UNIDAD Y VARIEDAD EN «LAS MIL Y UNA NOCHES»

Las mil y una noches forman un todo único si se las considera por sus extremos; pero resultan un simple conglomerado heterogéneo si se examinan sus entrañas.

En el centro de esas terminales marcadas por el argumento primitivo de la misoginia homicida del rey Schahriar y su curación psíquica por la bella y sabia Schahrasad, han introducido los compiladores talmúdicamente muchedumbre de elementos literarios que rompen su unidad formal y son como cuerpos extraños en el buche de ese Pájaro Roj.

Hay en Las mil y una noches, como en el Talmud, historia, teología, filosofía, superstición y ciencias, rastrera realidad e idealidad etérea, cosas para reír y cosas para llorar; en una palabra: que hay en ellas de todo como en la vida, sin que falte la muerte, como en los grandes poemas o divinas o humanas «comedias», que a lo largo del tiempo pretendieron reflejarla.

Como en el Talmud, el libro de despedida en que los hebreos, al desparramarse en la diáspora, guardaron antes de dejar su hogar de Palestina todos sus recuerdos con la prisa propia de las mudanzas y los viajes, de igual modo en Las mil y una noches trataron los árabes en las vísperas de su decadencia de guardar en ellas todo cuanto no quisieron que llegara a perderse y borrarse en el aire y le confiaron su enunciado a esa joven narradora persa, que no podía tener conocimiento de ello, pues su voz era ya una voz de ultratumba.

Toda la confusión heteróclita de Las mil y una noches procede de ese hecho básico. Schahrasad introduce en el libro elementos de arrastre indostánico, ario-persa, tártaro y afgano, con los que los rapsodas árabes funden otros de origen semítico; así, se forman cuentos como los del rey Kamaru-s-Semán (Noches 148 a 176) y Bedietu-ch-Chemal (Noches 422 a 437), por ejemplo, en que el presente histórico de los árabes se entreteje con el mito y la fábula de la remota antigüedad brahmánica.

Pero otras veces esos elementos no se funden, y a continuación de una de esas historias legendarias viene una anécdota o serie de anécdotas perfectamente históricas, de procedencia exclusivamente árabe, y que ha pasado a otras compilaciones, como las que se agrupan bajo el título de Varias historias referentes a personas generosas (Noches 201 y 202).

El lector de Las mil y una noches salta sin cesar de una a otra materia, de uno a otro género literario, con un nomadismo que tiene el encanto de la variedad.

Apólogo, fábula, parábola, madrigal, epigrama, discursos, epístolas, diálogos, de todo hay en ese enorme bazar oriental, por donde han pasado todas las caravanas literarias del mundo.

Empezando por lo más elemental, debemos señalar en el libro esas constelaciones de sentencias, máximas, proverbios y refranes en que los sabios de todos los tiempos plasmaron su saber empírico, dándoles forma popular.

Las mil y una noches abundan en esa clase de resúmenes abreviados y sintéticos de largos procesos mentales, tomados de múltiples fuentes, como los Maschalim salomónicos, el Hitopadesa, el Libro de Kalila y Dimna y otros muchos por el estilo.

Entre ellos tiene particular importancia el refrán, ese dicho agudo y sentencioso, que siempre fue muy del gusto de árabes y hebreos, que tanto en sus escritos como en sus conversaciones suelen incrustar esa pedrería menuda, ese aljófar de ciencia experimental que ha llegado a ser patrimonio de todos y da aire de sabio aun al más ignorante.

«Los refranes árabes—dice Gustavo Le Bon—son numerosísimos y España y el resto de Europa han tomado de ellos muchos de los que poseen, siendo de origen musulmán gran parte de los que constituyen el caudal inagotable de la sabiduría de Sancho Panza.»

La paremiología en Las mil y una noches forma un cuerpo desperdigado de juicios y sentencias sobre los temas más diversos, en los cuales declaran los rapsodas árabes su psicología racial, proporcionando un rico material al psicoanálisis.

Como es de rigor, no preside nunca unidad de criterio en esas guías normativas de los refranes; estos se contradicen y se rectifican, a cada paso, según corresponde a la diversa casuística que los inspiró. El refrán, pese a su universalidad y objetividad aparentes, tiene mucho de subjetivo, que, al fin y al cabo, no son ciencia, sino experiencia.

