EL PIOJO GIGANTESCO DE LA PRINCESA DALAL
La princesa Dalal que, por lo hermosa, tenía muchos pájaros en la cabeza, tenía también piojos en su lindo pelo y de cuando en cuando se los espulgaba.
Ahora bien: un día, estando espulgándose con los dedos—pues entonces no había peines de plexiglás ni de ninguna otra clase—, la princesa Dalal se cogió un piojito y no sabemos por qué le dio lástima de matarlo y lo que hizo fue ir a la despensa, levantar la tapa de una tinaja de aceite que allí había, dejar el piojito con mucha delicadeza sobre la capa oleaginosa y volver a tapar la tinaja.
Pasaron luego los años y la princesa cumplió los quince, y sucedió por aquel entonces que el piojo de marras, por efecto de la acción vitamínica del aceite, había engordado tanto que no cabía ya en la tinaja y levantó la tapa y salió de su cárcel y echó a correr por el palacio, asustando a los guardias, pues se había puesto que parecía un búfalo del Nilo, no solo por lo grande, sino también porque le habían nacido cuernos.
Lograron, sin embargo, los guardianes del rey coger al piojo y se lo llevaron al monarca y este se quedó turulato y exclamó:
—¿Qué es esto?
Y su hija, que se hallaba presente, reconoció al piojo y le contó a su padre toda la historia. Y el sultán, después de oírla, dijo:
—Mira, hija mía, es menester que te cases. Porque lo mismo que el piojo rompió la tinaja, podrás tú saltar los muros de palacio y salirte por ahí en busca de un hombre y mancillar nuestro linaje inmaculado.
Mandó luego el rey que degollaran al piojo y lo desollasen y colgasen su piel a la puerta de palacio, y anunció que solo se casaría con su hija aquel pretendiente que supiese decir de qué animal era aquella piel.
Acuden luego miles de candidatos a yerno del sultán, pero ninguno acierta, por lo que son decapitados en el acto, hasta que, al fin, se presenta un joven guapísimo que descifra la adivinanza y se casa con la princesa, resultando luego que es un algol y no un hijo de Adán.
Ahora bien: lo interesante aquí es el piojo y la resolución del sultán de casar a su hija al ver el piojo convertido en búfalo, con cuernos y todo.
No hay duda de que ese piojo gigantesco era, a los ojos de ese rey y sabio, un símbolo sexual, una materialización de la libido de su hija, que se había ido desarrollando al mismo tiempo que ella. Y al cumplir la joven los quince años, que marcan la plenitud sexual en Oriente, el piojito de antaño se había convertido en un búfalo de tal poder que hizo saltar la tapa de su encierro y salió de allí bufando y embistiendo, como un toro encelado. Por donde puede inferirse qué grado de furor agresivo habrían alcanzado también los deseos de la virgen princesa, cuyos pechos embestirían como cuernecillos.
Pues en lo que sigue se confirma que aquel piojo, tan prodigiosamente agrandado, no era sino ese mismo algol que casa con la princesa y que había asumido esa apariencia inocente para sus taimados fines, pues ya sabemos que los alifrites pueden tomar todas las formas que quieren, ya que por su naturaleza gaseosa no tienen ninguna.
Lo admirable aquí es la perspicacia del sultán al presumir la madurez sexual de su hija y decidir casarla, dando con ello prueba de un saber y un arte interpretativo verdaderamente geniales.
Hay que tener en cuenta que estas historias son anteriores en muchos siglos a Freud y el superrealismo, que todavía se discuten en Europa.
Por lo demás, no es la primera vez que en nuestra literatura aparece el piojo en relación con el amor. En Por un piojo, del padre Coloma, es ese pediculido el que decide a un joven aristócrata a casarse con una señorita de la que está enamorado y que pescó ese piojo visitando tugurios en funciones de caridad. Y dizque, en recuerdo de ello, el joven lleva el piojito guardado en su cartera, de donde no sale como el otro. El que sí se le sale del pecho al joven es su corazón.