LOS DOS HERMANOS SCHAHRIAR Y SCHAHSEMAN
La psicología del rey Schahriar, el primogénito de los dos hermanos, reyes de los reyes de Sasán, solo se describe en el libro a raíz del trauma sufrido con el descubrimiento de la infidelidad de su esposa, es decir, deformada, cosa lógica, pues es entonces cuando empieza a ser interesante.
Hasta allí, el joven rey fue un rey bueno, justo, equitativo y un bravo y cumplido caballero, lo mismo que su hermano Schahsemán. Ambos se habían dividido el reino de su padre y vivían en paz en sus respectivas cortes, sin por eso olvidarse el uno del otro, pues se amaban y eran tan buenos hermanos como buenos príncipes, lo que no es frecuente en ese mundo oriental.
Así las cosas, surge la tragedia que ha de cambiar el carácter a los dos jóvenes, cándidos, inexpertos, criados en el falso ambiente de las cortes, y la tremenda impresión que en ellos hace el descubrimiento de la verdadera realidad de la vida está indicando hasta qué punto eran inocentes e infantiles sus almas.
No es extraño que conciban esa misantropía, esa desgana de vivir y ese odio a las mujeres (mejor dicho, a la Mujer), que los lanza a criminales extremos.
Es que todo su mundo moral se les ha derrumbado, que han perdido la fe en todo y se sienten engañados, burlados por sus educadores, que no les descubrieron, desde niños, la verdadera faz de la vida y del mundo.
En ese naufragio de sus buenos sentimientos originales solo se salva el amor que ambos se tienen, y la desgracia los une y los hermana más.
Eso demuestra su buen fondo ingénito, que también resulta abonado por su primera reacción ante el descubrimiento de su afrenta y es propia de un filósofo; lo primero que hacen ambos hermanos, antes de proceder a su venganza, es abandonar su palacio y echarse juntos por esos caminos del mundo que nunca vieron a fin de comprobar si su desgracia es única y constituye una excepción que por fatalidad les tocó a ellos, o si, por el contrario, es cosa que está en el plan de la vida y puede ocurrirle a cualquier hombre. En el primer caso se matarán; en el segundo, seguirán viviendo, pues su deshonor no tendrá que avergonzarlos tanto.
Es el deshonor lo que más les duele, a fuer de reyes, y como caballeros que son.
En el curso de sus andanzas sin rumbo encuentran a aquella joven raptada por el efrit que, aprovechando el sueño de este, hace bajar a los dos hermanos del árbol a cuya cima se habían subido y los obliga a folgar con ella, en presencia del monstruo dormido, y luego les cuenta su historia y les pide sus anillos para unirlos a los quinientos setenta que marcan el número de sus infidelidades.
Por ese episodio ven los dos reyes que su desdicha no es única, que la inmoralidad es la regla casi general, de la vida, y entonces sienten un amargo consuelo y, en vez de matarse o retirarse a un yermo, o aceptar buenamente la vida como es y perdonar, deciden volver a sus reinos y vengar su honor dando muerte a sus mujeres adúlteras y sus cómplices, y, para evitar nuevas afrentas, no amar a ninguna mujer más de una noche y sacrificarla al despuntar la aurora.
Síguese de ahí naturalmente todo lo demás: la despoblación de sus reinos, el desbarajuste de los asuntos públicos, la desorganización política, todos los males que se derivan de un mal gobierno.
Esos dos reyes, antes modelo de perfectos príncipes, se han convertido en dos déspotas sanguinarios, en dos monstruos que inspiran horror a todo el mundo.
Del rey Schahsemán solo sabemos luego, al final del libro, donde se cuenta su historia, a modo de epílogo. El libro sigue por el registro del rey Schahriar, que es quien con Schahrasad, la hija de su visir, inicia el segundo argumento: la regeneración del príncipe por medio del amor, que esa es, en realidad, la eterna historia, aunque aquí el amor se sirva del ingenuo ardid de contar historias.
Ahora bien: el que el rey Schahriar se deje vencer por ese recurso tan simple nos muestra también el fondo simple, infantil—y bárbaro—de su alma. ¡A un Enrique VIII podían haberle ido con cuentos!
Ese rey terrible es, en el fondo, un niño, que se deja arrullar y entretener por canciones de nana, y es también un rey galante, que nunca ha dejado del todo de amar a las mujeres y de ello es un indicio su misma reacción homicida contra ellas, pues si las mata en la mañana de sus noches nupciales es quizá por no dar tiempo a enamorarse de ellas.
En eso se distingue del Barba Azul de la leyenda y de la historia—el ya aludido Enrique VIII—, pues Schahriar no manda matar a sus esposas de una noche porque se canse de ellas, sino por temor a no cansarse, y es de pensar también que en esa serie de mujeres asesinadas va buscando siempre un ideal.
Este se le presenta en la persona de Schahrasad, esa joven encantadora que, por sus encantos físicos y espirituales, es una mujer de selección y merece la supervivencia.
Lícito es pensar que, desde el primer momento, el rey Schahriar se enamora de esa hija de su visir, por más que parezca otra cosa. Pues si así no fuere, luego de poseerla no le habría concedido su venia para contarle la primera historia.
Pero aquí ya el rey Schahriar deja de interesarnos, pues en lo sucesivo solo será un personaje pasivo, el atento oyente de su bella y sabia esposa Schahrasad.