EL AVE ROJ
Esta suerte de águila o cóndor gigantesco y forzudo, capaz de remontarse por los aires no ya con un carnero, sino con una mula y un hombre dentro, entre sus garras, es una elaboración híbrida de realidad y de fantasía. Considerada en el aspecto puramente zoológico, no tendría nada de absolutamente inverosímil ni de especialmente interesante; lo que tales cualidades le confieren es su tangencia con el mito brahmánico del Ave Garuda o la Cigüeña blanca, «la padmini y santa» del libro de don Juan Valera, y con el mito helénico del Aguila, que en el Olimpo acompaña en su solio al poderoso Jove y es la portadora de su rayo irresistible.
Hay cierta analogía entre el águila joviana, raptando al joven Ganimedes por orden de su olímpico amo, y esta Ave Roj de Las mil y una noches, arrebatando al tercer zâluk, por orden del Destino, para llevarle a la montaña donde se alza el simbólico alcázar de los deleites que han de causar su infortunio. El hecho de ser mandatario del Destino es lo que confiere carácter fatídico al Pájaro Roj y lo equipara al Ave Garuda y al águila joviana.
Su tangencia con el grifo de la leyenda greco-asiática, de que se hacen eco Herodoto y Eliano de Preneste, la consagra el hecho de tener el Pájaro Roj, como aquel, su nido en esas montañas de las regiones índicas, en que abundan los yacimientos de diamantes y las minas de oro, a flor de tierra, según los viajeros antiguos. De ahí se originó la leyenda de los grifos guardianes de tesoros y el símbolo consiguiente, propio a inspirar uno de los sentenciosos emblemas de Alciato. Los tales grifos infundían tal temor a los buscadores de oro de aquellos remotos tiempos que tenían que valerse de miles de astucias para arrebatarles sus tesoros, sin pagarlos al precio de la vida.
Esa relación entre el Ave Roj y los diamantes, en los relatos de Simbad, el marino, es la que parece identificarla con los grifos de Herodoto y Eliano.
Es Simbad, el marino, el que nos da más amplia información sobre esas aves, desde el punto de vista de la Historia Natural, hablándonos de su vida conyugal y de los huevos que pone su hembra, que son de un tamaño tal como para que el viajero ignorante los tome por palacios y trate de buscarles la entrada, malogrando las crías y provocando las iras vindicatorias de los padres.
El Ave Roj, según Simbad, es sumamente colérica y no deja pasar sin castigo ningún agravio.
En la versión de Simbad, el Pájaro Roj no tiene nada de simbólico ni de fatídico; es, sencillamente, un enorme alicbán (águila), un pájaro colosal y vigoroso del que se valen los buscadores de diamantes para remontar hasta las montañas desde los abismáticos valles en que yacen tirados y que resultan peligrosos por las grandes serpientes que en ellos pululan, empleando una técnica que, decimos, se describe con todo pormenor en la historia del joven Hasán y en la de Simbad, el marino, por lo que no hemos de insistir en ello, sino para hacer notar que, en esta versión naturalista, no tiene el Ave Roj nada de particularmente mirífico, ni que le haga posible de ninguna atribución, ni siquiera de orden mitológico.
Tampoco en la Historia de Abdu-r-Rahmán, el Moro, y el Ave Roj (Noche 725), se nos dan de él otras nociones que las de As-Simbad, de orden perteneciente a la Historia Natural: encarecimientos de su grandor y fuerza. Pero ya en esa descripción de Abdu-r-Rahmán se introduce un elemento maravilloso, tomado del historiador árabe Ibnu-l-Uardi, o sea, la virtud que poseen las crías del Ave Roj de volverles el color original a las barbas blancas de quien come su carne, añadiendo que el milagro se cumple en una noche.
Para Marco Polo, que también lo menciona, el Ave Roj es igualmente un pájaro enorme, un águila gigantesca.
Pero hay también una versión mítica del Ave Roj que lo identifica con el Fénix, que renace de sus cenizas, y es por ello símbolo de la Inmortalidad.
Mucho se ha escrito sobre el Pájaro Roj, sobre su identidad zoológica y sus leyendas míticas y místicas. El naturalista italiano Blanconi, en su libro Delli Uccello Ruc (Bolonia, 1868), lo estudia con criterio de naturalista, buscándole entronque con los grandes avestruces y otras aves gigantescas de Africa. Burton opina que la leyenda mítica del Ave Roj procede de Egipto, de donde pasó al Oriente, y piensa que es una reminiscencia fantaseada de los pterodáctilos monstruosos de la época prehistórica. Su nombre egipcio era el de Ti-Bennu (Fénix). El de Roj es persa. Los rabíes del Talmud lo llaman Bar Yujre; los hindúes, Garuda; los turcos, kerkes; los griegos, grifo; los rusos, norka, y en la Edad Media figura entre los dragones, grifos y basiliscos de los relatos fabulosos.
