un rato antes, cuando salió del ascensor, se había fijado que la Sección de Delitos Informáticos estaba cerrada. No había hablado con Upshaw desde que este le facilitara la dirección de Charles Burell, pero Lena esperaba que a él le hubiera ido mejor. Fue sorteando un montón de correo basura, pero no encontró nada relacionado con el caso. Cuando se desconectó, el único que quedaba en la sala era Novak, que en ese momento se inclinaba sobre un archivo que había sobre la mesa del teniente Barrera.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Es el informe del ADN.

Novak cogió el informe y meneó la cabeza mientras regresaba a su mesa y se sentaba junto a ella.

—¿Ocurre algo?

—No creo —dijo—. ¿Qué es el gen CCR5?

Lena no tenía ni idea. Se encogió de hombros.

—Ese gen está mutado —dijo Novak.

Lena acercó la silla hasta el escritorio de Novak y se inclinó para ver mejor. Cuando vio las palabras «Peste Negra» comenzó a leer. El gen CCR5 de Romeo había mutado en lo que los biólogos moleculares llamaban un Delta 32. Según el informe, la mutación era atípica y había ocurrido a los antepasados de Romeo, unos 350 años antes, cuando se habían enfrentado a la «Peste Negra». Los que tenían la mutación sobrevivieron a la epidemia. El descubrimiento del Delta 32 estaba relacionado con la investigación actual sobre el virus del sida, porque las dos enfermedades atacan los glóbulos blancos de manera similar. Por alguna razón, todo aquel que hubiera heredado el gen era inmune al virus del sida. Lo que le resultó más interesante a Lena era que la peste hubiese atacado a una parte del mundo sobre todo. Se había limitado a Europa. Así que Romeo no podía ser ni asiático ni africano, porque solo un blanco podía tener ese gen mutado.

Lena miró a Novak.

—¿Por qué no dijo nada Barrera?

—Porque probablemente no llegó a este punto. Estaba buscando otra cosa. En cuanto dio con la coincidencia de ADN de las muestras supo que habíamos metido la pata con López y se fue rápido al despacho del director.

Lena lo pensó durante un segundo. Era un caso sin pistas, pero aun así varias piezas del puzle empezaban a cuadrar. Comenzaban a vislumbrar el perfil del asesino.

Romeo es portador del gen Delta 32 —dijo—, así que sabemos a ciencia cierta que es blanco.

—¿Qué más?

—No deja rastro de vello en las víctimas. Puede tratarse de un asesino en serie que se afeita.

Novak deslizó la silla hasta la ventana y se quedó pensativo mientras observaba cómo la niebla marina se colaba entre los edificios, como si se tratara de humo.

—Puede que sea blanco o de otra raza —dijo—. Vamos a quedarnos solo con lo que sabemos a ciencia cierta.

—Es zurdo —dijo Lena—. Por la crudeza de las heridas sabemos que es joven y fuerte.

—Estoy de acuerdo.

—Pero también es una persona con estudios. Hace los crucigramas con bolígrafo, escucha música clásica y sabe algo que tú no sabes.

Novak la miró.

—¿Qué es lo que sabe?

—Como funciona un maldito ordenador.

Novak le dedicó una sonrisa forzada y volvió a su ensimismamiento.

—¿Qué hay de su caligrafía?

—Extremadamente pulcra —dijo Lena—. Pero tiene una manera peculiar de hacer la letra «p». Tan extraña que Irving Sample asegura que es tan única como una huella dactilar.

—Sigue.

—No hay mucho más. Le pone ver pornografía. Muestra un interés inaudito en las vidas de sus víctimas. Cuánto dinero tienen y cómo piensan. Deja a sus víctimas en lo que parecen unas puestas en escena de motivos religiosos, como si se tratara de una lección de moral. Y le da igual dejar rastro de su ADN. Está repartiendo fluidos corporales por todas partes como si se tratara de su tarjeta de visita.

Se sucedieron unos instantes antes de que, por fin, Novak se alejara de la ventana. Parecía envejecido, abatido.

—¿Qué pasa? —preguntó ella.

Novak se levantó y empezó a recoger sus cosas.

—Nadie gana en casos como este, Lena. Podemos identificar a Romeo si alguna vez damos con él. Si alguna vez lo logramos. Pero eso no va a suceder hasta que cometa un error o le pillemos en el acto. Podría pasar tiempo.

Lena supo adónde quería llegar Novak, pero no dijo nada. Podía ver la desilusión en los ojos de su compañero. La frustración. Cuando se despidió y se marchó, Lena se apoyó en el respaldo de su silla y observó la sala vacía. No hacía falta mucha experiencia para saber que el precio que habría que pagar para cazar a Romeo iba a ser otra vida inocente. Quizá dos o tres, hasta llegar a las nueve o diez víctimas, y no había nada que pudieran hacer de momento.

Cogió el maletín intentando deshacerse de aquella sensación, mezcla de depresión y de pánico. Necesitaba despejarse. Mientras esperaba al ascensor, decidió que le vendría bien tomar un poco el aire antes de conducir hasta su casa y decidió ir andando hasta el Blackbird.

Cuando se abrió la puerta del ascensor, vio a Rhodes, solo, dentro. Fue quizá por el brillo de su mirada o por cómo se sentía ella esa noche. Cualquiera que fuese el motivo, dudó un momento antes de entrar y apoyarse en la pared del fondo. Él se giró y apretó el botón de la planta baja. Vio que llevaba el expediente del caso López bajo el brazo y el maletín raído, imaginándose que habría parado por donde los de la Científica, en la cuarta planta, antes de marcharse. Cuando se cerraron las puertas, se giró ligeramente sin mirarla directamente. Lena pensó que había algo en el suelo que había llamado su atención y siguió su mirada. Se dio cuenta de que en realidad, tenía la vista fija en su mano y la estaba examinando a fondo. Podía sentir sus ojos oscuros recorriendo la silueta de sus dedos hasta llegar a la palma de la mano para luego deslizarse hacia sus caderas y sus piernas. La estaba desnudando.

Lena permaneció inmóvil y él no dijo nada.

Cuando se abrieron las puertas en la planta baja, Rhodes tardó un instante en reaccionar. Luego le lanzó una rápida mirada, salió al vestíbulo y se marchó corriendo.