LAS SIETE ISLAS DE AL-UAKU-L-UAK
Forman estas siete islas parte del reino de un monarca marino que, a la cuenta, es un alifrite, y que cambia de nombre en los distintos relatos en que figura el mítico archipiélago.
En la Historia de Hasán, el joyero de Bazra (Noches 437 a 465), es el padre de la princesa Menaru-s-Sunná, la mujer-pájaro o cisne, de la que se enamora el joven por haberla visto bañarse desnuda y con la que logra unirse, llevándosela a su país, de donde ella huye luego con el hijo de ambos, como ya sabemos.
En la Historia singular del príncipe Almás (Noches 872 a 885), que es una variante de la de Hasán, forma parte el archipiélago del reino del sultán Ciprés, para llegar al cual es preciso atravesar los siete océanos.
Pues bien: según los datos que dichas historias nos dan sobre las famosas islas, hállanse estas situadas en la India, en esa región ya conocida del monte Cáucaso o del Kafaristán, o Chennistán, país habitado exclusivamente por genios o alifrites y puesto bajo la guarda del scheij Jizr, ese ambiguo personaje que por su nombre se identifica con el Vertumno islámico, Hasán, el Verde, que a su vez viene a ser el profeta Elías de las leyendas talmúdicas.
Hay, sin embargo, entablado un gran debate sobre el emplazamiento de estas islas de Al-Uaku-l-Uak por los que se empeñan en darles una realidad geográfica. Lane, en sus notas a su traducción de las Noches, cita a Ibnu-l-Fakin y Al-Masûdi, que hablan de dos islas de Uak-Uak, situando una de ellas en el oriente de Africa, entre Zanzíbar y Sofals. «El territorio de los Zenchas (negroides de Zanzíbar) empieza en el Canal (Jalich), derivado del alto Nilo, y se prolonga hasta el país de Sofals y de las Uak-Uak.» Según Burton, se trata sencillamente de la península de Guardafui (Chard Hafum) ocupada por los «gallas» paganos y cristianos, antes de la invasión de los somalios islamizados.
«Esta identificación—añade Burton—explica muchedumbre de otros mitos, como el de las amazonas, que, según cuenta Marco Polo, gobernaban la “Isla femenil” de Socotora. El fruto de que en la historia miliunanochesca se habla y que al llegar a sazón grita Uak-Uak y Al-lahu-l-Jalak “es la calabaza Adausonia Digitata”, ese elefante vegetal, cuyos frutos, más grandes que una cabeza humana, cuelgan del árbol, sujetos por un delgado filamento, de donde aquellas cabezas de mujer colgando de los árboles en las islas uakenses.
»A la otra isla de Uak-Uak se la ha identificado alternativamente con las islas de Seicheles, Madagascar, Malaca, Sonda o Java y hasta con la China y el Japón. El orientalista Gaeje, en sus Arabische Berichtem über Japan (Amsterdam, 1880), nota que, en Cantón, el nombre del Japón es Uo-Kuok, posible corrupción de Koku-Tan, árbol del ébano (Dyospiros ebenum), que Ibn-Jordabah y otros geógrafos árabes encontraron, juntamente con yacimientos de oro, en una isla situada a 4.500 parasangas de distancia de Suez y el este de China.
»En cambio, el coronel J. W. Watson, de Bombay, señala Nueva Guinea o islas adyacentes como el lugar donde el Ave del Paraíso dicen que grita: ‘Uak-Uak’. Y W. F. Kirby, el autor de The New Arabian Nights, sustenta la misma opinión, puntualizando que las islas de Uaku-l-Uak son las islas de Cora, en la proximidad de la Nueva Guinea.
»Las islas de Uaku-l-Uak—concluye Burton, con ironía—, como el país de Ofir, han viajado por todo el mundo y hasta en el Perú se las ha encontrado, pues allí es donde las sitúa la obra escrita en turco Tariju-l-Hindi-l-Garbi (Historia de las Indias occidentales).»
Es natural que surja tal disparidad de opiniones al tratar de localizar en el mapa unas islas sobre las cuales el narrador miliunanochesco nos da indicaciones tan fantásticas y que a él mismo solo por fantásticas le interesan.
Fácil es ver que son unas islas simbólicas, pertenecientes al mundo poético, y que perderían todo encanto si se las situase en un lugar preciso que las hiciese reales.
Cierto que siempre quedaría elemento sugestivo de ensueños en esa interpretación del grito de sus pájaros; pero es indiscutible que, en esta vaguedad de emplazamiento, resultan doblemente poéticas.
Las islas de Uaku-l-Uak, con su fondo de matriarcado, sus mujeres-cisnes de condición amazónica, hombruna (que ese es el sentido que, según Trediakovski, tiene la palabra—derivada del eslavo—Much—hombre), que empuñan las armas, en tanto los hombres ejercen las funciones pacíficas de gobierno, son una mixtificación de la prehistoria, una proyección espacial de lo remoto pasado, que la imaginación del hombre arrumba a parajes lejanísimos, inaccesibles, símbolo de la memoria de las cosas, ya casi perdida en lo subconsciente.
Son la región misteriosa en que se guardan los secretos del pasado, que el hombre quisiera encontrar, pues entonces se operaría en él la anamnesis, recordaría y se haría sabio, según la frase platónica: «Saber es recordar.»
Las islas de Uaku-l-Uak, defendidas por tantos peligros, son algo así como la Cueva de Montesinos en el Quijote.
Para los teósofos son la residencia de los grandes maestros de la Iniciación. «En el centro de la montaña de Kaf (o sea en el Kafaristán y el Ladah o Pequeño Tibeth)—dice Roso de Luna— está la ciudad blanca o del Wak-Wak, la verdadera Kaba o clásico centro iniciático persi o hindú y también para nosotros, los teósofos modernos, pues que allí viven retirados del mundo y entregados tan solo a velar por la desvalida Humanidad algunos adeptos sublimes de la Magia blanca, que es la blanca y simbólica Wak-Wak de la tradición aria, y seguirá siéndolo mientras aliente la raza augusta de nuestros progenitores.»