No hay que insistir sobre este punto, ya estudiado por los paremiólogos, y nos limitaremos a hacer notar la riqueza en refranes de Las mil y una noches, posibles muchos de ellos de aproximación con otros de procedencia diversa y especialmente con los ibéricos.

Después del refrán, la fábula; esa creación primaria de todas las literaturas, cuya prioridad de invención se atribuyen todos los pueblos y es tema de disensión entre los eruditos. Los indios tienen su Bidpai; los griegos su Esopo; los romanos su Fedro; los árabes su Lokmán. En la Biblia hay ya fábulas, apólogos; esta forma de expresión figurada, simbólica, indirecta, está, como la copla, en la raíz de todas las literaturas, pues representa, de una parte, un eufemismo, una manera impersonal de decir las cosas desagradables en las cortes de los monarcas, y, de otra, un recurso dialéctico para hacerlas más sensibles y convincentes.

Decimos que los árabes tienen su Lokmán, el sabio Lokmán del que Mahoma habla en su libro y de cuyas fábulas se han formado analectas bastante copiosas. Entre las fábulas de Lokmán y las de Esopo, así como entre sus sendas biografías anecdóticas, se advierten no pocas semejanzas, siendo difícil precisar quién tomó del otro y en qué relación se hallan ambos con respecto a Bidpai, el del Panchatantra, que pasa por haber sido el inventor del género. Pero lo que interesa hacer constar aquí es que las fábulas que se incluyen en Las mil y una noches son de indudable procedencia india y pertenecen las más al fondo del citado monumento de Bidpai, Pilpai o Bilpai, que los persas tradujeron a su lengua en los tiempos de Anuschirván y que, por la versión de Mokaffa, se introdujeron en el mundo islámico como Libro de Calila y Dimna. Tanto los animales que en esas fábulas intervienen como las moralejas que de ellas se derivan; su ethos y su pathos, así como su implícita filosofía empírica, son absolutamente hindúes, sin que se pueda descubrir en ellos ligamentos lokmanianos. Toda esa parte sentenciosa, admonitoria del libro, es hindú, así como esos cuervos, tortugas, leones y adives son oriundos de la selva indostánica en que se mueven los kakas, Kurmas, singam y schrigalas de que el sabio Vischnuscharman se sirve para educar a los príncipes hijos del rey Darschanas.

Pero hay que hacer notar todavía que la fábula en Las mil y una noches toma un carácter especial que la distingue de la fábula clásica—por así decirlo—y la aproxima al fabliau medieval por el estilo del germánico Reineke Fuchs. Como subraya Taylor Lewis en su prólogo a la versión inglesa de Pilpai, la fábula antigua, en Esopo, Gabrias y en el Panchatantra, es una composición breve, ceñida a un solo episodio con su moraleja, en tanto la fábula árabe es «una novelita larga, que abarca variedad de acontecimientos caracterizados cada uno de ellos por algún aspecto social o político y que forman una narración altamente interesante en sí misma y muestran a veces la más exquisita moral y conservaban, sin embargo, con rara ingenuidad, las características peculiares de los actores».

Dos series de fábulas o apólogos figuran en Las mil y una noches; la primera se sitúa entre el prolijo y complicado epos del rey Omaru-n-Nômán y la melancólica historia de amor de Alí-ben-Bekkar. La segunda se incluye en el cuerpo de la Historia de Uarduján, hijo del rey Cheliâd (Noche 494), que Al-Masûdi menciona como independiente de las Noches.

En ambos lugares hacen las veces de intermedio sedante, después de un episodio trágico o patético, y también de recurso profiláctico contra la monotonía, y se nos muestran entreverados con historias breves de personas, como la titulada los Anacoretas, cuyo origen encuentra Burton en la Historia de los dos hermanos del papiro egipcio de Orbigny (que data de Ramsés III), modelo, según él, de la famosa historia de Yúsuf y Suleika.

Entre los apólogos miliunanochescos descuellan el del Lobo y el Zorro (personificaciones del hombre malo y del astuto) que guardan relación con el ciclo occidental de Reineke y es un verdadero fabliau, un roman.

Los árabes, pues, han dado a la fábula clásica un desarrollo que no tenía y en ese sentido puede decirse que han creado una nueva variedad literaria.

Estudio literario - Crítico de Las 1001 noches
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