Según el mitólogo Faber, el Ave Roj es el querubín que guarda la puerta del Paraíso.
Del procedimiento seguido por los buscadores de diamantes, para llegar a las alturas inaccesibles en que estos se encuentran, habla también el escritor Epifanio, obispo de Salamis, en Chipre, que falleció en 403 de nuestra era y es autor de un tratado en latín que se titula De duodecim gemmis rationalis summis sacerdotis Haebreorum Liber (Roma, 1743); Epifanio, de cuyo libro dijo San Jerónimo «egregium volumen quod, si legere volueris, plenissimam scientiam consequeris» (Egregio volumen que, si leerlo quisieres, plenísima ciencia lograrás), sitúa la escena en el interior de la Gran Escitia. Añadamos que en su libro no se trata precisamente de diamantes, sino de jacintos, pero para el caso es igual. Burton tiene por muy probable que los árabes tomasen de Epifanio la descripción de ese episodio cinegético.
Recordemos que en la biografía mítica del gran Alejandro este se deja arrebatar a lo alto por un Roj, para desde allí otear el Universo.
El Ave Roj, como vemos, tiene un respetable abolengo mítico-místico, y lo que ha dado que hablar—y que escribir—demuestra cuánto impresionó siempre la imaginación de los hombres, que, asombrados primero de su tamaño y fuerza, acabaron por atribuirle poderes maravillosos y crearle una leyenda mística. Ese proceso apunta en la historia de Abdu-r-Rahmán, el moro, en que la carne del pollito de Roj devuelve a las canas su color primitivo, lo que es una especie de rejuvenecimiento. De ahí a considerarlo símbolo de la inmortalidad no había más que un paso y el Ave Roj se convirtió en el Fénix.
En la interpretación teosófica de Roso de Luna el Ave Roj asume una significación esotérica y se convierte en un ave iniciática, en una suerte de vehículo místico que eleva al catecúmeno elegido desde el valle de la ignorancia y de las sombras a las cumbres del Conocimiento, simbolizado en esos diamantes de incomparable precio.
Este es, según Roso de Luna, el sentido esotérico de ese paso en que Simbad, el marino, que ni que decir tiene es un catecúmeno del saber arcano, se hace remontar por el Ave Roj a la cumbre de esa montaña innominada en el texto y que para el maestro español del ocultismo no es otra que la del Tibet, sede de los grandes iniciados, de los sabios y santos guías de la Humanidad, entre los cuales adquirió toda su ciencia hermética la célebre madame Blavatzki.
El huevo colosal del Ave Roj, que a Simbad solo le choca por sus dimensiones, es, según Roso de Luna, el huevo que encierra la «divina semilla», la envoltura, el cascarón en que se incuba el hombre nuevo, regenerado por la iniciación.
En el caso concreto de As-Simbad no hay nada que autorice esa hipótesis; el Ave Roj en Las mil y una noches no pasa de ser un pájaro gigantesco, un monstruo alado, que, por su extraña naturaleza y costumbres, ha dado lugar a mil leyendas, y lo ha hecho posible de significaciones místicas. Lo más cuerdo es considerarlo como un alifrit, por el estilo del caballo Al-Borak, en el que Mahoma hizo su ascensión a los cielos.
Para Roso de Luna—digámoslo de una vez—todo este mundo fabuloso de Las mil y una noches es el mundo de los jinas o seres invisibles que se hacen visibles cuando lo desean y viven hoy mismo en la India, en ciudades soterrañas, de donde afloran cuando quieren a las ciudades de los hombres, según puede verse con todo pormenor en su libro De gentes del otro mundo, donde confirma sus asertos con autoridades imponentes de la Iglesia teosófica, como el doctor Olcott, testigo no ocular (como ocurre siempre), pero sí auditivo, de casos prodigiosos, que confirman la existencia actual de esos extraños seres.
Para Roso de Luna todas esas variedades de alifrites que quedan descritas no son genios, sino jinas, lo cual establece entre ellos una distinción considerable: la que va de un demonio, aunque sea bueno, a un ser enteramente humano, aunque de línea genealógica y, en cierto modo, superior.
Consecuentemente, el Pájaro Roj no es tampoco un ave cualquiera, sino el místico conductor de los hombres hacia ese mundo invisible, pero real, que, en fin de cuentas, es el plano de la cuarta dimensión, algo así como el Aguila de los grandes vuelos del Apocalipsis.